Monseñor Fernández: «La doctrina cristiana no cambia, porque es la plenitud de Dios de donde brota todo»
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- Nelson Santillan
- 6 de julio de 2023
- ⛪Iglesia
Monseñor Víctor Manuel Fernández, recientemente nombrado por el Papa como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, brindó una entrevista al diario ABC de España.
Por Javier Martínez Brocal para ABC.es 6 de julio de 2023
El argentino Víctor Manuel Fernández es a Bergoglio lo que Ratzinger a Wojtyla, el ideólogo del pontificado, autor de sus textos más delicados. Curiosamente, el Papa Francisco acaba de ficharlo y lo ha puesto a cargo del complejo Dicasterio para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición, que durante 23 años presidió Joseph Ratzinger.
Es una decisión estratégica en esta complicada fase del pontificado. Tiene 60 años, fue rector de la Universidad Católica Argentina y es arzobispo de La Plata, la segunda diócesis más importante de su país. Considerado de sensibilidad liberal, su nombramiento ha desatado una oleada de críticas en sectores conservadores.
Acepta esta entrevista, una de las primeras que concede, sin poner condiciones. Habla sobre Benedicto XVI, su nuevo encargo, y las críticas. Sorprende que responde sin giros de palabras, sin miedo a entrar en las polémicas, sin medir las palabras. Como el Papa Francisco.
-Algunos críticos han peinado sus libros, pero no han encontrado ninguna herejía. Aun así, insinúan el ‘peligro’ de que usted cambie la doctrina. ¿Cuál es su proyecto?
Es importante aclarar que la doctrina cristiana no cambia, porque es la plenitud de Dios de donde brota todo, y eso no puede ser mejor. Pero nosotros somos muy limitados y estamos infinitamente lejos de comprenderlo todo. Entonces la Iglesia va creciendo, madurando, en su comprensión de esa enseñanza y por consiguiente la va expresando de nuevas maneras. Santo Tomás decía que la voluntad de Dios «se vuelve más confusa cuando más se desciende a los particulares». En los particulares, donde se juega la vida de la gente, es difícil bajar (imponer) doctrinas como cascotes. Esta convicción mía probablemente dará otro color al dicasterio, pero es inevitable si usted advierte que soy el primer latinoamericano en ese puesto.
-El Papa ha acompañado su nombramiento de una carta en la que le pide alejarse de los «métodos inmorales de otras épocas». ¿A qué puede referirse, aparte de la tortura a los investigados y a quemar vivas a personas en plazas?
La carta del Papa es un tesoro. Muchos me han dicho que es un punto de inflexión, también amigos judíos y evangélicos. Es llamativo el efecto que produjo, más que una carta a mi persona es una luz para la Iglesia. Sin embargo, en este punto que usted me pregunta no hay una gran novedad. Recordemos que san Juan Pablo II pidió perdón por los excesos de la Inquisición, aunque sabía que otros tribunales de la sociedad y de otras confesiones cristianas habían sido mucho más crueles. Lo que pasa es que Francisco tiene la magia de decir las cosas de tal manera que zamarrean (sacuden) como si fueran nuevas. Pero no menciona esto como historiador, lo dice para advertir que no sigan existiendo formas «análogas» de imponer la verdad en el mundo de hoy. Hoy el dicasterio no tortura ni mata, pero en lugar de alentar el pensamiento, de dialogar, de buscar síntesis y puntos de contacto, puede frustrar a una persona, puede faltarle el respeto, puede maltratarla. Es un llamado de atención que me hace a mí.
-Pero si ahora el prefecto no condena ni corrige, ¿usted a qué se va a dedicar en Roma? ¿Cómo se abordarán ahora los eventuales «errores doctrinales» que en el pasado se afrontaron con procesos?
Se podría decir que debo tratar de no perseguir ni condenar. De hecho, mi predecesor el cardenal Ladaria no lo ha hecho. Pero sí puedo llamar a conversar, hacer un llamado de atención, pedir una clarificación, seguir un proceso de profundización de algo que no está claro. Aunque el Papa en su carta me dejó bien claro que no es sólo esa mi tarea. Me indicó que el dicasterio está para «aumentar la inteligencia» de la fe, para «crecer en la interpretación de la palabra y en la comprensión de la verdad», y me aclaró un secreto: que la mejor forma de cuidar la doctrina es crecer en su comprensión más que aplicando mecanismos de control. Todo esto requerirá pensar el modo de concretarlo, definir los cauces adecuados, pero tendré que conversarlo con el dicasterio.
-¿Qué va a ocurrir con los casos de abusos?
En la carta del Papa, y también en varias conversaciones privadas que tuvimos, advertí que él tiene claro que yo no soy canonista ni especialista en esos temas, y que si me dedico a esos temas no podré jamás cumplir con esto que me está pidiendo. Por eso acordamos que yo confíe en el trabajo de la Sección disciplinar, que tiene muy buenos profesionales, que lo está haciendo bien, y que los deje trabajar con autonomía, de modo análogo a lo que sucede con la Comisión de protección de menores, que está a cargo del cardenal O’Malley y donde el prefecto tiene escasa intervención.
-El Papa solicita un mayor esfuerzo para que las cuestiones que ustedes afronten respondan a las preguntas que se plantea el mundo actual. En su opinión, ¿qué cuestiones está planteando la sociedad a la Iglesia?
Son incontables, y requieren tener un buen diálogo con todas las ciencias. Pero tengo dos puntos a favor: uno es que fui rector de una universidad, donde pude ejercer ese diálogo y aprendí economía, pedagogía, biología, etc. El otro es que fui miembro del Consejo para la Cultura en el Vaticano, donde se trataron con altísimo nivel, guiados por el cardenal Ravasi, temas como la inteligencia artificial, la robótica, y tantos otros que nos interpelan cada vez más. Pero yo, como latinoamericano, no puedo evitar incluir las cuestiones sociales que más afectan la vida de los descartados de la sociedad.
-El Papa ha querido que en su currículum apareciera también su largo periodo como párroco.
Me alegró enormemente que Francisco mencionara ese detalle, que no es menor. A simple vista parece que es algo irrelevante en el currículum de un prefecto de Doctrina de la Fe, pero no lo es. Mi teología cambió, se profundizó y se enriqueció notablemente gracias a mi paso por esa parroquia periférica.
-¿Usted por qué se hizo usted sacerdote?
Mire, cuando yo era adolescente quería ser poeta y hacer el bien como maestro rural, en algún lugar donde nadie quiere ir, para estar con los olvidados del mundo. Pero descubrí que en el sacerdocio se podían integrar las dos cosas. Lea los poemas eucarísticos de Ernestina de Champourcin o de José María Pemán y dígame si eso no es elevadísima poesía. Vaya a ver cómo comprende a su gente el párroco de un barrio pobre y verá que es, a su modo, aquel maestro rural que yo soñaba ser.
-¿Qué es lo que más le atrae de la propuesta cristiana?
Que tiene su centro vivo en el amor: el amor infinito de Dios y el amor fraterno que es lo único que nos hace realmente santos.
¿Cuál es el consejo de los que ha recibido estos días para su nueva etapa, que más le ha ayudado?
Si usted entra a mi Facebook y lee los mensajes que me escribe la gente, verá que la inmensa mayoría me pide que nunca deje de ser yo mismo, que no pierda lo bueno que ellos han conocido en mí. Que levante la cabeza frente a todo lo que digan los demás y sea fiel a lo que Dios me ha regalado.
-¿Ha hablado con sus predecesores?
Me senté a conversar días atrás con el cardenal Ladaria en Roma, quien me puso al tanto de diversos detalles del dicasterio. Más adelante le pediré también al cardenal Müller que tengamos una conversación.
-¿Qué es lo que más aprecia de su predecesor Joseph Ratzinger?
Su fina bondad y la belleza de su exposición teológica. Francisco tiene otras capacidades expositivas que también valoramos. La genialidad del Espíritu Santo es habernos regalado a los dos.
-La mayoría de las críticas contra su nombramiento proceden de sectores conservadores. ¿Usted se considera conservador o liberal?
Mire, no soy ni una cosa ni la otra, aunque tampoco quiero ser un ‘extremista de centro’. Por ejemplo, estoy firmemente en contra del aborto, he sido portada de los diarios Clarín y La Nación por reprocharle al presidente de Argentina que apoyara la ley de interrupción del embarazo, y creo que nadie en América Latina ha escrito más artículos que yo al respecto. Pero por otro lado crecí con fuerte sentido social, amo ir a fondo con la Doctrina Social de la Iglesia, y a la vez asumo la invitación paternal del Papa a estar muy atentos a los condicionamientos de las personas, a no hacer sufrir a la gente con nuestros juicios lapidarios.
-Una mezcla de los dos.
¿Cómo le llamaría usted a esa mezcla? Yo, sin vanidad, le llamo ‘coherencia evangélica’, porque es amor al ser humano, es defender la vida en toda circunstancia, tanto la del niño por nacer como la del que crece en la miseria y el abandono de la sociedad. Y a la vez es ternura de hermano para entender que en el drama concreto de un ser humano a veces se rompen todos los esquemas. Pero probablemente por esto me atacan tanto desde la derecha como de la izquierda.
¿Cree que en la Iglesia hay muchos que caen en la tentación de polarizar la fe, de ideologizarla y convertirla en lucha de partidos?
Es una tentación cada vez mayor. En realidad, es contagiarse ingenuamente de la polarización que reina en la sociedad. Cristo nos dijo que tenemos que estar en el mundo -a fondo- pero sin ser del mundo, es decir, sin caer en las fragilidades, fanatismos y violencias del mundo. Tenemos que ‘ser’ más y mostrar algo diferente, pero nos contagiamos y perdemos la frescura del Evangelio, no mostramos algo verdaderamente superador. La fe está polarizada igual que la sociedad.
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