Fasteanos llegan a Aparecida tras peregrinar 134 kilómetros

Nelson Santillan

Por Ilza CM Sousa

Finalizar una peregrinación de 134 km es una experiencia llena de sentimientos profundos y a menudo contradictorios. El cuerpo puede estar exhausto —los pies marcados por ampollas, los músculos tensos, el rostro quemado por el sol—, pero el corazón suele estar ligero, pleno y agradecido. Cada paso del camino lleva consigo una historia, una superación, una conversación silenciosa con el propio ser.

Al llegar al destino, se respira un silencio que lo dice todo. Una mezcla de alivio y añoranza: alivio por haber triunfado, por haber superado el cansancio, el desánimo, el clima, las dudas internas. Añoranza del camino, de los paisajes que fueron cambiando poco a poco, de las personas desconocidas que se convirtieron en compañeras de viaje, de los momentos de reflexión solitaria bajo el cielo abierto.

Finalizar la caminata es también un renacimiento. Algo cambia en nuestro interior. El peregrino que llegó al punto final no es el mismo que dio el primer paso. El bagaje interior está lleno de lecciones: sobre el tiempo, sobre los límites, sobre lo que realmente importa. Hay gratitud: por haber tenido salud, por haber tenido valor, por cada ayuda recibida, por cada pequeña belleza percibida en medio de la sencillez.

Y cuando te quitas las botas y contemplas el destino alcanzado, surge la lágrima silenciosa, la sonrisa contenida, la certeza de que, aunque el viaje haya terminado, el camino continúa, ahora, dentro de ti.

Ilza C M Sousa

Recibe las novedades de Hasta Dios en tu correo.

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Deja un comentario

Pin It on Pinterest

Share This