La Inmortalidad del Alma Humana (2º parte)

Nelson Santillan

Por Juan Ignacio Fernández Ruiz

Retomamos ahora con lo que venimos desarrollando acerca de la inmortalidad del alma humana (la primera parte puede verse en: https://hastadios.com/el-rincon-formativo/la-inmortalidad-del-alma-humana-1ra-parte/)

La piedra fundamental para comprender la tesis propuesta es el hecho de que se trata de un tipo especial de alma que no sólo vitaliza al cuerpo humano, sino que ella vive por sí misma, tiene la vida o el ser por sí misma (dado por el Creador, por supuesto). El alma humana, explica santo Tomás, no está totalmente sumergida o hundida en la materia a la que da el ser, sino que emerge por su nobleza permaneciendo en sí misma, reteniendo el ser en sí misma. El alma no solo se exterioriza hacia el cuerpo, sino que está como recogida interiormente sobre sí. Desde este núcleo personal que trasciende el cuerpo se originan nuestras dos potencias superiores: intelecto y voluntad.

Ahora sí, yendo a la argumentación específica de la incorruptibilidad del alma, pese a la corrupción del cuerpo en la muerte, santo Tomás ofrece varias demostraciones a partir de los efectos: desde las operaciones del alma podemos llegar a conocer su modo de ser. El razonamiento vertebrador es el siguiente: 

  • Premisa Mayor: lo que opera por sí mismo, tiene ser por sí mismo (pues las operaciones son propias de los subsistentes).
  • Premisa menor: el alma tiene un orden de operaciones propias, por sí misma, sin comunicación con el cuerpo y los órganos corporales.
  • Conclusión: el alma tiene ser por sí misma, independiente del cuerpo. Si el alma actúa sin cuerpo, puede vivir sin cuerpo.

La fuerza del razonamiento depende de mostrar que existen en el alma humana un orden de operaciones inmateriales, sin comunicación o dependencia de la materia (premisa menor). Los principios, potencias operativas o facultades desde las cuales surgen estas operaciones deberán ser también inmateriales y, a fortiori, también el alma como sujeto último de estas capacidades.

Nos concentraremos simplemente en dos operaciones per se del intelecto: 

  1. El intelecto es capaz de captar la esencia común o universal de los entes materiales. En estos mismos entes, precisamente por su materialidad, esta esencia siempre se encuentra individualizada: este perro concreto tiene esta raza con este tamaño, este color de pelo, esta altura, etc. Si somos capaces de captar la “perreidad” en cuanto tal, es porque captamos lo que significa “ser perro” más allá de los factores individualizantes concretos, dados por la materialidad. Podemos, entonces, separar de la materia una naturaleza para entenderla intelectualmente. El intelecto y el entender mismo, entonces, tienen que ser inmateriales, de lo contrario, la recepción de los objetos de conocimiento en un órgano individuaría lo conocido, como sucede en los sentidos: el color recibido en el ojo hace que veamos este color particular.
  2. Ningún sentido que conoce con órgano corporal puede volver completamente sobre sí mismo, pues la materia impide la reversión total de la potencia sobre sí misma. El ojo no ve que ve ni se ve a sí mismo. Es imposible que la vista vuelva la mirada sobre sí, pues el ojo siempre se interpone entre la potencia y su objeto, de tal modo que sería como un perro que se persigue la propia cola sin llegar a alcanzarla. Pero el intelecto no solo entiende, sino que también entiende que entiende, y se entiende a sí mismo y a la totalidad del hombre. No puede, entonces, ser material. La reflexividad completa es propia de un ser espiritual.

El alma humana, entonces, es subsistente, inmaterial e inmortal (o incorruptible). Nuestro núcleo más íntimo es capaz de retener el ser y la vida para siempre, sin perecer nunca. Por eso dice santo Tomás que el alma humana no es contingente, como las cosas materiales que tienen ser durante un tiempo, sino que es necesaria, pues no puede no ser, está determinada a ser siempre, el ser le es inseparable.

Sin embargo, es necesaria “por otro”, es decir, por Dios, el único que es absolutamente necesario por sí mismo, pues Él es el mismo Ser y la misma Vida. El alma tiene ser y vida siempre que Dios se los participe. Podría suceder, hipotéticamente, que Dios aniquile el alma. En cada momento, entonces, la vida del alma depende de la voluntad amorosa de Dios que quiere donarle el ser. Más aún, el alma humana no puede empezar a ser sino por creación directa e inmediata de Dios. Los padres disponen la materia para que recibe la infusión del alma de parte del Creador. Esto significa que cada persona humana es fruto de un sí irrevocable del Creador. Dios no crea personas en serie, sino en serio: se ha comprometido en la donación de la vida de cada uno, una vida que a cada uno le ha dado eternamente, sin límite, para que sea vida compartida con Él en felicidad para siempre.

 

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