“Expresamos nuestra alegría porque el Padre del Cielo la quiso «inmune enteramente de la mancha del pecado original» (cf. B. PÍO IX, Const. ap. Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854), llena de inocencia y de santidad para poder confiarle, para nuestra salvación, «a su Hijo unigénito […] amado como a sí mismo».”
Alégrate llena de gracia
El relato del evangelio de Lucas fue nuevamente el centro de la meditación del Papa: el saludo del ángel —«Alégrate, llena de gracia»— y el “sí” confiado de María inspiraron una invitación a los creyentes de hoy: creer como ella creyó. Como recordaba San Agustín, «María creyó y en ella se cumplió aquello que creyó»; del mismo modo, se llamó a los fieles a permitir que la fe transforme también sus vidas.
“En su libertad, lo acogió abrazando el proyecto de Dios. El Señor actúa siempre así: nos hace grandes dones, pero nos deja libres de aceptarlos o no. Por esto Agustín añade: «Creámos también nosotros, para que lo que se cumplió [en ella] pueda aprovechar también a nosotros». Así, esta fiesta, que nos hace alegrarnos por la belleza sin mancha de la Madre de Dios, nos invita también a creer como ella creyó, dando nuestro generoso asentimiento a la misión a la que el Señor nos llama.”
La gracia del bautismo
León XIV destacó además el paralelismo entre la gracia recibida por María y la gracia concedida a todos los cristianos en el Bautismo, que los hace «morada y templo del Espíritu». De este modo, el mensaje del Papa insistió en que cada creyente puede —y debe— dejar que Cristo viva en él y, desde su realidad cotidiana, colaborar en la transformación del mundo.
“Y como María, por gracia especial, pudo acoger en sí a Jesús y donarlo a los hombres, así «el Bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a nosotros vivir unidos a Él, para colaborar en la Iglesia, cada uno según su propia condición, en la transformación del mundo» (FRANCISCO, Catequesis, 11 de abril de 2018).”
Renovar cada día nuestro sí
El llamado final del Pontífice fue claro: renovar cada día, con humildad y perseverancia, el propio “sí” a Dios a través de la oración y del amor concreto. Una invitación a que, como María, cada persona se convierta en un espacio donde Cristo pueda ser conocido, acogido y amado.
“Es maravilloso el “sí” de la Madre del Señor, pero también puede serlo el nuestro, renovado cada día fielmente, con gratitud, humildad y perseverancia, en la oración y en las obras concretas del amor, desde los gestos más extraordinarios hasta los compromisos y servicios más comunes y cotidianos, para que en todas partes Jesús pueda ser conocido, acogido y amado, y a todos llegue su salvación.”
La fiesta de la Inmaculada, celebrada cada 8 de diciembre, vuelve así a ofrecer una brújula espiritual para millones de creyentes, recordándoles que la belleza sin mancha de María no es sólo un misterio de fe, sino una promesa de esperanza para todos