Padre César al Consejo Plenario: «El Papa nos pide ser agentes eficaces de la Nueva Evangelización». Discurso completo
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- Nelson Santillan
- 19 de noviembre de 2022
- FASTA
El Padre César abrió las sesiones del Consejo Plenario 2022 en su carácter de Presidente de Fasta con un discurso pormenorizado de los que vivió la Ciudad Miliciana durante todo este año en el que destacó como hechos principales la pascua del Fundador y el encuentro con el Santo Padre. Afirmó que «debemos volver a caminar y madurar en la dirección que nos pide la Iglesia. El Papa nos pide ser, desde nuestra identidad, agentes eficaces de la nueva evangelización, capaces de transmitir la experiencia de Cristo al hombre concreto en las culturas de hoy».
Mensaje de apertura
Consejo Plenario de FASTA
19 de noviembre 2022
Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es,
que era y que va a venir», el Todopoderoso. (Ap.1,8)
El Señor que es dador de todo bien, le concede al hombre la autonomía y libertad para
recorrer el tiempo y la historia. Pero también es Padre bueno y misericordioso, y aunque respeta
las decisiones que el hombre toma, … no le deja solo.
“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros …”(Jn 1,14). Nuestro Dios es el
Señor de la historia, insufla con su poder un aliento de vida nueva, de vida en abundancia, que
suscita una fuerte tensión que abre a la esperanza.
Así, insertos desde la fe en el tiempo, ahora podemos leer con nueva luz, esa misteriosa
urdimbre que va tejiendo la Providencia, … nos hace testigos de su amor y peregrinos de
esperanza.
Hoy queridos hermanos de nuestra Ciudad, nos toca la enorme responsabilidad de
contemplar el paso de Dios, y discernir cuál es Su voluntad para esta pequeña parte de su rebaño,
que quiere ponerse al servicio de la Iglesia, nuestra madre y maestra.
La Iglesia contempla y transita la historia con parámetros muy distintos de la medida
humana y racional; “… nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado: escándalo
para los judíos, necedad para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han
sido llamados” (I Cor 1,23-24). Así, la Iglesia tensiona y transita el tiempo desde la centralidad
de Cristo.
“Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: El que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz, y me siga. Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mi y la Buena Noticia, la salvará.”
(Mc 8,34-35). Pero queridos hermanos, atentos y con las armas en vilo vigilando, porque el
cristiano sólo tendrá la fuerza transfiguradora de esa realidad cotidiana, si es capaz de mirar a
través del prisma de la cruz de Cristo.
Es esa cruz, la que nos revela el infinito amor que Dios nos tiene. “¡Ustedes han sido
redimidos, ¡y a qué precio! No se hagan esclavos de los hombres” (I Cor 7,23).
Para quienes hemos sido llamados, Cristo nos configura para ser sus testigos. Para ser
creíbles, debemos presentarnos llenos de una alegría que es fruto de la paz. La Iglesia nos ayuda
a caminar en la historia con una conciencia clara de la acción del Espíritu Santo. Los misterios
de Cristo, vividos en la liturgia, nos permiten ser de nuevo protagonistas en el presente de la
misión. Son éstas fiestas las que nos dan fuerza, sentido y esperanza a nuestro cotidiano caminar.
Creo que el Señor nos ha permitido transitar un año litúrgico de un modo especial. Pido
las licencias para hacer una lectura desde una analogía. Hemos tenido la experiencia de vivir un
tiempo de Navidad, un tiempo de Pascua, un tiempo de Pentecostés, y estamos experimentando,
tal vez, nuestro propio tiempo del Concilio de Jerusalén.
Un Consejo Plenario es un acontecimiento sinodal, que nos ayuda a contemplar,
caminado juntos, la Ciudad desde la Providencia de Dios. Gobernar, decidir, aprobar sólo tiene
sentido desde lo contemplado.
La encrucijada histórica que vivimos, nos muestra que tenemos necesidad urgente de
escuchar al Señor, “Shemá (escucha) Israel …” Dt 6,4; necesitamos que él nos abra los ojos y
los oídos para luego poder dar testimonio de lo que hemos visto y escuchado. Él dará sentido a
la historia, al presente, y nos enseñará Su Voluntad para el futuro.
En este Plenario que hoy comienza, nos colocamos en otra perspectiva del peregrinar de
los discípulos de Emaús.
El Evangelio de San Lucas pone en el centro una cuestión fundamental que permite
entender en plenitud la historia, el presente y el futuro. Una dimensión que los fieles cristianos
jamás debemos olvidar: nuestra inteligencia y nuestra voluntad, no alcanzan si él Señor no
camina con nosotros.
LOS ACONTECIMIENTOS: los signos de Dios en nuestra vida.
Si nosotros, hombres de Emaús de duro entendimiento, necesitábamos pruebas de que
Dios sopla donde quiere, cuando quiere y como quiere; de que es Él el Todopoderoso; de que su
Amor providente está siempre marcándonos paso a paso el camino que hay que seguir, este año
maravilloso tuvimos todas esas manifestaciones. Epifanías de la Providencia, acontecimientos
jalonados, concatenados de tal forma que sólo pueden entenderse si aceptamos que es la
inteligencia divina la que vino a disponerlos.
Los acontecimientos que marcaron este año definitivamente impactan en el alma, el
corazón y el espíritu de toda nuestra Ciudad.
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas! (Lc 24.25) El Señor conoce nuestros corazones, y nuestra ceguera. Por
eso acepta entrar en casa, y parte para nosotros el pan, …“entonces los ojos de los Discípulos se
les abrieron y le reconocieron”.
a. Primer acontecimiento: el Jubileo del 60° aniversario – Vivimos la Navidad
El año pasado tomamos conciencia de estar frente a un tiempo distinto. Estábamos
comenzando una transición. Es un tiempo nuevo, no solo para nosotros, sino para el mundo y la
Iglesia. Una realidad que nos interpela; un hombre que busca sin encontrar; una Iglesia que nos
pide salir a la misión de una Nueva Evangelización.
Fasta se convertía en aquella pequeña cueva de Nazareth. Los corazones debían ser
renovados en la esperanza. La moción del Espíritu nos convocó a un Plenario. Un Plenario con
muchas cosas importantes. Ciertamente lo fueron las políticas que se definieron. Pero en la
distancia vemos más claro. Lo importante fueron las palabras del Cura junto al altar, en ese abrazo
a los del camino recorrido, a los presentes y sobre todo a los que no iba a conocer. Comenzaba a
despedirse.
Hoy también vemos asombrados otro signo que la providencia nos regaló:
proclamábamos un año Jubilar. Queríamos que la fuerza de la Buena Nueva llenara los corazones
de todos los habitantes de nuestra Ciudad.
El año jubilar partió de una acción de gracias por el paso de Dios en nuestra historia. Pero
a medida que fuimos transitando por este acontecimiento, fuimos cobrando conciencia de que
era el Señor quien estaba escribiendo la historia, no nosotros. Como lo hacía con los discípulos
de Emaús, Él nos iba explicando las escrituras en el camino. Así aprendimos que no nos tocaba
a nosotros ser escribas, sino lectores: es Dios el autor del relato y nos toca aprender, leer en sus
pasos e ir descubriéndolo presente en el camino. El Señor nos tensiona y alienta desde su
promesa; y conmueve y compromete en sus profecías.
Los discípulos de Emaús, recorren dos caminos.
El primero es hacia atrás, para tomar conciencia que el Señor ya estaba. Nosotros creímos
que el gozo sería fruto de la contemplación de la historia recorrida. Debíamos ser capaces de leer
las maravillas de la acción de ese Padre Misericordioso, en una historia ya transitada. Ciertamente
eso es así. Podemos cantar con el Salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres”.
Así este año jubilar, que comenzó como una evocación gozosa del paso de Dios, donde
fuimos cobrando una conciencia creciente de quién era el que nos acompañaba en el camino, y
donde la plenitud de ese encuentro, se dio con la presencia en la eucaristía. Maduraba la
autoconciencia. Pero esto es sólo una parte del camino, es solo una parte de la alegría que nos
tenían reservadas las gracias del Jubileo.
b. Segundo acontecimiento: la Pascua del Fundador
La Providencia urgía nuestra conciencia para que, en un acto de justicia, gratitud y amor
filial, realizáramos un sentido reconocimiento a nuestro querido Fundador. Empezamos a soñar
el cómo y cuándo. No podíamos tomarnos mucho tiempo. Tomamos la decisión que nuestro
Directorio, representando a toda la Ciudad, viajara al encuentro del padre en el sur. Le hablamos,
lo escuchamos, gozamos con su última obra. Le entregamos nuestros presentes y le cantamos.
Rezamos con él.
Allí, el Cura nos decía: “Me voy, me voy, me voy … les dejo un legado …”
La Navidad nos ponía ya en camino de la Pascua.
El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante
triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén
que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo
referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de
Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para
ser condenado a muerte y lo crucificaron. (Lc 24,17-20)
A poco de caminar este año, nos conmovía la noticia más importante desde la fundación
misma de FASTA: la Pascua de nuestro Fundador.
Finalmente, nuestro Fundador -luchador incansable en los caminos del Señor; hijo de
Santo Domingo y Quijote esperanzado-, después de pelear largos años contra la enfermedad,
daba el gran salto, convocado a comparecer ante nuestro Creador. Años duros para él, pero que
no menguaran aquellos ni su fe, ni su esperanza, ni -mucho menos- su caridad.
Debemos tomarnos el tiempo para contemplar las muchas bendiciones y gracias
recibidas, paradójicamente junto a la tristeza y dolor de su partida. Me atrevo a decir que una de
ellas fue desde el primer momento, anunciar su muerte inserta en el misterio redentor.
Anunciamos la Pascua de nuestro Padre Fundador.
En su despedida, el Cura reunía a dos de sus grandes amores: la Orden y Fasta. Su féretro
fue escoltado hasta el atrio de la basílica de Santo Domingo, por nuestros jóvenes al canto
fervoroso de nuestras marchas (quien pidiera en su ordenación la gracia de ser apóstol de los
jóvenes), y allí pasaba a las manos firmes de sus hermanos de habito, que con profundos y
hermosos cantos litúrgicos le dejaron frente al altar. El Cura sabía siempre poner a la Orden en
el corazón de Fasta, y a Fasta en el corazón de la Orden. Ahora nos decía: les toca a ustedes
sostener la cercanía y afecto en la comunión.
¡Cuántos signos!, ¡Cuántos testimonios!, ¡Cuánta oración y gratitud!
A quienes asumimos, casi sin ser del todo consientes, la consigna del Jubileo: “Nosotros
no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20), hoy y mañana será un reclamo a
nuestra conciencia esa responsabilidad.
La Fe y la esperanza nos hablan de la misericordia de un Padre bueno por su hijo
sacerdote. Seguro que nuestro querido Cura escuchará estas palabras: “Está bien, servidor bueno
y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más; entra a participar en
el gozo de tu Señor” (Mt 25,23) Incluso como buen discípulo de Santo Tomás, y como aquel
gran Santo, el Cura escuche tal vez decir a Jesús: “…has predicado y escrito bien de mi, Aníbal”.
La Pascua termina en la Ascensión: “… se les aparecieron dos hombres vestidos de
blanco que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que
les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.
(Hch 1.11)

Este don de leer la dirección que la Ciudad debía tomar, que en vida y por gracia
carismática y profética recibida, ejercía el Fundador tomándonos de la mano, hoy nos toca a
nosotros, sus hijos, asumir esa responsabilidad y misión. Ya no está el Fundador en el tiempo,
así que le toca a la Ciudad organizada, en ejercicio de su identidad eclesial, seguir leyendo esa
voluntad, seguir construyendo y sosteniendo este espacio de salvación suscitado por Dios,
teniendo por su instrumento al Padre Fosbery. En fidelidad a esa gracia y encontrando a cada
paso las respuestas necesarias para que el carisma se manifieste siempre joven, y en atento
diálogo con el hombre de hoy.
c. Tercer acontecimiento: Pedro nos recibe en Roma – Pentecostés
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es
verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les
había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24.33-35).
A poco de iniciado el Jubileo, la Providencia nos regala una audiencia con el Nuncio
Apostólico en la Argentina. Mons. Miroslaw Adamczyk. El motivo era presentar la obra de Fasta.
Cuando estábamos preparando esa reunión, la Cath. Angela Varela nos propone solicitar una
audiencia con el Santo Padre, como indican los protocolos, con motivo del 60° aniversario de
Fasta. Queríamos pedirle a Pedro que nos reciba. Nos sentíamos presurosos de ir a Jerusalén,
para dar testimonio de las gracias contempladas en nuestra historia. Queríamos contar lo que
vimos y oímos.
En ese momento, no sabíamos lo que el camino en su derrotero nos tenía preparado. Nos
movía, sobre todo, una gran expectativa del posible y gozoso encuentro con el sucesor de Pedro
en nuestro 60° aniversario. Necesitábamos marchar, peregrinar hacia él, demostrarle nuestro
amor filial. Al poco tiempo, ese gozo empezaba a concretarse cuando se nos comunicaba la
noticia de que el Santo Padre recibiría a FASTA en Roma.
Pero como se dice en España, una de cal y una de arena. Cuando esa alegría se hacía lugar
en nuestro corazón, nos golpea el dolor, muere el Cura.
Éste acontecimiento nos cambió la motivación de ir a Roma, ya no deberíamos ir a contar
lo que hacemos. Había muerto nuestro Fundador, nuestro padre. Nos embargó la sensación del
huérfano. Es en ese momento donde la Providencia hablará con claridad y fuerza. Por un lado,
nosotros necesitábamos ese abrazo y consuelo que la intimidad del amor puede ofrecer: ahí
aparece la Iglesia como Madre, para asegurarnos que no estamos solos, que somos sus hijos y
que nos protejerá. Por otro lado, necesitábamos preguntar a Pedro: “Al escuchar esto, todos se
conmovieron profundamente y les preguntaron a Pedro y a los otros apóstoles: -Hermanos, ¿qué
debemos hacer?” (Hch 2,37) Necesitábamos que Pedro, el Papa, el dulce Cristo en la Tierra, nos
hablara al corazón, nos confirmara en la fe, en la identidad del carisma y estilo. La gracia de
nuestra confirmación en Pentecostés.
Estos acontecimientos marcarán definitivamente nuestra historia.
Un día soleado de Roma, se abrían las puertas de la Santa Sede para recibirnos a nosotros,
humildes peregrinos; una obra sencilla, pero con vocación de grandeza, fundada por un sacerdote
que ya habita en la casa del Padre. Fuimos a Pedro, y Pedro nos recibió.
Desde su entrada, el Santo Padre se presentó cercano y diría que con cierto entusiasmo.
Me piden que en nombre de Fasta lea el mensaje al Papa. Inmediatamente el Papa Francisco toma
un texto que le alcanzan para dirigirnos sus palabras. Pero allí se produce algo inesperado. Me
llama y entrega el mensaje y pide que lo demos a conocer, pero que él quiere hablar con nosotros.
Definitivamente el Cura estaba allí con nosotros. El Papa da al encuentro el tono de cercanía y
afecto, aquello que tanto necesitábamos.
El encuentro con el Santo Padre supuso dos grandes impactos para la Ciudad:
- Primero, el acontecimiento mismo de que el Sucesor de Pedro nos recibía como padre. Nos
recibió con los brazos abiertos, y nos habló. Nos evocó a nuestro padre, y nos llamó a la misión.
Abrió los brazos y sonrió, y nos consoló. Y nos dejó un mensaje dicho de distintas maneras: “Ya
no está en la historia el Fundador: confíen en la Iglesia. Tienen a la Iglesia, sigan adelante.
Vamos a la misión”. - El segundo impacto de este peregrinar a Roma, fue la confirmación del llamado a la Nueva
Evangelización. El Papa Francisco presenta como bien común de la Iglesia este hecho de volver
a poner a Cristo en el corazón de los hombres y las culturas del Siglo XXI. Durante todo su
pontificado llama a toda la Iglesia a lanzarse a una Nueva Evangelización, y a eso fue convocando
nuestro movimiento. Por eso fuimos, con otras organizaciones y movimientos, a participar de
diversos eventos en los que la Santa Sede iba reuniendo y ordenando a sus fuerzas. Por eso
también, nos recibió el Papa.
Sus dos mensajes, serán objeto de una profunda actitud de contemplación y estudio por
parte de toda nuestra Ciudad.
Tuvimos la certeza de que aquello era sin duda una caricia de Dios Padre. El Papa al final
saludó a cada uno de nosotros, teniendo gestos y palabras hermosas. Comentamos seguros, que
el hecho inesperado de adelantar la audiencia media hora, fue para tener más tiempo con Fasta.
Dos momentos para destacar. La misa en la Basílica de San Pedro, el domingo 2 de
octubre (día de los santos Ángeles Custodios, y aniversario de la primera aprobación jurídica de
Fasta); fue celebrada en el altar que lleva el nombre, enormemente significativo para nosotros en
ese momento, de la sede de Pedro. El segundo, fue la cena en un restaurante en la zona del
Trastevere, donde celebramos con intensidad y profunda alegría las misericordias de Dios.
Misteriosamente (y sin buscarlo), en ese mismo lugar en el año 1997 celebramos la aprobación
pontificia de Fasta.
Además del encuentro con el Santo Padre, quisiera señalar tres vivencias.
La primera es que desde el comienzo entendimos que lo que haríamos no era solo un
viaje, sino que tenía el sentido profundo de una acción espiritual, lo planteamos como una
peregrinación. Una vez allí, descubrimos asombrados por las cosas de Dios, que se trataba de un
encuentro fraterno, donde se hacía presente toda la Ciudad. Cada espacio, cada realidad, cada
estructura y cada hermano de todo pueblo, lengua y nación podía decir: “Presente”, o mejor ¡A
tus órdenes!
Segundo, que es la misma Iglesia la que salía a nuestro encuentro a recibirnos como a un
hijo. Así, algunas de las distintas estructuras que acompañan al Papa en el gobierno de la Iglesia,
nos recibieron. El primero fue el Dicasterio de Laicos, Familia y Vida, con el Prefecto, cardenal
Kevin Farrell y la Subsecretaria Dra. Linda Ghisoni. Luego, la Secretaria General del Sínodo de
los Obispos, con el Secretario Card. Mario Grech; el Dicasterio para la Evangelización, el
prefecto Mons. Rino Fisichella; el Dicasterio para la Cultura y Educación, con Mons. Melchor
Sánchez de Toca; con la Conferencia Episcopal Italiana; y finalmente con la Presidente de la
Sita, la Prof. Lorella Congiunti. El tono con que fuimos recibidos en todos los casos fue de
cercanía, escucha y atento seguimiento de las misiones y acciones pastorales, planificaciones y
estructuras organizacionales de la Ciudad Miliciana.
Tercero, es como también asumimos que en éste ir a Roma era ir al origen, allí también
necesitábamos asumir el fuerte tono de identidad, que en la historia y en la vida espiritual
tenemos, en relación a nuestra querida Orden de Predicadores. El Cura nos hizo conocer y amar
no sólo al Patriarca Santo Domingo, y a los grandes santos de la Orden, sino su historia y a los
frailes, sus hermanos en concreto, con nombres y apellidos. Así comenzamos nuestra
Peregrinación en Santa María Sopra Minerva, donde nos permitieron en la cripta rezar y abrazar
a Santa Catalina de Siena. Fuimos al prestigioso estudio del “Angelicum”, donde visitamos su
claustro y escuchamos anécdotas. Nos recibieron en la Curia Generalicia de la Orden, en Santa
Sabina; allí presidió la eucaristía Fr. Pablo Sicouly, socio del General de la Orden, quien nos
regaló una hermosa y sentida homilía. Visitamos la hermosa Siena. También Orvietto, lugar
donde Santo Tomas escribió los textos litúrgicos para la fiesta de Corpus Christi. Finalmente,
terminamos la peregrinación del camino que nos llevó tras los pasos de Santo Domingo, en
Bologna, a los pies de la tumba del Patriarca. Damos gracias a los hermanos Frailes, por su
generosidad para con nuestro Fundador, y ahora por reconocernos como “fraticcelis”, pequeños
hermanos que participan del gran tesoro de gracias, dones y bendiciones de la Orden de
Predicadores. Regresamos también fortalecidos y confirmados en la Espiritualidad.
El camino recorrido en Roma, la nueva Jerusalén, nos permite sentirnos acogidos y
seguros en el seno de la Iglesia, siendo confirmados por el soplo del Espíritu Santo en nuestra
particular vivencia de Pentecostés.
d. Cuarto acontecimiento: nuestro Concilio de Jerusalén
En el inicio de nuestro período de conducción tomábamos como consigna: “Fidelidad y
Renovación”. Esa tensión que como decía nuestro Fundador, puede resolverse sin caer en la
dialéctica, sólo en el seno de la Iglesia.
Cuando en el seno de una familia se produce la muerte de ambos padres, ya dejamos de
mirar hacia arriba; es tiempo de mirar a los costados, es tiempo del encuentro fraterno. Son los
hermanos quienes deben juntos discernir cómo debemos seguir caminando, para construir la
comunión que era ejercida con amor por los padres. Deberemos ser custodios del bien común en
la misión.
“Llegados a Jerusalén fueron bien recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y
presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los
fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a
los gentiles y obligarlos a observar guardar la Ley de Moisés. Se reunieron entonces los
apóstoles y presbíteros para tratar este asunto.” (Hch 15,4-6)
Debemos poner al Cristo vivo, al Cristo resucitado en medio de nuestras comunidades.
Que Él sea el fundamento y la roca firme sobre la cual contemplemos, construyamos,
sostengamos y protejamos nuestra querida Ciudad Miliciana, aportando desde el carisma recibido
como don, en servicio valiente y generoso a toda la Iglesia.
Debemos reunirnos, para en humilde oración, pedir al Espíritu Santo que ilumine nuestras
inteligencias y corazones para discernir en la voluntad de Dios, qué es aquello que es esencial,
aquello que tiene que ver con la identidad y naturaleza del don carismático, aquello a lo cual
debemos ser fieles. Deberemos además, pedir las gracias necesarias para responder al hombre de
hoy, con un servicio magnánimo y actitud de cercanía fraterna. Debemos ser esos peregrinos de
esperanza, para un mundo y un hombre que se encuentra en la interperie; que se siente solo,
apaleado y medio muerto. Debemos renovar en nuestros hermanos la esperanza del amor de un
padre que está siempre dispuesto a salir a su encuentro para abrazar y revestirnos de su
misericordia; un amor que renueva la conciencia de ser hijo amado.
Y … el Espíritu ya ha soplado, moviendo el corazón de los nuestros.
Aquellos que el Señor en el inicio de su caminar encontró en Galilea, aquel par de
hermanos, aquellos de Leones (trigo), de Mendoza y San Juan (vino), aquellos de Tucumán y la
docta Córdoba. Ellos nuestros hermanos mayores movidos por el Espíritu, se autoconvocaron en
el Norte, Tafí del Valle. Se encontraron para reconocerse, como herederos de una experiencia de
amor y misericordia, primero en sus propias vidas, y luego como parte de un destino común. Son
los miembros más cercanos históricamente al Fundador, son quienes estuvieron con él desde los
primeros tiempos. Y también aquellos otros que vivieron los mismos acontecimientos históricos
y espirituales, que se conmovieron con el Padre por las mismas cosas que pasaban el en mundo,
en la Iglesia y en la Patria.
Como pasó con todos los acontecimientos que vivimos, detrás del encuentro soplaba el
Espíritu, tensionando la realidad por encima de las categorías y previsiones de los hombres… Se
subieron al árbol, como Zaqueo en Jericó, para poder ver el paso de Jesús. Desde allí escucharon
al Mesías que les decía: “…baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19,
5). Vieron a Jesús que transforma todo, y se preguntaron (otra vez) si estaban dispuestos a dejar
todo por Él. Si su historia de 60 años podía considerarse como una “nada” frente al misterio de
Jesús que viene a morar en la Ciudad.
A vosotros queridos hermanos mayores, queremos preguntarles como lo hicimos con
Pedro: -Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Queremos escucharles, queremos caminar con
ustedes este tramo del camino. A ellos les reconocimos como la Generación Fray Bernardo.
Pero nuestra obra es una Ciudad, y misteriosamente la Providencia no quería que nos
olvidáramos del nuestro origen. Y sonaron, con fuerza y fervor renovados, las gestas de esos
locos lindos, de nuestros jóvenes. Se fueron al sur de la Argentina, con sueños de una Patria
rescatada, a rezar por la unidad y la paz. Fueron a San Julián, donde se celebró la primera misaen estas tierras, fueron a rendir un justo homenaje a quienes la ideología quiere mancillar y
olvidar: a nuestros héroes de Malvinas. Ellos, nuestros jóvenes, bautizaron a su generación como:
“Generación Austral”.
Después, solo unos pocos días, nos encontrábamos en Rosario. Allí nuestros jóvenes,
como en los primeros años de la Milicia, celebraban su propio Consejo. Nos sentimos
conmovidos. Nuestros jóvenes son aquellos que, en un mundo que solo ve en su horizonte la
medida de su egoísmo, están dispuestos al servicio de grandes ideales. Tenemos que
acompañarles y cuidarles, son la gran reserva y herencia que el Señor nos regala.
También allí celebramos el 40° aniversario nuestra querida “Fundación Alborada”, y la
incorporamos formalmente a la vida de la Ciudad. Esta obra que fue otra gran ocasión con la cual
nuestro Fundador nos enseñó a mirar con ojos distintos a quienes el Señor llama y elije para estar
a su lado. Este mismo año jubilar, se suma en el gozo de toda la Ciudad el 30° aniversario de la
Ufasta, obra que ocupara siempre un lugar privilegiado en la vida y el corazón del Cura.
Nuestros hermanos consagrados querían también dar su fuerte ¡A tus órdenes!, en la gran
fiesta de la Ciudad. Un nuevo sacerdote era ordenado y, en pocos días, dos hermanas Catherinas
realizarán su compromiso definitivo.
Pero, como toda historia del hombre que transita el tiempo, nuestra historia es también
escrita con luces y sombras. Se hace presente un protagonista de la historia: el maligno, que
quiere desencantar y desilusionar, haciéndose fuerte en las limitaciones, pequeñeces y miserias
del hombre, de nosotros mismos. Esto reclama estar vigilantes, y revestirnos de misericordia.
II.- AUTOCONCIENCIA ECLESIAL DE FASTA – De cara a la misión.
Decíamos que en este Consejo Plenario nos planteamos ejercer en madurez nuestra
autoconciencia eclesial, a la luz de la misión. Contemplar el paso de Dios en nuestras vidas nos
permite leernos, interpretarnos e interpelarnos en orden al cumplimiento de nuestra misión.
La conciencia sobre el propio ser y obrar es lo que llamamos “autoconciencia”. Esa
“autoconciencia” puede ser de la persona singular o bien un dinamismo de una comunidad sobre
sí misma y/o sobre la realidad que la circunda.
Cuando hablamos de “autoconciencia eclesial”, nos estamos refiriendo a la percepción y
reconocimiento de los miembros de una comunidad sobre las notas entitativas y operativas que
identifican a esa comunidad como parte del Cuerpo Místico de Cristo. Por el objeto en el que
recae, esa autoconciencia eclesial requiere de un abordaje que va más allá de la naturaleza y las
fuerzas humanas, las que necesitan ser iluminadas por la fe.
La conciencia que madura con el hombre o en las comunidades por crecimiento, no por
dialéctica.
En nuestra historia, este recorrido entre realidad y autoconciencia eclesial, lo hicimos de
la mano de nuestro Fundador. Hasta este año fuimos llevado por su mano en este dinamismo de
identificarnos y reconocernos como comunidad de Iglesia.
Podríamos discurrir y analizar distintos hitos que se dieron en nuestra historia y que
podrían considerarse generadores de una conciencia eclesial de Fasta. Pero vamos a proponer
dos grandes –y hoy nítidos- ejercicios de “autoconciencia eclesial” en nuestra Ciudad.
Comencemos con nuestra fundación, nuestro carisma de comunidad. La Ciudad Miliciana
nace en 1962 como espacio de salvación manifestándose como una milicia. A partir de los
primeros y juveniles pasos, entre campamentos y ascensiones, fuimos recorriendo un camino
institucional que signó los primeros lustros. Como dice el Preámbulo Fundacional (n°1)
“Milicias juveniles primero, fraternidad seglar de la Orden Dominicana luego, asociación
privada de fieles, y, todo ello, siempre, como Ciudad Miliciana que incorpora en la comunión
original de un mismo espíritu sacral, sapiencial y apostólico, tanto a las personas como a las
obras, más allá de sus propias y concretas inserciones jurídicas, normativas, vocacionales y
organizacionales…»porque fuimos ciudad, crecimos…».-
Siempre fuimos Ciudad. Fuimos fundados como Ciudad. Siempre fuimos Iglesia. Con el
transcurrir de los años y las enseñanzas del Fundador, fuimos madurando y alcanzando mayor
conciencia de ello.
Pero he acá que en 1985, el Padre Fundador escribía una marcha que hoy es nuestro
himno: “Ciudad”. Allí nos enseñaba que “…porque fuimos Ciudad, crecimos; porque fuimos
ilusión, llegamos; porque antes de nacer, supimos que en el antes de llegar, estábamos…”. A
poco de componer esta poesía, el Cura comenzaba un recorrido por toda la Argentina, visitando
las comunidades milicianas de aquel entonces, predicando reflexiones sobre la Ciudad de Dios
en medio de la ciudad de los hombres, y la vocación de Fasta de ser “la Ciudad”.
Finalmente, este proceso maduró en un acto de conciencia. En el mensaje de apertura del
VII Consejo Plenario de Fasta, en Lulunta, Mendoza, un 9 de julio de 1987, el Fundador
proclamaba:
“La «Milicia» nació en una formación de fervorosos jóvenes y niños que alrededor de
una Plaza de armas con banderas, cruz, oración, orden del día y canto quería significar una
plenitud insondable en nuestra infancia militante. Ese signo convocante de la vida en actitud de
servicio hacía eficaz y siempre presente un estilo, conmemoraba una rica tradición de Occidente
y anticipaba en sus gestos la prefiguración de la Ciudad Miliciana.
“Fundada la ciudad por designio de Dios como «grano de mostaza» enterrado en sus
cimientos hace ya 25 años, hoy debemos incoarla plenamente en nuestra conciencia y destino
común, recapitular la memoria fundacional en un acto vivo que la instaure definitivamente en
nuestros corazones.
Hoy podemos ver con nitidez en este acontecimiento un primer acto de autoconciencia
eclesial de Fasta: la proclamación de la Ciudad Miliciana en 1987. Hasta entonces, solíamos
referirnos a nosotros mismos como la “institución”. El Fundador nos anunciaba que siempre
habíamos sido Ciudad, y nos proponía leernos en clave de tal.
Sigue el recorrido. La Ciudad crece. Fundamos en otras tierras. Nos reconoce la Santa
Sede en 1997 como Asociación Privada de Fieles de Derecho Pontificio. Juan Pablo II convoca
en Pentecostés de 1998 al “I Encuentro Mundial de Movimientos Eclesiales y Nuevas
Comunidades”.
Le tocaba a Juan Pablo II cerrar el Concilio Vaticano II, purificar la Iglesia, revestirla de
blanco y prepararla para el tercer milenio. Así, Juan Pablo dejaba abiertas las puertas de ingreso
a una nueva era de la humanidad. Definió todo lo que era necesario definir. Entre las cuestiones
que abordó en su pontificado, le tocó precisar y definir estas realidades que aparecían con una
fuerza inusitada en la Iglesia: los nuevos movimientos. Juan Pablo II los convocó, definió sus
notas, su vocación y misterio. Los proclamó “frutos del Espíritu Santo” y “primavera de la
Iglesia”. El Cardenal Joseph Ratzinger definía la “naturaleza y lugar teológico” de esos nuevos
movimientos. Fasta estuvo presente de ese encuentro. Siendo ya papa, Benedicto XVI continuó
el recorrido, y volvía a convocar a los movimientos a un “II Encuentro”.
Con estos pasos de la Iglesia, comenzó un nuevo proceso para la Ciudad. La realidad
seguía interpelando la conciencia.
Nuestro Fundador percibió esto, y nuevamente nos llevó de la mano, pero con un
importante matiz.
Octubre de 2006. Nuevamente en un Consejo Plenario. El Fundador nos convocaba a leer
la realidad de Fasta a la luz de la eclesiología y las orientaciones pastorales de San Juan Pablo II
y BenedictoXVI. Nos decía el Cura al iniciar ese Consejo en un documento titulado
“Autoconciencia Eclesial de Fasta. Examen para la reflexión”:
“Por “autoconciencia eclesial” entendemos encontrar criterios de identidad y pertenencia de
FASTA respecto a lo que la Iglesia entiende hoy cuando habla de los movimientos y nuevas
asociaciones eclesiales. No se trata de buscar una nueva identidad en FASTA, que ya de suyo la
tiene, sino poner esa identidad en relación con la forma con que la Iglesia describe a estos
movimientos y nuevas asociaciones. De esta manera aspiramos a que, de las reuniones de este
Consejo Plenario, surjan políticas, metas y programas de acción que enriquezcan a FASTA en
cuanto considerada como un movimiento y nueva asociación laical de la Iglesia.”
Se daba asi nuevo paso en la maduración de nuestra conciencia.
Las directrices que marcaba la Santa Sede, y el mismo crecimiento de la Ciudad, llevaban
al Fundador a plantear preguntas y a pedir respuestas y aportes de las comunidades de Fasta. Se
orietaba este proceso impulsado por el Cura, a obtener claves de interpretación que nos
permitieran entender y asumir nuestra realidad eclesial desde la condición que nos reconocía la
Santa Sede: la condición de movimiento. Nos interpelaba el Cura a la luz de las premisas de San
Juan Pablo II acerca de si reuníamos los criterios de eclesialidad propuestos, y cómo lo hacíamos.
Desde esa perspectiva madurábamos, entonces, nuestra conciencia eclesial: Fasta era ya un
movimiento reconocido por la Santa Sede como espacio de salvación. Esto era lo que marcaba
fundamentalmente nuestra autoconciencia eclesial.
“A partir de ese histórico acontecimiento [el Congreso Mundial de Movimientos de mayo
1998, convocado por el Pontificio Consejo para los Laicos] FASTA queda incorporada al
conjunto de los movimientos y nuevas asociaciones eclesiales. (…) por este motivo, FASTA debe
tomar en cuenta los criterios que la Iglesia ha aplicado para incorporarla a FASTA como un
movimiento y nueva asociación eclesial y, a partir de esa lectura, hacer su “autoconciencia”
para discernir su identidad eclesial y los criterios de pertenencia institucional y particular a esta
nueva realidad.”
Destacamos, entonces, un segundo momento en el que maduramos nuestra
autoconciencia eclesial: el Plenario 2006.A partir de alli nos asumimos plenamente como
Asociación de Fieles de Derecho Pontificio. En este proceso, el Fundador ya no sólo nos
anunciaba una realidad, como lo hiciera en 1987: además, preguntaba y nos invitaba a dialogar
como Ciudad organizada acerca de esa naturaleza eclesial. Sin darnos cuenta, nos estaba
enseñando cómo debíamos hacer en el futuro cuando ya no estuviera.
… La Iglesia sigue caminando. Fasta, camina con ella.
Entendemos, entonces, que nos encontramos frente a otro gran momento que debemos
contemplar y reflexionar para seguir madurando nuestra autoconciencia.
Llegamos al tiempo de Francisco.
Las puertas del III milenio que abrieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, fueron
atravesadas con fervor por el Papa Francisco. A él le toca la misión de hacer ingresar a la Esposa
de Cristo en esta nueva era, con las características del hombre y las culturas de hoy. De eso
hablamos en la apertura del Plenario 2021.
Francisco viene a incorporar una nueva perspectiva a la vida de la Iglesia: plantado en la
Nueva Evangelización como bien común, incorpora las notas necesarias que debe reunir ésta en
el tercer milenio. Situado en el mundo del Siglo XXI, Francisco se para frente a una nueva
realidad mundial y, desde allí, lee la misión de la Iglesia. Frente a esa nueva situación, el Papa
convoca a la Iglesia a implantar a Cristo en el medio de las culturas, utilizando el lenguaje de la
misericordia, del testimonio y del servicio. El Papa percibe el cambio de época y las profundas
transformaciones antropológicas y culturales, las peripecias ambientales y sociales que aquejan
al hombre y al planeta. En aquella oportunidad señalamos algunas notas de este tiempo. A ellas
nos remitimos.
A la luz de los acontecimientos de los últimos lustros (del mundo, de la Iglesia y propios)
la autoconciencia eclesial de Fasta ha de expresarse, entonces, en la participación y respuesta a
este llamado que hace el Papa a toda la Iglesia desde el aporte de nuestro carisma.
En este contexto del llamado de Francisco a asumir la misión de la Iglesia, por voluntad
de Dios se nos pide un nuevo desafío: ya no haremos este momento de reflexión con la presencia
física del Fundador, deberemos contar con su ayuda desde la guardia que hace en los luceros.
La Ciudad Miliciana debe asumir la madurez, nosotros herederos de un patrimonio, de
un carisma, debemos interpretar los signos de los tiempos, definir los desafíos de la Ciudad,
afrontar las grandes decisiones.
¿Dónde descansaremos ahora que no podemos buscarlo para preguntarle? En el
patrimonio, en el carisma, en la comunidad, en la Ciudad Miliciana.
Es tiempo que los hijos asuman el legado, y lo lleven tan lejos como el Fundador lo soñó.
Entonces, queridos camaradas:
Habiendo asumido nuestra conciencia que somos Ciudad;
Habiendo alcanzado la conciencia que somos un movimiento reconocido por la Santa
Sede;
Debemos volver a caminar y madurar en la dirección que nos pide la Iglesia. El Papa nos
pide ser, desde nuestra identidad, agentes eficaces de la nueva evangelización, capaces de
transmitir la experiencia de Cristo al hombre concreto en las culturas de hoy.
Hoy debemos caminar para madurar nuestra la autoconciencia eclesial a la luz de la
Misión. Eso es lo que hoy nos pide la Iglesia.
Gracias querido Cura por habernos enseñado.
Gracias querido Papa Francisco, por habernos confirmado y llenado de esperanza;
Gracias a todos los milicianos que caminaron y caminan los senderos de nuestras
patrias, los primeros, los fundadores, los que integran la milicia celestial, los que cada día, cada
sábado construyen la Ciudad,
Gracias a esta Ciudad que, en lo cotidiano, tiene la fuerza de pedirme la entrega
fervorosa de la vida, y que es capaz de poner en mi corazón la paz de conciencia de ser un hijo
amado que camina a la casa de su Padre.
Gracias a todos ustedes queridos hermanos por aceptar ser, más allá de sus talentos o
de sus limitaciones, protagonistas de esta hermosa aventura…
…Gracias por ese… (pausa) ¡A tus órdenes! … que se renueva en el amor… y que se
hace servicio.
Como dice nuestro himno: “… enristrada mi lanza en mi destino, los molinos de viento
voy sobrando; y en el ruca, que fue sueño de niños, con las cosas del hoy me voy topando”.
El Señor dador de todo bien les conceda la gracia de ser fieles testigos de ese amor frente
a sus hermanos. ¡Dios les bendiga! - ¡A tus órdenes!
Pbro. César Garcés Rojas
Presidente de Fasta
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