San Issac el Sirio

Nelson Santillan

Por Juan Carlos Bilyk

Hace poco tiempo, en noviembre de 2024, el Papa Francisco anunció la inclusión de san Isaac de Nínive en el Martirologio Romano, durante la audiencia concedida a Su Santidad Mar Awa III, Patriarca Católico de la Iglesia Asiria de Oriente. 

El Martirologio Romano es el catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica con sede en Roma, organizado según el orden de sus fiestas, y que se deriva directamente de los martirologios históricos. Se incluyó así un gran santo y padre de la Iglesia de oriente en la veneración de la Iglesia presidida por el Papa en el mundo terrestre. Este hecho se encuadra también dentro de la celebración del 1700 aniversario de la celebración del Concilio Niceno Constantinopolitano, durante el presente Jubileo de la Esperanza.

San Isaac de Nínive (también conocido como “el sirio”) fue un monje y obispo del siglo VII, que pertenecía a las Iglesias de tradición asirio-caldea. Nació en la actual Qatar (¿les suena?), donde vivió su primera experiencia monástica. Fue ordenado obispo de la ciudad de Nínive, cerca de la actual Mosul (Irak), pero tras unos meses de episcopado, pidió volver a la vida monástica y se retiró a un monasterio de Rabban, al suroeste de la actual Irán, donde compuso varios discursos de alto contenido ascético-espiritual. 

Aquí va uno que al momento de leerlo me movió la estantería:

«El camino que conduce a Dios es una cruz cada día. Nunca nadie ha subido al cielo confortablemente; sabemos dónde lleva este camino confortable. Jamás deja Dios sin preocupación al que se consagra a él de todo corazón; le da la preocupación por la verdad. Por otra parte, con ello se conoce que Dios vela por un tal hombre: le conduce a través de aflicciones. La Providencia no deja jamás caer en manos del demonio a los que su vida transcurre en medio de pruebas. Y, sobre todo, si besan los pies a sus hermanos, si encubren sus faltas, y se las esconden como si fueran sus propias faltas. El que quiere estar sin preocupaciones en el mundo, el que tiene este deseo y busca al mismo tiempo andar sobre el camino de la virtud, ha dejado el camino. Porque los justos no solamente luchan con toda su voluntad para llevar a cabo buenas obras, sino que con pesar luchan en las tentaciones. De esta manera se prueba su paciencia» (Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 4).

A los cristianos del siglo XXI, acostumbrados como estamos a los adelantos tecnológicos, y por ende un poco al deseo de molicie, nos pegan con no poca reciedumbre estas palabras. Y quizás dirán algunos: «Bueno, ¿qué esperabas? Son enseñanzas de un antiguo monje instalado en el desierto». 

Eso es verdad, pero más verdaderas son sus palabras: «El que quiere estar sin preocupaciones en el mundo, el que tiene este deseo y busca al mismo tiempo andar sobre el camino de la virtud, ha dejado el camino».

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