Quinquela Martín: “Que sean los colores los que me lleven a mi última morada”
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- Nelson Santillan
- 27 de agosto de 2024
- Via Pulchritudinis
La espiritualidad desconocida de Benito Quinquela Martín, el famoso pintor argentino.
Es curiosa la vida de Benito Quinquela Martín, un artista representativo del puerto de Buenos Aires de principios del SXX. Sus pinturas son reconocidas y valoradas en todo el mundo, y forman parte de nuestro patrimonio cultural. Pero es menos conocida su particular historia.
Se sabe que fue abandonado a los pocos días de nacer, con una nota que decía: “Este niño ha sido bautizado. Su nombre es Benito”. Llama la atención el hecho de que una madre que está en situación de abandonar a su hijo, le haya procurado el sacramento del Bautismo, haya dejado constancia del mismo, y más aún, haya elegido ese nombre que significa “bendecido”. Se desconocen las razones del abandono, pero claramente las acciones que conocemos de su madre hacia él, fueron actos de amor y de fe.
Los primeros años de vida de Benito transcurren en la Casa de Niños Expósitos, hasta que a sus 7 años de edad es adoptado por una pareja conformada por un inmigrante italiano y una mujer de origen indígena, que a duras penas tenían lo mínimo para sobrevivir. Benito era para su padre adoptivo, una ayuda en la ardua tarea de carbonero, aquellos que subían y bajaban las bolsas de carbón de los barcos en el puerto.
Al poco tiempo, el joven Benito ya dibujaba con carbones todo lo que se cruzaba a su paso, para disgusto de su padre, que veía esta actividad como una pérdida de tiempo. Con menos de 18 años abandona el humilde conventillo en el que vivían, para vagabundear por las calles de La Boca intentando hacer del dibujo y la pintura una profesión válida. Es en estas condiciones lo encuentra el pintor Pío Collivadino, quien además de reconocido artista, era en aquel momento el director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Y así comienza la floreciente carrera que lo hará famoso hasta nuestros días.
Pero poco se sabe de la espiritualidad y la pobreza casi franciscana en la que vivió sus días, abrazando la austeridad y la solidaridad con los más humildes del barrio que le daba amparo e inspiración: La Boca.
Conocemos algunas de sus reflexiones gracias a sus cuadernos de pintor, en los que dejaba pensamientos como éste:
«El color nace con uno, es instintivo, elegí el color para los paisajes, para mis barcos y mis cielos, para este riachuelo que prolonga mi vida hacia un río de cambiantes tonos. El color nunca muere, y yo entre colores seguiré viviendo, iré prendido a los colores hasta después de muerto».
Con este criterio, Quinquela pintó su propio ataúd, escribiendo a su funebrero una carta, solicitando el ataúd más sencillo que tuviera, y luego de pintarlo, se lo envió con la indicación de guardarlo “hasta que llegue el momento”, ya que «este lugar será el santuario para mi después».
Para la superficie exterior utilizó una amplia gama de colores, en la tapa pintó un barco cuyo mástil es una cruz, y en el interior, parte de rosa y parte con los colores de la bandera argentina.
«El color no tiene fin. Cada color expresa un momento, una emoción y como yo quiero rendir homenaje a los colores aún después de muerto, pinté yo mismo mi ataúd con los colores argentinos por dentro, y por fuera con los siete del arco iris. «
Siempre consideró que su vida había sido “obra del milagro”, a pesar de las privaciones y de la adversidad, cultivaba un temperamento alegre y agradecido.
“Son los colores los que me acercaron al milagro de la vida, y son ellos los que me llevarán hasta los brazos del Padre.”
Los vecinos de La Boca, como también todos aquellos que lo conocieron, saben que en la vida de Quinquela Martín ha intervenido “el milagro”, como le gustaba decir a él. Lo que tal vez pocos comprenden, es que “el milagro” estaba en su interior.
Por Gachi Clariá, Licenciada En Arte con especialidad en pintura. Profesora de Formación Artística y Cultural del Colegio Fasta Inmaculada Concepción. San Francisco, Córdoba.
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