«Con Dios y con los hermanos»
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- Nelson Santillan
- 3 de octubre de 2021
- 2
- FASTA Movimiento Fasta
«Con Dios y con los hermanos» podría ser la síntesis de la Jornada de Varones de la jurisdicción de Mar del Plata que se realizó el sábado y domingo. La actividad estuvo centrada en la figura de San José y en la exégesis de la encíclica Patris Cordie del papa Francisco acompañada de conmovedores testimonios de vida y de fe de los participantes.
Hubo 7 reflexiones de los laicos basadas en los puntos que destaca la encíclica: Padre Amado, Padre en la ternura, Padre en la obediencia, Padre en la acogida, Padre en la valentía creativa, Padre trabajador y Padre en la sombra.
A las reflexiones se sumaron momentos de alegría y camaradería tanto en las comidas como en los momentos de distensión. El padre Francisco Lázzaro fue el capellán de la actividad siempre dispuesto para la confesión y la palabra exacta para los participantes.
También se aprovechó para conversar sobre la realidad de la jurisdicción y de la Iglesia de Mar del Plata y de cómo preparar a Fasta Mar del Plata para transformarnos en la «Fasta en salida».
La actividad finalizó al mediodía del domingo con un tradicional asado argentino.
CARTA APOSTÓLICA
PATRIS CORDE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO
DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ
COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios «el hijo de
José»[1].
Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refieren poco, pero lo suficiente
para entender qué tipo de padre fuese y la misión que la Providencia le confió.
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc
1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en
su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22).
Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque
en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf.
Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel
y los pueblos paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el
ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt
1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa
significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).
En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al
Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-
35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18).
De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret,
en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn
7,52; 1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo.
Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y
María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores
de la ley (cf. Lc 2,41-50).
Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio
como José, su esposo. Mis predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los pocos
datos transmitidos por los Evangelios para destacar su papel central en la historia de la salvación:
el beato Pío IX lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica»[2], el venerable Pío XII lo presentó
como “Patrono de los trabajadores”[3] y san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor»[4]. El
pueblo lo invoca como «Patrono de la buena muerte»[5].
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo
declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable
de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas
reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana.
Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en
medio de la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por
personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de
revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo
hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras,
encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras,
transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros
que comprendieron que nadie se salva solo. […] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e
infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres,
madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y
cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e
impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de
todos»[6]. Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre
de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de
dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda
línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una
palabra de reconocimiento y de gratitud.
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Comments (2)
Rafa Ravasi
05 Oct 2021Muy buena Nelson! gracias
Daniel Medina
06 Oct 2021Felicitaciones milicianos.
A tus ordenes !!!