El corazón se oscurece, las tentaciones menguan y se encarnan. Poco a poco cedo y se habitúa un malestar, una cáscara fina y algo rígida que se interpone al que me enfrenta. La mirada se ciega y se centra en mí. La carne me encierra y lo que busco, por raro que parezca, es que mi libertad se vea dominada a fin de tener una tentación superior a mis fuerzas, sin embargo, no sucede. La libertad está ahí y Dios Trino todavía no se fue o no lo eché. Intuyo que el esfuerzo que tengo que hacer es muy grande y la decisión muy consciente si quiero obtener lo que ofrece el que susurra constantemente.
Curioso es que, así como Dios se marcha en el momento del despido, también lo hace el que me invitaba a despedirlo. Los dos se van y quedo solo, con mi alma envenenada y herida. Con mi carne fofa y corrompida.
¿Cuántas mentiras detrás de una invitación? ¿Cuántos arreglos para decir que no? El que ofrece, sabe cómo hacerlo. Cuando irse. Cuando esperar. Odia verse desesperado ya que él mismo también es tentado: cuando la presa es difícil, cuando anhela moler a golpes al que soñó en el piso. Se tienta. No sabe cómo, su naturaleza en pleno desorden (pero objetivamente más perfecta), lo tienta. Vive permanentemente tentado. Digo permanente porque no es su naturaleza, ya que su herida a diferencia de la nuestra, es para siempre. Su tentación es eterna, hasta que venga por segunda vez Aquel que no escatimó una gota de su sudor en la redención de los suyos.
Imperceptiblemente aparece, cada tanto se muestra (o nos lo muestran). La soledad es su lugar, su vehículo preferido es el orgullo y su traje atrae a primera vista. Como es tan cobarde para meterse con los de su especie, se mete con nosotros hasta que lo echen. No tiene a donde ir. Errante busca las mejores habitaciones y no encuentra más que pocilgas. Somete a los débiles que les son concedidos y termina ahogado entre ruidos y chillidos.
El fracaso es su condena, por eso siempre busca ganar y nunca se rinde. Creado para lo máximo terminó pésimo. Maldito sea el día que te tocó tal suerte, maldito el tiempo que le sucedió.
Ahora Dios vigila nuestro interior y con sus amigos se interpone. Le hacemos un alto al fuego a fin de descubrir sus verdaderas intenciones:
Gracias oh Padre mío por tu eterna beatitud,
tu humilde morada en nuestro interior
quédate cuanto quisieras,
extiende tus dominios
y redirígete a nosotros con más fuerza.
Impulsa nuestro caballo cansado
por el espíritu inerte de este mundo
y conmueve hasta la más vil de las alimañas
que transitan en él.
Oh padre celestial y glorioso,
derriba del trono a los poderosos
e instruye a los humildes
a fin de que una vez enaltecidos
mantengan su humildad.
Gracias mi señor, amor mío.
Mi alma está llena de ti y solo espera en ti.
Eres el abrazo fuerte del amigo entrañable
de peleas y reencuentros,
de tropiezos y de alientos
Pobre de aquel que no te conoce.
Pobre del que te sospecha
en un tibio susurro de su espíritu impuro,
pobres e infelices de aquellos
que habiéndote conocido no reconocen tu camino.
Vigila nuestro corazón Señor
y ciñe en su superficie
trincheras de esperanza,
balas de caridad
y yelmos de fe ciega en tu divina providencia.
Amen
Un miliciano anónimo