Historia de la Primera Evangelización de América, por Fernando Rambaldi
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- Nelson Santillan
- 17 de junio de 2024
- Cultura
El siguiente trabajo fue presentado por el miliciano Fernando Rambaldi para obtener su Maestría en Historia de la Iglesia en América por la Universidad Francisco de Vitoria y el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Trata sobre el concepto de inculturación y su aplicación en la obra jesuítica en América. Fernando es actualmente intendente del municipio de La Calera en la provincia de Córdoba. El objetivo de publicar este trabajo es difundir el prolífico trabajo intelectual de los milicianos – fasteanos.
Link al trabajo completo con citas
Por Fernando Rambaldi
La idea del presente escrito es verificar, sobre un hecho concreto de la historia americana hispánica como es la obra misionera de los jesuitas, los seis criterios de inculturación del Evangelio en una cultura y los tres de transculturación trabajados, a saber:
1. Caridad
2. Compatibilidad con el mensaje cristiano
3. Comunión con la Iglesia universal
4. Universalidad del espíritu humano
5. Coherencia con el patrimonio cultural de la Iglesia
6. Apertura intrínseca de la cultura, que conlleva la posibilidad de transculturación con sus tres criterios:
• Supresión de lo incompatible con la verdad sobre el hombre
• Conservación de lo bueno y de lo indiferente
• Aportación de lo necesario o conveniente
Los tres primeros criterios se derivan y son exigencias del mismo evangelio. Mientras que los tres del segundo grupo (4, 5 y 6) se derivan de la naturaleza misma de la cultura, son exigencias propias de la cultura.
Conceptos generales
Si en algo están de acuerdo todos los historiadores sobre el período de la América hispana, es que el mismo significó uno de los procesos de inculturación más grandes y extendidos de la historia de la Iglesia, quizás sólo comparable con la expansión del Evangelio en Europa tras la caída del Imperio Romano en el siglo V y la consiguiente inculturación, a lo largo de los consecutivos siglos, de todos los pueblos bárbaros que integrarían en el futuro los estados que hoy conforman dicho continente.
Comprender entonces el concepto de inculturación es esencial para éste escrito. En la constitución dogmática Lumen Gentium (1964) se proclama la idea de la universalidad del Evangelio y del llamado de todos los pueblos a ser parte del Reino de Dios: “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (cf. Jn 11,52). Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó en heredero de todo (cf. Hb 1,2), para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios. Para esto, finalmente, envió Dios al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de asociación y unidad en la doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones (cf. Hch 2,42 gr.)
Así, pues, el único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así, «quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos». Y como el reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn18,36), la Iglesia o el Pueblo de Dios, introduciendo este reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe congregar en unión de aquel Rey a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad ellas traen sus dones y tributos (cf. Sal 71 [72], 10; Is 60,4-7; Ap 21,24). Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu.
En virtud de esta catolicidad, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumenta a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo reúne a personas de pueblos diversos, sino que en sí mismo está integrado por diversos órdenes. Hay, en efecto, entre sus miembros una diversidad, sea en cuanto a los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos, sea en razón de la condición y estado de vida, pues muchos en el estado religioso estimulan con su ejemplo a los hermanos al tender a la santidad por un camino más estrecho. De aquí se derivan finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales. Los miembros del Pueblo de Dios son llamados a una comunicación de bienes, y las siguientes palabras del apóstol pueden aplicarse a cada una de las Iglesias: «El don que cada uno ha recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10).
Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve paz universal, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación.”
Si bien el término inculturación no aparece en ningún texto del Concilio Ecuménico Vaticano II y recién lo encontramos en textos posteriores a la década del ´70, se hace constante referencia al mismo, como en el capítulo anteriormente citado y otras obras postconciliares. Será Juan Pablo II quien hablará por primera vez de “inculturación” o “aculturación” en la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (1979), en donde dice que “además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación». De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:
⦁ por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún «humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;
⦁ por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas” .
La inculturación o aculturación será entonces un proceso de evangelización en profundidad de un pueblo que implica la encarnación del Evangelio en su cultura, es decir, la transformación de sus auténticos valores culturales mediante la integración con el cristianismo, y la radicación del cristianismo, del evangelio, en la cultura de dicho pueblo. El proceso lo inicia el misionero y lo termina el mismo pueblo, ya que no existe proceso de evangelización si el pueblo o cultura inculturado no se incorpora a posteriori en la vida de la Iglesia. En términos didácticos, debe haber un feedback entre Iglesia y la nueva cultura evangelizada, un diálogo mutuo que cierre el círculo comunicativo. Es un movimiento doble, de ida y vuelta. Con la inculturación de una nueva cultura se enriquece tanto el pueblo evangelizado como la misma Iglesia: en el caso de estudio, los indios se evangelizan y, a su vez, la iglesia se americaniza. Es un proceso complejo y largo.
Es necesario no confundir la inculturación con algunos términos que suelen asemejarse o que forman parte, en ocasiones, del mismo proceso, pero que no refieren al mismo fenómeno. Entre ellos podemos mencionar el eclecticismo, el sincretismo o el chovinismo.
Siguiendo con el escrito y para luego poder desarrollar el trabajo propuesto, veo necesario explicar otro concepto clave: el de transculturación. El mismo es un proceso de transformación de la cultura de un pueblo por influjo de una cultura ajena que llega a ser tan profundo que le hace experimentar un cambio significativo en el conjunto de sus valores fundantes, tanto que surge una nueva cultura. Esta cultura no es la cultura influyente, pero tampoco es ya la antigua: hay una transformación profunda que produce una cultura nueva. Este proceso de transculturación en la América hispana siguió la premisa de “primero hombres, luego cristianos”. Y esto es así porque había muchas costumbres anti naturales y nocivas para los propios indios, lo que llevó mucho tiempo erradicar y cambiar, por ejemplo, los sacrificios humanos. “La Iglesia recuerda a todos que la cultura debe estar subordinada a la perfección integral de la persona humana, al bien de la comunidad y de la sociedad humana entera”. Mejorar el modo de vida, la higiene, las costumbres, la educación, la vivienda, la escritura, entre otros, es parte de este largo y complejo proceso de transculturación que llevó al surgimiento de nuevas culturas a lo largo y ancho de todo el continente americano: esto es parte de lo que llamamos Hispanidad, que se verá elevado a su plenitud con el mensaje del Evangelio.
Así lo apunta la Iglesia cuando afirma que “con todo lo cual es espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y la contemplación del Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se dispone a reconocer al Verbo de Dios…”. Nos recuerda que la verdadera cultura humana es siempre tierra fértil para que germine la luz del Evangelio.
Por lo tanto, es importante no confundir inculturación con transculturación: el primero tiene por finalidad la evangelización, mientras que el segundo tiene un objeto meramente cultural o civilizador. En ocasiones, se puede dar uno de los dos procesos sin que necesariamente se materialice el otro.
Aclarados estos conceptos, comenzaré con el análisis del tema elegido a partir del libro Las órdenes religiosas en la evangelización de las Indias, de Cayetano Bruno, seleccionando aquellos capítulos y fuentes primarias que refieren a las misiones jesuíticas y el gran proceso de inculturación llevado a cabo por ellos en la América hispana. Tomaré también fuentes de otros autores, que me ayudarán en el trabajo. Para las naciones latinoamericanas, la labor de los jesuitas ha sido muy significativa en diferentes ámbitos, y su huella ha quedado marcada al día de hoy.
⦁ Caridad
Un proceso de inculturación no es tal en la medida que no sea movido por la caridad, por el amor a la fe y al prójimo, en éste caso, los indios que iban a ser evangelizados. Para trabajar este punto voy a contraponer la historia a la corriente historiográfica marxista, encerrada en sus análisis materialistas de la historia, la cual reduce todo el proceso de evangelización caracterizándolo como un brazo más del imperialismo opresor español para afianzar su dominio sobre los indios: no alcanza con la espada para amansar sus ánimos, por lo que la Iglesia ayuda a conquistar hasta sus almas para someterlos y explotarlos. El famoso “opio de los pueblos”. Me pregunto entonces: ¿qué mayor muestra de amor a la misión encargada existe más que morir en el intento? En el año 1628, dos semanas después de ser fundadas las reducciones de Asunción de Yjuhí y la de Todos los Santos por los padres Roque, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, se consumaba su martirio por instigación del indio hechicero Ñezú, que se decía dios. Y fueron los primeros de muchos y, a pesar de que estas noticias llegaban a la Orden, los misioneros continuaban yendo a cumplir con su labor evangelizadora. Estos eran seleccionados según la rudeza de la misión, que implicaba largos viajes, perseverancia, largos momentos de soledad y una vida virtuosa eximia: tenían por delante la ardua tarea de evangelizar e inculturar a pueblos paganos. Y quizás, morir mártires en el intento.
Hacia 1629 comenzaron las guerras paulistas, que enfrentaron a los brasileros, parte del Imperio de Portugal, y a las misiones de la provincia jesuítica del Paraguay, en la región rioplatense, pertenecientes al Imperio español. El objetivo era conseguir mano de obra esclava barata, lo que abundaba de este lado de la imaginaria línea trazada por el Tratado de Tordesillas. Nuevamente vemos el elocuente y coherente accionar de los jesuitas peleando al lado de los guaraníes, que eran cazados por los bandeirantes para ser esclavizados en sus fazendas. Muchos lo hicieron desobedeciendo a los superiores, porque los unía a los indios un fuerte lazo. En esta guerra perderá la vida el padre Diego de Alfaro en manos de un bandeirante.
Las misiones también fueron exitosas en Nueva España: hacia 1630 se contaban 120.000 indios bautizados y, siguiendo la línea argumentativa del presente punto, once padres martirizados.
⦁ Compatibilidad con el mensaje cristiano
No puede existir inculturación si lo que se enseña, las formas y fines no son real y auténticamente coherentes con el mensaje cristiano. Es necesario tener en cuenta que nos ubicamos en el contexto del Concilio de Trento (1545-1563) que se configura como la gran reforma cristiana tras la crisis eclesiástica de la baja Edad Media y el surgimiento del protestantismo hacia 1522. El hincapié del mensaje está puesto en la salvación del alma, incluso sobre su vida terrenal, y la misión de la Iglesia se orienta a la idea de transformar el mundo y las malas acciones de los pueblos. España asume esta misión y la aplica en América.
Para graficar y demostrar la coherencia y compatibilidad de lo que se hacía en las reducciones y el mensaje cristiano, vamos a referir un día en la vida en las misiones de la Baja California del siglo XVIII: “La vida estaba regulada con estilo monástico. Al amanecer, el toque de las avemarías reúne al pueblo en la iglesia para saludar a la Virgen y cantar el alabado, primero los hombres, después las mujeres y enseguida los dos coros juntos; igualmente lo hacen niños y muchachos…los demás asisten a la misa que es cotidiana; y acabada, rezan y cantan el alabado a coro. Finalizado el desayuno se distribuyen las tareas… A las diez de la mañana, reunidos niños y niñas al toque de la campana, rezan la doctrina y cantan a coro el alabado. Al mediodía, el consabido toque, y todos de rodillas saludan a la Virgen y cantan una vez el alabado y enseguida, distribución de la comida… A continuación, descanso hasta las dos para reanudar el trabajo. Al anochecer, al toque de las Avemarías, todos a la iglesia, con el padre, para rezar a coros el rosario y las letanías y cantar el alabado. Separados después hombres y mujeres en lugares totalmente diversos, rezan la doctrina y van a recogerse”.
⦁ Comunión con la Iglesia universal
La tarea evangelizadora debe ser con la Iglesia Católica, nunca llevada adelante por iniciativas personales u ocultas: es necesario un mandato misionero institucional. En el caso particular de la América española muchas de las misiones y nombramientos fueron emitidas por los monarcas españoles ya que poseían el Real Patronato, establecido en la Bula Universalis Eclesia (1508), que cedía o delegaba expresamente una seria de funciones propias de la Iglesia a los Reyes españoles. El inicio de la misión evangelizadora en América, de parte de los regulares, correspondió al principio sólo a las cuatro órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios. Sin embargo, hacia el año 1566 se autoriza, de manera parcial, el arribo de veinticuatro jesuitas para ir a la Florida y el Perú como consecuencia del pedido realizado por el Rey Felipe II, con real cédula el 3 de marzo de 1566. Hacia 1571 y en vista de las reales cédulas del 26 de marzo y 4 de mayo, Felipe II solicita el envío de más jesuitas para ayudar en la evangelización de Nueva España, por lo que desembarcan “…nueve sacerdotes, tres hermanos estudiantes y cuatro hermano coadjutores para la nueva misión mexicana. Iba al frente de todos ellos, en calidad de provincial de la Nueva España, el padre Pedro Sánchez, ex profesor y rector de la Universidad de Alcalá y del colegio jesuítico de Salamanca”.
Queda claramente demostrado que las misiones jesuíticas fueron llevadas adelante por mandato de la Iglesia, delegado en la Corona española, y siempre respondiendo a su autoridad.
⦁ Universalidad del espíritu humano
El hombre es hombre en cualquier parte del mundo en que se encuentre, y compartimos la misma naturaleza humana y las mismas necesidades también. Por ello existe una universalidad, un espíritu humano que compartimos todos los hombres, ya que somos espíritus encarnados, llamados a la comunión con Dios, el cual es en definitiva, nuestro fin. Cultura es toda aquella actividad que humaniza al hombre, es decir, que lo hace más conforme a ese fin, más humano, más perfecto. Existe una conciencia de la naturaleza humana universal de que lo que hace bien al hombre en un lugar, le hace bien a todos, en cualquier rincón de la tierra. Que el bien edifica y el mal destruye es un concepto común y natural a toda la humanidad. Esto permite que las culturas se relacionen entre ellas y se perfeccionen al mismo tiempo; que avances de una beneficien a otras. Es posible entonces un diálogo intercultural porque existe un bien humano, un criterio de humanización compartido. A esto se refiere el cuarto punto, también cumplido por los jesuitas y sus misiones.
Una de las situaciones más complejas del primer siglo del descubrimiento fue la situación de los indios dados en encomienda y la institución de la encomienda en sí. Si bien los objetivos para la que fue implantada esta institución eran elevados, los abusos de los encomenderos españoles eran más que comunes. La encomienda fue despreciada y muy criticada en la época, siendo incluso base de muchas de las leyendas negras que se tejieron sobre la conquista y colonización de América. Muchos clérigos y laicos, tanto españoles como extranjeros, serán muy críticos de ésta institución (a veces con buenas intenciones, y otras no tanto). La idea de “trabajar a cambio de educación y evangelización” resultó en una utopía en la mayoría de los casos, generándose incumplimientos graves y abusos generalizados.
La llegada de los jesuitas y la instauración de reducciones buscará justamente evitarles a los indios tener que prestar las cargas correspondientes a dicha institución, ya que los indios que vivían en las misiones jesuíticas estaban por ley eximidos de prestar servicio en las encomiendas. Esta práctica les trajo a los jesuitas grandes enfrentamientos con los encomenderos, que se quejaban de la falta de mano de obra. Recordemos que las misiones llegaron a contar con más de 100.000 habitantes, distribuidos en todo el continente.
Mención aparte merecen las misiones de la provincia jesuítica del Paraguay, en donde durante años los misioneros jesuitas y las reducciones fueron el único refugio para los guaraníes contra los bandeirantes portugueses que los cazaban, literalmente, para esclavizarlos en sus fazendas. A este asunto ya me referí en páginas anteriores.
Entender éstos objetivo es esencial para afirmar que el cuarto precepto de evangelización se cumplía entre los jesuitas y sus misiones, ya que con ésta medida se buscaba humanizar y edificar la labor indiana y su trabajo, beneficiando la vida comunitaria y familiar de ellos, alejándonos también de los maltratos infligidos en la encomienda y, más aún, en las plantaciones de azúcar de los portugueses en donde eran esclavizados. Además se los educaba, evangelizaba, se les enseñaban oficios, a leer y escribir, a tallar, a tocar instrumentos, entre una amplia variedad de buenas prácticas, todas ellos orientadas a perfeccionar y humanizar su vida, además de cultivar su espíritu para su salvación eterna. Los jesuitas buscaban contantemente humanizar al indio y abrirlo a la bondad del evangelio
⦁ Coherencia con el patrimonio cultural de la Iglesia
Este punto exige que el misionero sea coherente con el patrimonio de la Iglesia, ya que para que se dé un verdadero dialogo cultural, es esencial que se haga desde la propia cultura de la Iglesia. Y debe darse en su totalidad, sin encubrir nada, revelando en su totalidad lo que la cultura de la iglesia es. Si no, es un engaño. Se busca un diálogo sincero, real, verdadero, abierto, sin mentiras ni ocultamientos. El patrimonio de la Iglesia conlleva toda una carga histórica que es irrenunciable, que viene de la cultura judía oriental, grecorromana y europea medieval: esto es la España católica del siglo XVI que llega a las Indias, y desde ahí debe evangelizar el misionero. Desde la Hispanidad.
¿Lo cumplieron los jesuitas? ¡Sin lugar a dudas! Hablamos de misioneros católicos españoles que transmitieron la cultura de la Iglesia a través de un diálogo franco con los pueblos que iban a evangelizar en sus misiones, y construyeron reducciones en donde se encarnaba la cultura y el espíritu del evangelio. Prueba de ellos es, por ejemplo, todo el prolífero material producido en las reducciones a partir de las escuelas de oficios y artes: violines para tocar canciones litúrgicas propias de la época; carpinteros para tallar vírgenes, cristos y altares según las características del llamado barroco americano o colonial; amanuenses y copistas para reproducir breviarios, misales, doctrinarios; imprentas para editar textos clásicos y/o eclesiásticos e incluso escritos de caciques evangelizados, lo que muestra el diálogo con la cultura de los indios; seminarios para que se ordenen sacerdotes los mismos indios. “Aprenden a leer, a escribir, a contar –con cifras que van hasta cuatro en guaraní y a partir de allí en español, porque la lengua indígena no prevé nombres para los otros números- y a cantar en guaraní, español y latín. También se aprende música y danzas europeas, enseñadas por los jesuitas que son generalmente de extracción noble…”. Continúa Di Stefano describiendo el aspecto organizativo y arquitectónico, apuntando que “…la estructura urbana tipo de una misión jesuítica entre los guaraníes contaba ante todo con un corazón constituido por una amplia plaza central. En ella muy a menudo se emplazaba una gran cruz, y a veces también imágenes de la Virgen y del patrono de la reducción, adornados con arcos vegetales durante las fiestas. Alrededor de la plaza se ubicaban los edificios públicos más importantes, la iglesia, la casa de los misioneros, la escuela, los talleres artesanales. Y a partir de la plaza también iniciaba la hilera de las casas en que vivían los indios”. Es interesante como los jesuitas replicaron hasta la disposición arquitectónica típica de las fundaciones españolas de la época. “Al igual que en las ciudades de españoles en cada reducción había un cabildo, compuesto en este caso por un cuerpo de funcionarios indígenas…salvo el corregidor, que era nombrado por el gobernador español del distrito, todos los demás cargos eran realmente cubiertos en forma electiva…y debían obtener al confirmación del párroco”. Sobran y abundan ejemplos.
⦁ Apertura intrínseca de la cultura, que conlleva la posibilidad de transculturación con sus tres criterios:
• Supresión de lo incompatible con la verdad sobre el hombre: se debe eliminar todo aquello que no sea compatible con la dignidad de la persona humana.
• Conservación de lo bueno y de lo indiferente: se busca conservar aquellas costumbres propias de los indios y su cultura que son buenas o, al menos, indiferentes.
• Aportación de lo necesario o conveniente: todo lo que ayude a elevar, perfeccionar, mejorar y/o evolucionar, sean avances técnicos, productos, o aportes educativos, culturales, religiosos, etc.
Una reducción es un pueblo de indios que mantiene sus usanzas, que fueron reducidos por los jesuitas a ciudades más grandes, con una vida política particular, en un territorio propio, y con una organización singular. Qué mejor prueba de transculturación y de apertura intrínseca de la cultura que describir las misiones jesuíticas. Desde los inicios del descubrimiento se había mostrado la corona favorable al sistema de las reducciones para facilitar la evangelización.
Los obispos de México y Guatemala enviaban la siguiente carta al Rey Carlos V el 30 de noviembre de 1537: “Los indios que vivían en los campos acostumbraban construir sus habitaciones en lugares inaccesibles a sus enemigos… Al decir de los misioneros, vivían más como fieras que como hombres… De ahí la gran dificultad para convertirlos, y mayor para administrarles…los socorros espirituales. Muy desde los principios se sintió la necesidad de cambiar una situación que aumentaba el trabajo tanto como disminuía el fruto. Los obispos apoyaban las quejas de los misioneros, y el gobierno, que encontraba tropiezos análogos, nada deseaba tanto como la reducción de esos indios a pueblos ordenados. Repetidas veces lo mandó el Rey; pero los naturales lo repugnaban hasta lo sumo…”
Yendo a Sudamérica, en 1571 Felipe II instruye al nuevo gobernador y tercer adelantado del Río de la Plata, Juan Ortiz de Zárate, para sistematizar las reducciones. Se debía poner empeño, según rezaba la instrucción, para que los naturales “de su voluntad, habiten en pueblos cerca dellos (los españoles) … procurando de apartarlos de vicios y pecados, y malos usos, y procurando por medio de religiosos y otras buenas personas, de reducirlos y convertirlos a nuestra santa fe católica y religión cristiana voluntariamente”.
Serán los jesuitas expertos en poner en funcionamiento, a lo largo y ancho de todo el continente, extensas reducciones de indios de hasta 3000 habitantes en donde su organización da cuenta del espíritu de apertura cultural que tenían, en donde se conservaba lo bueno de los pueblos reducidos y se procuraba eliminar las malas costumbres, incompatibles con la moral y el evangelio cristiano. Fundadas según las leyes de la Corona sobre un territorio propio, eran administradas por un Rector, que dependía del provincial, quien siempre respetaba el orden político local, dividiendo la reducción en cacicazgos conducidos por su propio cacique, quien vivía en una casa que daba a la plaza central, separada del resto de su comunidad, para destacar su importancia. Las misiones o reducciones, en general, intentaban estar separadas y cerradas a los blancos y criollos, generalmente a “3 días de ciudades blancas”, para evitar que sus malos hábitos y costumbres contagiaran a los indios.
Es verdad que existieron también movimientos de resistencia del lado aborigen, del tipo mesiánicos o chamanes que advertían que la vida en las reducciones atentaba contra sus usos y costumbres, por ejemplo, la pérdida del culto a sus ídolos o dioses y la poligamia, costumbres siempre combatidas por los jesuitas. La idea de mantener lo bueno y eliminar lo malo o incompatible con la religión cristiana primaba siempre.
Los aportes, muchos de ellos ya mencionados en párrafos anteriores, fueron variados y significativos. Di Stefano nos dice que “el desarrollo técnico de las reducciones opacaba en algunos casos al de las ciudades españolas. Contaban con molinos, hornos, depósitos e incluso, en algunos casos, con imprentas. El abastecimiento de agua era estudiado con mucha atención y comprendía un sistema bastante eficaz de conductos subterráneos que, desde una o varias cisternas, llevaba el agua a distintas fuentes y a los lugares públicos en los que era necesaria –cocinas comunitarias, baños, lavanderías- y hasta servía para refrigerar depósitos en los que se conservaban alimentos perecederos”.
Mención aparte merecen las reducciones de la provincia jesuítica del Paraguay, creadas en 1604 por el padre Claudio Aquaviva, general de la Compañía de Jesús. Ya en 1607 comenzaron a migrar los primeros jesuitas a la región. Así fue tomando fuerza la obra en la región, tras el exhorto del gobernador Hernandarias de Saavedra al padre Torres, en nombre propio y del Obispo Fray Reginaldo Lizárraga, “para la conversión de los gentiles del Guayrá, Paraná y Guaycurúes”. Fueron exitosas y prolíferas experiencias en el complejo proceso de inculturación y transculturación. Los guaraníes y demás indios de la región se mostraron muy dóciles para el sistema de reducciones, lo que facilitó la tarea. Un elemento característico a mencionar en esta región del continente, es la cuestión de las viviendas y los hábitos familiares que tenían estos indios, los cuales fueron erradicados por los misioneros para combatir la promiscuidad y el incesto. En las antiguas “casas” de los guaraníes, por ejemplo, “convivían muchas familias, en ocasiones hasta dos centenares de personas, cosa que los jesuitas juzgaron antihigiénico y estímulo para todo tipo de promiscuidades, adulterio e incesto. El problema se complicaba además porque para los guaraníes el tabú del incesto excluía del matrimonio sólo a los parientes por vía paterna…Por este motivo en las misiones se optó por conferir a cada familia nuclear una habitación propia, que consistía en un ambiente de seis metros por cinco y que servía de dormitorio y cocina al mismo tiempo”.
El proceso de transculturación, respetando los tres criterios mencionados, se cumplen acabadamente, y existen infinidad de ejemplos para afirmarlo. Solo hemos desarrollado algunos para demostrar el punto, al igual que en el escrito general del presente trabajo.
Debo decir que ha sido relativamente sencillo verificar en los jesuitas y su labor en América los seis criterios de inculturación del Evangelio en las culturas indias, tal cual solicitaba la consigna, aunque a la vez, fue un largo y arduo trabajo de investigación, lectura y contrastación de fuentes y conceptos. Como conclusión debo afirmar que no me caben dudas que la Compañía de Jesús cumplió acabadamente, más allá de pasajes discutibles, con la misión apostólica de evangelizar, y con ello hicieron un gran aporte al proceso de inculturación de América, para lo que fueron también una pieza clave.
Bibliografía
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