Belleza y Esperanza para la Ciudad: Un Camino Inspirado en «Soñemos Juntos»
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- Nelson Santillan
- 20 de noviembre de 2024
- Via Pulchritudinis
El caminante sobre el mar de nubes (1818)
Caspar David Friedrich
Galería de Arte de Hamburgo
A partir de las ideas expresadas en el documento «Soñemos Juntos el futuro de la Ciudad», surge una invitación a valorar la belleza y el arte como lenguajes que alcanzan el fondo de nuestra humanidad y nuestra fe. La belleza, lejos de ser un lujo, es un modo de compartir lo verdadero y lo profundo, de tender puentes entre el alma y lo eterno. En un mundo que se mueve hacia lo inmediato, la belleza nos recuerda, con su calma y su misterio, que existe algo más profundo que permanece, algo capaz de transformar nuestra mirada y nuestra vida.
En momentos de desafío, la belleza se convierte en un refugio silencioso, una presencia que nos devuelve a lo esencial y nos reconecta con lo que es bueno y verdadero. A veces, basta la música que nos emociona o la serenidad de un paisaje para que la belleza despliegue su capacidad de sanar. No se trata de evadir nuestras preocupaciones, sino de aprender a verlas desde una perspectiva renovada, desde un espacio de paz que nos devuelve la esperanza.
Al vivir con apertura a la belleza, cultivamos la contemplación, aprendemos a detenernos y observar sin prisas. Este acto, que parece simple, impacta profundamente en nuestro bienestar, pues calma el pensamiento y abre un espacio para la gratitud y el asombro. En la vida diaria, estos momentos de contemplación enriquecen el espíritu, llevándonos hacia una existencia más plena y consciente.
La belleza es también un refugio que aporta consuelo y serenidad, especialmente cuando las palabras no alcanzan. En ella encontramos una armonía que parece ordenar el caos y devolver sentido a lo que parecía perdido. La belleza es un don, algo gratuito que se nos ofrece y nos impacta de inmediato, aunque su verdadera riqueza se descubre con el tiempo y con una educación del gusto que nos permite apreciarla y comprenderla en profundidad.
Hablar de belleza no es lo mismo que hablar de lo bonito. Lo bonito es una cualidad superficial, algo que puede resultar decorativo. Pero la belleza va más allá: es una experiencia que toca el alma, un reflejo de lo verdadero y lo profundo, que despierta en nosotros algo duradero y esencial. La belleza no solo se percibe, se descubre y se cultiva, y requiere una educación del gusto que nos permita ir más allá de las apariencias y apreciar aquello que, aún sin ser perfecto, nos muestra una verdad que trasciende lo inmediato. No implica que todos debamos ser expertos en arte; se trata de aprender a ver y a sentir con una sensibilidad que nos acerque a lo auténtico y lo profundo.
Parte de aprender a vivir con belleza es descubrirla en lo cotidiano, en esos detalles que suelen pasar desapercibidos. No hace falta un paisaje espectacular ni una obra grandiosa para experimentar lo bello; basta con una mirada atenta que perciba la naturalidad de un gesto, la calidez de una sonrisa o el cuidado con que se dispone una mesa. Reconocer y agradecer estas pequeñas cosas da a la vida una profundidad nueva, un sentido pleno.
La belleza, cuando realmente se nos revela, nos lleva más allá de nosotros mismos, conectándonos con algo que nos trasciende. Ante algo bello, surge en nosotros una intuición de pertenencia a algo mucho mayor, un recordatorio de que hay un orden y un sentido que nos envuelven. Quizás sea en esta capacidad de conducirnos hacia una realidad más profunda donde reside la necesidad esencial de la belleza, una que nos invita a buscar y cuidar lo que es bueno y verdadero.
Abrirnos a la belleza es también una invitación a crecer interiormente. La sensibilidad hacia lo bello cultiva virtudes y nos ayuda a vivir con mayor serenidad y profundidad. Cada vez que abrimos nuestra vida a la belleza, estamos también abriendo nuestra alma a una forma de plenitud que va más allá de lo efímero y nos hace más humanos. La belleza, en todas sus formas, nos transforma, guiándonos hacia una vida que trasciende lo aparente y se ancla en lo eterno.
Lic. Carola Foster, Editora de Arte y Cultura.
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