Monseñor Georgi a Reneidi y Gabriel: «No tengan miedo, no teman», homilía completa
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- Nelson Santillan
- 11 de agosto de 2024
- Sacerdotes de Fasta
Durante la homilía de monseñor Georgi tuvo cálidas palabras dedicadas a Reneidi Kayembe y Gabriel Filipe.
Como es habitual, me permito dirigirme especialmente a Gabriel y a Reneidi en este día.
Hoy queridos Reneidi y Gabriel, como a Simón Pedro, Jesús lo llama aparte y les hace esa pregunta que desborda de su corazón, corazón sagrado. Esa pregunta que nos sumerge en el abismo y nos da vértigo, que termina resultando tan difícil de responder: «¿ Me amas?» .
como Pedro, seguramente cada uno de ustedes, como nos ha sucedido a nosotros y nos sucede, cómo Pedro puede responder con rapidez, co espontaneidad: «Sí Señor, te quiero. Sabes que te quiero». Así lo hizo Pedro, Así lo hicimos nosotros.
Podría inclusive parecernos una obviedad que Jesús nos preguntara esto después que le entregamos la vida, que lo seguimos. Que por Él renunciamos a una familia, a un proyecto de vida a una profesión y a tantas cosas. Parecería obvio responder «Sí Señor, te quiero. Te quiero Jesús. Tú lo sabes».
¿Por qué entonces Jesús insiste una segunda y una tercera vez? Es verdad que todos sabemos que la triple interpelación de Jesús responde a la triple negación de Pedro, aquella que tanto conocemos por nuestra experiencia personal. Pero el mismo Pedro en ese momento se da cuenta que la pregunta de Jesús va mucho más allá y tiene que darse por vencido. También nosotros.
Esa pregunta no se puede responder en un instante. Se responde con toda la vida. Se responde cada día. Se responde a cada momento. Y se responde, en el caso de Pedro, en tu caso Gabriel, en tu caso Reneidi con una vida entregada, despojada. Una vida de siervo y pastor. ¡ Que bien nos hace entrar al ministerio sagrado por la puerta de servicio, Gabriel, Reneidi. Hoy precisamente cuando estamos celebrando a ese diácono mártir patrono de los diáconos, San Lorenzo. Que bien nos hace. Que bien nos hace el diaconado. Que bien nos hace permanecer diáconos, como presbíteros Reneidi y también como obispos. ¡Que bien nos hace! Y así descender. Esto nos es un ascenso aunque parezca eso. No es un ascenso. Más bien es un descenso.
Si queremos seguir a Jesús que bajó del Cielo. Que se abajó hasta la altura de nuestros pies, lavándolos. Este es el descenso de Jesús al que Él mismo nos invita. Pareciera todo lo contrario. Es la altura de los servidores. De los que no valían nada, contemporáneos a Jesús. Era la altura de los esclavos.
Ser ordenado diácono querido Gabriel, entonces es tu descenso. Tu comenzar a descender. Si bien como dice la oración consecratoria, Jesús te va a investir con su autoridad, la autoridad de Jesús. Una autoridad discreta dice. Esa autoridad para ser tal, para ser la autoridad de Jesús, hecha presente en vos, debe hacer crecer a los demás. Y en la escuela del servicio cada día será necesario el difícil ejercicio de Juan el bautista: es necesario que él crezca y yo disminuya. Un ejercicio que a veces se hace martirial. Como San Lorenzo mártir.
Esa es la escuela que continúa en el ministerio presbiteral, mi querido Reneidi. Ese ministerio que hoy la Iglesia te confía, la experiencia del profeta Jeremías que se proclamaba en la primera lectura será un signo distintivo de tu ministerio profético en el sacerdocio ministerial: «Señor no sé hablar. Soy demasiado joven». Eso que vos ya experimentaste cuando llegaste a Argentina tendrás que volver a experimentarlo ahora de un modo nuevo, de un modo misterioso, de un modo muy profundo: «No sé hablar, soy demasiado joven».
No se trata de la edad cronológica, se trata de que la tarea que el Señor te confía hoy, mi querido Reneidi siervo y pastor de su pueblo será siempre desproporcionadamente mayor a tu esfuerzo, a tu capacidad, a tu lucidez, a tu alcance. Y diría en tu caso a tu simpatía.
Eso nos hace vivir con un corazón sacerdotal pobre, confiado. Confiado hasta la audacia y siempre, también para vos Gabriel, siempre buscando el reposo en su Corazón Sagrado. Siempre como el apóstol Juan en la Última Cena: reposando en el Corazón de Jesús.
Apacentar es una tarea de amor: «amoris officcium» dice San Agustín. Y por eso es una tarea de servicio porque continúa siendo diácono como yo y como nosotros. Es una tarea profética y es una tarea obediente. No tanto por la promesa de obediencia que vas a renovar hoy Reneidi, esa obediencia es permanecer escuchando los latidos del corazón sagrado de Jesús. Escuchar, seguir escuchando. Seguir reposando en el Corazón de Jesús.
Ustedes dos, Reneidi y Gabriel, son tocados, como le pasó a Jeremías por la mano extendida del Señor que pone en sus labios la Palabra, con mayúsculas; la Palabra de Dios.
Al diácono se le entrega para siempre la palabra de Dios para que la cuide, para que la custodie, para que la anuncie. Como vos también sos diácono, Reneidi querido, léanla cada día. Créanla cada día. Enséñenla cada día, practíquenla toda la vida. Es el modo de servir del siervo y del pastor. Es el modo de apacentar.
Finalmente como tantas veces nos dice Jesús: «No tengan miedo, no teman». Hay tantas razones para vivir temiendo en el ministerio, hay tantas razones para vivir inquietos. Pero hay una única y firmísima razón para no temer, para renovar la audacia: el Señor hoy te vuelve a repetir, Reneidi, te vuelve a repetir, querido Gabriel: «Yo estoy contigo, yo mismo. yo estoy contigo para librarte de todo mal». Y con esa libertad tan propia del hombre de Dios, sirvan, apacienten, consuelen y fundamentalmente no tengan miedo de donarse totalmente en cuerpo y alma para siempre a imagen de Jesús Buen Pastor.
Que así sea.
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