Diálogo, tolerancia y Verdad

Nelson Santillan

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¿Hay que ser tolerantes y dialogar, o renunciar a la tolerancia y batallar en defensa de la verdad?

Por el miliciano Prof. Santiago Lozano (*)

En ciertas visiones de este mundo posmoderno en el que vivimos, se encuentra presente una premisa fundamental para el “respeto” hacia los otros, según la cual todas las opiniones valen lo mismo.  Sólo así, dicen quienes la sostienen, podemos asegurarnos vivir en una sociedad en donde prime el respeto, la tolerancia y el diálogo. 

Una visión de ese tipo acerca del diálogo y la tolerancia, parte de un fundamento cuestionable: para que el diálogo y la tolerancia sean posibles, no puede existir la verdad. Y en ese caso ¿cómo puedo yo tolerar las opiniones erróneas, incorrectas, falsas, si conozco la verdad “verdadera”? ¿Qué significa tolerar, si existe la verdad? ¿Aceptar el error? Y si hay algo como la verdad, entonces no puede existir un diálogo real, pues en muchas cosas diferimos, y todos creemos que “tenemos la verdad”. En ese caso, el diálogo resulta imposible, pues todos intentan imponer su verdad encima de la del otro, nadie puede escuchar a nadie. En conclusión: si queremos una sociedad tolerante y dialogal, no puede haber lugar para la verdad. 

Frente a esto, parecería que la visión católica sólo tiene dos opciones. En primer lugar, para sostener la existencia de la verdad, que es algo innegociable, la opción sería renunciar a la tolerancia. Y si no es la verdad lo que se tolera, lo será el error. Entonces ¿para qué tolerar el error? Éste debería ser erradicado, no “tolerado”, ni aceptado o tomado en consideración. Es así que, si queremos sostener la verdad, parece no haber lugar para la tolerancia. En segundo lugar, si queremos salvar la tolerancia y el diálogo auténtico, parece que debiéramos renunciar a una idea de verdad objetiva para poner sobre ella la “cultura del encuentro”, la “sinodalidad”, y aquellas actitudes de apertura a culturas o cosmovisiones distintas a la nuestra. Siguiendo esta línea se ha propuesto una lectura del desarrollo del cristianismo, cuya actualidad residiría en un paso de la veritas a la caritas («¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo”; Vattimo & Girard, 2010, p. 39), en donde para poder priorizar el encuentro, el diálogo, el intercambio intercultural e interreligioso, la Iglesia habría transitado un cambio de enfoque, dejando de lado una verdad dogmática fuerte, para dar lugar a la caridad que tiene como centro al otro.

Conviene aclarar que la exposición anterior tiene un tono deliberadamente exagerado, con finalidad retórica. No se trata de una descalificación de la cultura del encuentro o de la sinodalidad, sino de mostrar hasta qué punto cierto modo de oponer verdad y diálogo nos conduce a un falso dilema. La pregunta que queda entonces es: ¿Es cierto que, o renunciamos a la verdad, o renunciamos al diálogo y la tolerancia? Quien de alguna manera crea que sosteniendo una no se pueden sostener las otras, tal vez esconde en el fondo un pensamiento común a la postura que se pretende criticar: diálogo, verdad y tolerancia, no son compatibles entre sí. Pero ¿esto es así? ¿Cuál es el fundamento de quienes afirman que la tolerancia es opuesta a la verdad? Que las opiniones son todas tolerables porque ninguna es mejor que la otra, ya que, si hubiese verdad, habría opiniones correctas, incorrectas, algunos estarían bien y otros mal. Pero de esto, ¿no se seguiría acaso que, si ninguna opción es preferible a otras, todas valen lo mismo, o sea nada? ¿En qué reside el valor de la opinión del otro si no está basada en un acercamiento más o menos profundo a la verdad? La consecuencia de esta pregunta, más que a la tolerancia, se acerca a la indiferencia. Si no hay verdad, no hay ningún fundamento para sostener que alguna opinión tenga valor, ninguna lo tiene. Es decir que pretendiendo defender la tolerancia, se elimina su supuesto más básico: el valor de las ideas. 

De esto se sigue la problemática del diálogo. Si no hay verdad o cada uno tiene su verdad, si mis opiniones no son equiparables o comparables a las del otro (porque no hay parámetro) ¿en qué consiste el diálogo? Hay dos opciones: (1) como no hay una opinión o idea mejor que la otra, el diálogo no sería otra cosa que intentar imponer mi idea sobre la del otro, y en este sentido el diálogo se trata sólo de convencer, de vencer al otro; (2) como mi idea, mi verdad, no puede compararse con la del otro, no existe posibilidad de intercambio alguno, y el “diálogo” sería una mera exposición de dos ideas diferentes, sin relacionarse entre sí, ni enriquecerse. Al igual que pasa con la tolerancia, eliminando la verdad, se elimina la misma posibilidad del diálogo. 

¿Que nos queda entonces? Recuperar una lectura integradora de estas tres realidades. Podemos afirmar que un verdadero diálogo sólo es posible porque hay implicados tres: dos dialogantes y una verdad que buscan juntos (“La estructura del diálogo”; Komar, 2007, p. 10). En este sentido la verdad no sólo no impide el diálogo, sino que lo permite. La búsqueda conjunta de la verdad es en donde se da el diálogo en su sentido más auténtico, implica corregir mis errores, descubrir en el otro una dimensión de la verdad que yo no había visto, puedo considerar una posición distinta (tolerancia) porque sé que puede contener algo de verdad y porque yo también la estoy buscando. En el diálogo, las dos partes están como compañeras de un esfuerzo en común, un trabajo en conjunto para rectificar las ideas incorrectas, y acercarse cada vez más a la verdad que libera (cfr. Jn 8,32). Sólo buscando la verdad puedo escuchar atentamente al otro, sólo buscando la verdad puedo experimentar la libertad de saberme errado y de ir adaptando mi posición a la verdad que la realidad me muestra, no para eliminar la alteridad, sino para lograr unificarla en la verdad que ilumina. 

Esto no implica que no haya conflicto, de hecho, lo hay. Y es importante que lo haya. Pero cuando se tiene por objeto la verdad y en conjunto nos acercamos a ella, las tensiones van desapareciendo de a poco, pues todo se hace más luminoso y simple.

En conclusión: no renunciemos ni a dialogar ni a tolerar por miedo a perder la verdad, pues de hacerlo, estaríamos dándole la razón a aquellos que realmente buscan destruir todo vestigio de verdad. En cambio, a través del diálogo sincero, busquémosla en un esfuerzo conjunto de escucha y apertura a la realidad. 

(*) Santiago Lozano tiene 26 años. Es profesor de filosofía por el CEOP, y dicta clases de filosofía, antropología, lógica y religión. Miliciano de Fasta Buenos Aires, participó de Ruca Cunumí (Jujuy) desde 2011 hasta 2018, y luego de Ruca Pampero de 2019 hasta 2024. Actualmente es Jefe de For. Doc. de Juventudes.

 

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