Por Montserrat Alonso, catherina de Fasta
El 30 de septiembre mes celebramos la memoria de San Jerónimo, patrono de los biblistas, gran estudioso de las Sagradas Escrituras, y quien realizó la enorme labor de traducir los textos bíblicos de sus lenguas originales al latín (la “Vulgata”). De allí que la Iglesia nos propone vivir el mes de septiembre como el “mes de la Biblia”. Es una invitación a redescubrir la Palabra de Dios, a revivir el gusto por las Escrituras, y a darle en nuestra fe y en nuestra vida la centralidad que ella merece. San Jerónimo afirmaba: “Desconocer la Escritura, es desconocer a Cristo”, y por eso, siguiendo las enseñanzas de este gran santo, queremos acercarnos a las Escrituras para conocer más a Jesús.
¿Y qué lugar tiene la Biblia para los católicos? Es importante recordar que no es un libro inerte, una cosa del pasado, una serie de escritos hechos para una época y un tiempo limitado. No, más bien todo lo contrario. “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de dos filos” (Hb 4, 12). Así lo afirma con fuerza el autor de la carta a los Hebreos: a través de las Sagradas Escrituras. Dios mismo nos sigue hablando, con fuerza y claridad, en un aquí y ahora. Así lo afirmaba el Papa Benedicto XVI: “La Palabra de Dios trasciende el tiempo y el espacio (…) es capaz de entrar en diálogo con cada hombre y mujer de todas las culturas y generaciones” (Verbum Domini, 18).
Por eso también, el Concilio Vaticano II nos recordaba que “la Iglesia siempre ha venerado las Sagradas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor” (Dei Verbum, 21). Esta es una afirmación muy contundente: la Biblia puede ser venerada, pero no como un mero objeto del pasado, sino como una presencia viva, que es capaz de pronunciar Palabras de Vida eterna.
Para transcurrir con provecho este mes, dedicado a la Palabra, quisiera acercar algunas ideas, para hacerlas solo o en comunidad. Son sugerencias, recomendaciones, no es más que una propuesta para hacer que las Sagradas Escrituras estén más presentes en nuestra vida cotidiana, de manera natural y sencilla:
- Abrir la Biblia cada día. Aunque sea un pasaje pequeño. Dejemos que esa Palabra nos toque, nos interpele. Cada Palabra que recibimos de Dios es persona. Debemos hacerla viva en cada uno de nuestros días.
- Meditar: la lectura de la Palabra no es un leer por acumulación. Se trata de pasar por el corazón esa Palabra que recibí. Al leerla, debemos intentar entrar en juego con ella, hacerle preguntas: ¿Qué quiere decirme a mí? ¿Qué está resonando? ¿En qué me interpela?
- Rezar con la Palabra de Dios (oratorios, lectio divina, conversaciones espirituales). La Iglesia nos propone diversos caminos para acercarnos a la Palabra de Dios. Podemos intentar alguno de ellos durante este mes.
- Rezar la Liturgia de las Horas: toda ella comprendida con salmos en su mayoría, y diversos textos de las Sagradas Escrituras. La oración con la Liturgia de las Horas es una manera de santificar las distintas horas del día con textos de la Palabra.
- Antes de las Misas o de las celebraciones litúrgicas que participemos, puede uno prepararse antes, leyendo los textos bíblicos de esa celebración. Quizá leer el Evangelio o las lecturas de la Misa en la que voy a participar, me ayudará a vivir esa celebración con más provecho.
- Compartir la Palabra en comunidad, recordando siempre que “la fe viene de la escucha” (Rm 10, 17). Al escuchar a mis hermanos, mi fe crece por el testimonio.
Para finalizar quizá sea bueno recordar que la Escritura siempre se interpreta dentro de la Iglesia. La Iglesia, como Madre y Maestra, es guía infalible en la compresión. La Biblia no se interpreta sola. Santo Tomás de Aquino ya nos enseñaba que la Escritura se comenta con la Escritura, recordando la unidad interna, en donde cada parte ilumina a otras. Y, por otro lado, que las Sagradas Escrituras se iluminan y explican dentro del contexto vivo de la Tradición de la Iglesia. Esto nos servirá de criterio a la hora de acercarnos a las Escrituras.
Que este mes de septiembre sea una oportunidad, entonces, para acercarnos a la Palabra, no como un antiguo libro que me toca desempolvar, sino que es Cristo quien nos sigue hablando hoy: nos consuela, nos anima, ilumina nuestras decisiones, y nos desafía a renovar nuestro seguimiento de Jesús.







