Monseñor Fernández sobre los obispos que juzgan «la doctrina del Santo Padre»
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- Nelson Santillan
- 13 de septiembre de 2023
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- ⛪Iglesia
El nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha advertido que los obispos -tanto los «progresistas» como los de «grupos tradicionalistas»- que piensan que tienen un «don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre», que van camino de la «herejía» y el «cisma.»
NCR – HastaDIOS
Hablando en respuesta a una pregunta sobre la aceptación del magisterio del Papa Francisco, el cardenal electo Víctor Manuel Fernández dijo al corresponsal del Register Edward Pentin en una entrevista exclusiva por correo electrónico el 8 de septiembre que el Papa no sólo tiene el deber de custodiar y preservar el depósito «estático» de la fe, sino también un segundo carisma único, sólo dado a Pedro y sus sucesores, que es «un don vivo y activo.»
La entrevista original aquí, solo en inglés
«Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco», dijo el arzobispo Fernández, que esta semana toma el relevo del prefecto español saliente, el cardenal Luis Ladaria Ferrer, y será elevado a cardenal en un consistorio el 30 de septiembre.
El cardenal Burke escribió recientemente el prefacio de un libro que criticaba duramente el próximo Sínodo sobre la sinodalidad y ha expresado a menudo su preocupación por algunas enseñanzas de este pontificado.
«Si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma», dijo.
El arzobispo argentino, a quien se atribuye las líneas claves de la exhortación apostólica Amoris Laetitia de Francisco de 2016 y que habría contribuido a varios otros documentos papales importantes, abordó varias preocupaciones en la entrevista, a saber, que la práctica pastoral se está separando de la sana doctrina, la cuestión de la «modernización» de la Iglesia, y su apertura declarada a las bendiciones eclesiásticas del mismo sexo. El cardenal electo, de 61 años, dijo que ya había concedido 40 entrevistas a medios de comunicación desde que se anunció su nombramiento en julio y que no había querido dar ninguna más, pero amablemente dio estas breves respuestas al Register por correo electrónico.
Sobre el Camino Sinodal alemán, dijo que la Iglesia alemana «tiene serios problemas y obviamente tiene que pensar en una nueva evangelización», pero se distanció de esa polémica, diciendo que sabe «poco de ella» y prefirió en cambio destacar su propia «fórmula para hacer frente a la indiferencia religiosa de la sociedad» en la forma en que evangelizó como sacerdote y obispo en Argentina.
Excelencia, ¿qué significa para usted el término «modernizar la Iglesia»? ¿Qué implica y qué importancia tiene?
Nunca utilizaría el término «modernizar» para aplicarlo a la Iglesia, porque es una categoría más propia de corporaciones u otras instituciones; no se aplica a una realidad sobrenatural como la Iglesia, que tiene elementos eternos. Los últimos Papas han utilizado la palabra «reformar» en la creencia de que hay aspectos de la Iglesia que pueden cambiar, pero siempre sin renunciar a un «humus» (tierra o suelo en latín) permanente que va más allá del paso del tiempo, de las distintas épocas y de los aspectos superficiales del mundo.
La expresión «modernizar la Iglesia» podría llevarnos al error de subsumir la riqueza permanente y siempre nueva de la Iglesia, incluido el Evangelio, en el marco de una época determinada (en este caso la modernidad), que también pasará como han pasado todas las demás épocas. En resumen, la expresión «modernizar la Iglesia» no tiene sentido para mí.
Usted dijo en una entrevista concedida en julio a Crux que se toma muy en serio las palabras del Papa Francisco sobre la aceptación del magisterio reciente y que los fieles deben dejar que su pensamiento «se transfigure con sus criterios», en particular cuando se trata de teología moral y pastoral. ¿Qué es exactamente el «magisterio reciente»? ¿En qué se diferencia del magisterio no reciente, y a qué se refiere cuando dice «transfigurado con sus criterios» en lo que se refiere a la teología moral y pastoral? ¿Es vinculante y, como prefecto, cómo tratará con aquellos en la Iglesia, especialmente obispos y sacerdotes, que no suscriban el magisterio del Santo Padre por considerarlo contradictorio con la doctrina establecida de la Iglesia?
Cuando hablamos de obediencia al magisterio, esto se entiende al menos en dos sentidos, que son inseparables e igualmente importantes. Uno es el sentido más estático, de un «depósito de la fe» que debemos custodiar y preservar incólume. Pero, por otro lado, existe un carisma particular para esta salvaguardia, un carisma único, que el Señor ha dado sólo a Pedro y a sus sucesores.
En este caso no se trata de un depósito, sino de un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre. Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco. Ahora, si usted me dice que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (donde cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma. Recordemos que los herejes siempre creen conocer la verdadera doctrina de la Iglesia. Desgraciadamente, hoy en día, no sólo algunos progresistas caen en este error sino también, paradójicamente, algunos grupos tradicionalistas.
Una crítica dirigida a menudo a los líderes de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II, ha sido la ausencia de claridad en la enseñanza de la Iglesia. ¿Cómo pueden los fieles católicos encontrar un camino de salvación cuando la enseñanza de la Iglesia parece oscurecida por debates influenciados por lo que podrían considerar valores mundanos que han entrado en la Iglesia, y por la aparente falta de certeza que se ha derivado de ello? ¿Qué podría hacer usted como prefecto para ayudar a resolver esta falta de claridad?
A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido debates (y, por tanto, cierta falta de claridad). Hubo encarnizados debates entre los Padres de la Iglesia, hubo debates entre las órdenes religiosas, y ¿cómo no recordar la controversia «de auxiliis» en la que dos grupos de teólogos y obispos se condenaron mutuamente [sobre la relación entre la gracia divina y el libre albedrío] hasta que el Papa decidió que era una cuestión abierta y les prohibió expresarse en términos condenatorios?
Sin embargo, incluso en estas situaciones que pueden parecer escandalosas, la Iglesia crece y madura en su comprensión de algunos aspectos del Evangelio que antes no se habían explicitado suficientemente. Creo que este dicasterio puede ser un espacio que acoja estos debates y los enmarque en la doctrina segura de la Iglesia, evitando así a los fieles algunos de los debates mediáticos más agresivos, confusos e incluso escandalosos.
En una entrevista concedida a InfoVaticana en julio, usted parecía estar abierto a las bendiciones eclesiásticas de parejas del mismo sexo, siempre que pudieran llevarse a cabo sin causar confusión. ¿Podría explicar mejor qué quería decir con esto? ¿A qué tipo de confusión se refería?
Me refería a confundir una unión entre personas del mismo sexo con un matrimonio. A estas alturas está claro que la Iglesia sólo entiende el matrimonio como la unión indisoluble entre un hombre y una mujer que, en sus diferencias, están naturalmente abiertos a engendrar vida.
Usted ha dicho que la doctrina no puede cambiar, pero sí nuestra comprensión de ella. Sin embargo, algunos observadores de la Iglesia ven esto como una subversión de la enseñanza inmutable de la Iglesia bajo el pretexto de ayudar pastoralmente a los fieles, creando una falsa dicotomía entre la doctrina y la praxis pastoral que en realidad coinciden. ¿Considera que la doctrina es un obstáculo para ser verdaderamente compasivo y, en caso afirmativo, por qué?
La verdadera doctrina sólo puede ser una luz, una guía para nuestros pasos, un camino seguro y una alegría para el corazón. Pero está claro que ni siquiera la Iglesia capta aún toda la riqueza del Evangelio. En algunos ámbitos la Iglesia ha tardado siglos en explicitar aspectos de la doctrina que en otros momentos no veía tan claros.
Hoy la Iglesia condena la tortura, la esclavitud y la pena de muerte, pero esto no ocurría con la misma claridad en otros siglos. Los dogmas fueron necesarios porque antes de ellos había cuestiones que no estaban suficientemente claras.
La doctrina no cambia, el Evangelio siempre será el mismo, la Revelación ya está asentada. Pero no cabe duda de que la Iglesia siempre será pequeñita en medio de tanta inmensidad de verdad y belleza y siempre necesitará seguir creciendo en su comprensión.
¿Cuál será su enfoque del Camino sinodal alemán? ¿Hasta qué punto cree que su apertura a las bendiciones para personas del mismo sexo y su deseo expreso de fomentar un acercamiento más suave a los teólogos o posiciones heréticas podría ayudar a la situación alemana?
La Iglesia alemana tiene graves problemas y, evidentemente, debe pensar en una nueva evangelización. Por otra parte, hoy no cuenta con teólogos del nivel de los que tanto impresionaron en el pasado. El riesgo del Camino Sinodal radica en creer que habilitando algunas novedades progresistas, la Iglesia en Alemania florecerá. Esto no es lo que propondría el Papa Francisco -que ha hecho hincapié en una renovada proyección misionera centrada en la proclamación del Kerigma: el infinito amor de Dios manifestado en Cristo crucificado y resucitado-.
No sé por qué algunos de sus colegas me identifican con la vía alemana, de la que todavía sé poco. Mire, mi libro más famoso se llama Los Cinco Minutos del Espíritu Santo y contiene una meditación diaria sobre el Espíritu Santo de la que se han vendido 150.000 ejemplares. ¿Lo sabía usted?
Por otra parte, fui párroco y también obispo diocesano. Vayan y pregunten a los fieles de mi parroquia qué hacía cuando era párroco, y verán: Adoración eucarística, cursos de catecismo, cursos bíblicos, misiones a domicilio con la Virgen y una oración para bendecir el hogar. Tenía 10 grupos de oración y 130 jóvenes.
Como obispo diocesano solía preguntar a la gente sobre lo que trataría en mis homilías en la catedral y en mis visitas a las parroquias: sobre Cristo, sobre la oración, sobre el Espíritu Santo, sobre María, sobre la santificación. Y el año pasado propuse a toda la Archidiócesis concentrarse en «crecer juntos hacia la santidad». Digan lo que digan algunos de sus colegas, ésa era mi fórmula para hacer frente a la indiferencia religiosa de la sociedad. Como el Papa, creo que sin mística no iremos a ninguna parte.
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Comment (1)
Pablo Rodriguez Barnes
17 Sep 2023Estaba leyendo este artículo y me pareció provechoso compartir notas de otro artículo al respecto que leí en estos días, y que aclaran algunos aspectos sobre la Infalibilidad del Santo Padre.
Aclaro para evitar malas interpretaciones, que defiendo la figura del Santo Padre y rezo a diario por sus intenciones, por su salud y su santidad, pero eso no quita que a veces haya que decir ciertas cosas, incluso con humildad estar en desacuerdo con el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, no porque crea saber más que él, lo cual es claro que no es asi, sino porque violenta la Fe y la Tradición de la Iglesia
En efecto, Mons. Fernández nos asegura que los obispos no deben pretender corregir nunca al Papa en materia de fe, porque “si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma”.
¿Es eso cierto? ¿Los obispos deben quedarse calladitos y no criticar nunca algo que ha dicho el Papa, porque hacerlo sería caer en la herejía y el cisma? Veamos qué decía Santo Tomás sobre el tema (al igual que toda la Iglesia anterior y posterior): “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). El inferior no solo puede, sino que debe reprender públicamente a un superior si habla contra la fe católica. Y esto es un principio universal en la Iglesia, de manera que no solo los obispos, sino también los simples sacerdotes o incluso los fieles pueden y deben rechazar cualquier error de fe, lo defienda quien lo defienda, aunque sea un papa.
¿Y qué dijo San Pablo? “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8). Parece que está muy claro: si alguien dice algo contra la fe, aunque sea un ángel o un Apóstol o, presumiblemente, un Papa, no hay que hacerle el más mínimo caso. Nadie, sea quien sea, puede afirmar nada contra la fe en la Iglesia y, si lo hace, hay que rechazarlo.
Pero, si nos queda alguna duda, preguntémonos: ¿qué hizo San Pablo? Exactamente lo que había dicho que debía hacerse. Cuando el primer Papa llevaba a error a los fieles al volver a las prácticas del judaísmo, San Pablo reprendió en público a San Pedro: “dije a Cefas en presencia de todos…” (Gal 2,14). ¿Por qué públicamente? Porque su conducta había sido públicamente escandalosa y estaba extraviando a los fieles. Y no solo reprendió públicamente al Papa, sino que contó que lo había hecho en la Carta a los Gálatas, que es Palabra de Dios. Santo Tomás explicó este hecho diciendo que así San Pedro dio humildemente ejemplo a los superiores para que aceptaran la corrección de sus inferiores si se habían apartado del buen camino.
¿Y qué han dicho los concilios? El III Concilio de Constantinopla, por ejemplo, condenó al Papa Honorio por haber coqueteado con las ideas de los herejes monotelitas, condena que fue confirmada por el Papa San León y por los Concilios II de Nicea y IV de Constantinopla. El Concilio Vaticano I como es sabido, definió las circunstancias en que el magisterio del Santo Padre es infalible. De tal forma que eso implica que hay otro magisterio papal que no es infalible y, por lo tanto, puede estar equivocado si se aparta de la Tradición y la Escritura.
El Concilio Vaticano I, también nos asegura que: “Cuando hablamos de obediencia al magisterio, esto se entiende al menos en dos sentidos, que son inseparables e igualmente importantes. Uno es el sentido más estático, de un «depósito de la fe» que debemos custodiar y preservar incólume. Pero, por otro lado, existe un carisma particular para esta salvaguardia, un carisma único, que el Señor ha dado sólo a Pedro y a sus sucesores. En este caso no se trata de un depósito, sino de un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre.
Este doble carisma es algo completamente ajeno a lo definido por el Concilio Vaticano I, que además lo negó expresamente: “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor Aeternus, 18 de julio de 1870). ¿Cuál es, por tanto, el carisma de Pedro? El de guardar santamente y exponer fielmente el depósito de la fe.
¿Y qué nos dice la historia de la Iglesia? Cuando el Papa Juan XXII afirmó que las almas de los justos solo verían a Dios después del Juicio Final, es decir, una herejía, los teólogos de París, sus propios cardenales y varios príncipes católicos se volvieron contra él e incluso le amenazaron con la hoguera hasta que el Papa se retractó de sus errores antes de morir. Su sucesor, Benedicto XII, definió como dogma de fe la doctrina que había negado su predecesor, para que no hubiera ninguna duda. El Papa Adriano VI enseñó que un Papa podía errar en materia de fe e incluso enseñar una herejía. Inocencio III dijo que la fe es algo tan importante que, como Papá, solo podría ser juzgado si se apartara de ella.
¿Y qué han hecho y dicho los santos? Hay multitud de ejemplos. Santa Catalina de Siena, con mucho cariño, echaba unas broncas terribles al Papa de la época. San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, en De Romano Pontifice, habló de la posibilidad de que un Papa cayera en la herejía (citando el caso de Juan XXII como herejía material) y consideró la opinión contraria como una mera “creencia piadosa”. San Alfonso María de Ligorio dijo que, si el Papa incurriera en herejía, por eso mismo quedaría privado del pontificado. ¿Y los teólogos? Multitud de los mejores teólogos han enseñado que el Papa podía caer en herejía, como mínimo material, pero también en muchos casos formal. Por ejemplo, el Cardenal Cayetano, Melchor Cano, Francisco Suárez, Domingo Báñez, Billuart, Juan de Torquemada, Billot, Ballerini o Juan de Santo Tomás, por citar solo unos pocos. Sus opiniones sobre cómo podía solucionarse ese problema fueron muy diversas, pero el reconocimiento de que el problema de hecho podía darse es habitual entre los teólogos y todos defendían que la herejía también debía combatirse si era afirmada por un Papa, porque eso es lo que siempre ha enseñado la Iglesia sobre el tema. El Decreto de Graciano, en el siglo XII, afirmaba que el papa no es juzgado por nadie, “a no ser que se desvíe de la fe”.
Todo esto (y otros muchos ejemplos más que podrían darse), por supuesto, no decide el tema de si conviene corregir a un Papa en concreto o no, que es una cuestión prudencial y en la que conviene ser muy humildes y cautelosos, pero muestra sin lugar a dudas que la idea de que los obispos no deben corregir nunca al Papa en materia de fe es completamente ajena a la enseñanza de la Iglesia a lo largo de los siglos.
¿Qué debemos hacer en una época así? Lo que siempre han hecho los católicos: amar a la Iglesia, rezar mucho por el Papa y los obispos, ser fieles a la Tradición recibida y a la fe de la Iglesia, rechazar humildemente pero con firmeza todo lo que sea contrario a ellas y confiar en Cristo, que es el único Señor de la Historia.
RECEMOS !!!!