Estela Murtagh: «En África he encontrado a Dios»
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- Nelson Santillan
- 28 de noviembre de 2021
- 4
- Kinshasa
Estela Murtagh: «En África he encontrado a Dios»
Mañana lunes a las 18 horas podrás participar a través de zoom de la presentación del libro de Estela Murtagh «Reflejos de un sol africano sobre sus 37 años viviendo en el Congo» Aquí un anticipo del libro.
Anticipo del libro «Reflejos de un sol africano»
Link al zoom: https://zoom.us/j/92784775276?pwd=M2Y5ajlzS2RWUURUL0t1Zmd4NHJYUT09
ID de reunión: 927 8477 5276
Código de acceso: fasta2021
¿ESTÁS DISPUESTA?
Después de catorce años trabajando en La Chacra, en marzo de 1984 me mudé a Laya, un centro contiguo al CUDES, un edificio de siete pisos en el que se alojaban estudiantes universitarios y la Comisión Regional del Opus Dei en Argentina. En octubre de ese año, hubo en Buenos Aires un Congreso Eucarístico del que participó una representación del Vaticano. Yo tuve la suerte de poder atender a algunos obispos que se alojaron al lado de la Nunciatura.
Una de esas noches habíamos organizado una serenata para homenajear a los huéspedes. Justo antes de ir para cantar, me preguntaron, de parte del Prelado, si quería venirme al Zaire. Respondí inmediatamente que sí, pero me pidieron que lo pensara con calma y que luego escribiera al Padre dándole mi respuesta. Al volver a las mil y una de la noche, después de haber cantado y gritado, no lograba dormirme. Si me dormía, era para soñar que estaba presenciando mi propio velorio ya metida en el cajón, y que a mí alrededor bailaba una multitud de negritos.
A las tres de la mañana, me levanté para escribir la carta al Prelado diciéndole que estaba dispuesta a venirme al Zaire, pues pensé que la única manera de conciliar el sueño era tomar la decisión que me impedía dormir. Al mes y medio, me llegó la respuesta: podía irme en cuanto arreglara mis papeles. El pasaporte ya estaba hecho, faltaba el paso importante de anunciárselo a mi familia, antes que a ninguna otra persona.
Como el 26 de noviembre a mi hermana Celina le harían una cesárea, me pareció oportuno esperar a que hubiera pasado el nacimiento y que todos estuvieran más tranquilos. Fui al hospital a verla y a conocer al nuevo sobrino, Nicolás, pero antes de decir nada, me emocioné y me puse a llorar.
Mi cuñado, Manolo, se dio cuenta enseguida de que yo venía con una noticia bomba, y mientras me iba al baño a llorar, seguida de mi madre, él comentó: “Estela se va al extranjero”. Cuando se lo dije a mamá, le salió una expresión del alma: ¡qué horror! Luego, empezó a darme ánimos y a decirme cómo convenía que se lo dijera al resto de la familia.
Del hospital me fui directo a comer con mi padre y allí le conté que me vendría al Zaire. Creo que mamá ya lo había prevenido, porque no pareció sorprenderse, sino al contrario, empezó a hablarme de las cosas buenas que encontraría allí: un café delicioso, los pigmeos, una nueva cultura, etc.
Al día siguiente, mi padre se cruzó en la avenida 9 de julio con Don Ignacio Echeverría, que se dirigía a predicar un retiro a señoras. Lo paró y le comentó que la víspera había sido el día más feliz de su vida: su hijo Alejandro, para nosotros Alete, había terminado un máster en Dirección de Empresas del IAE –escuela de negocios apadrinada por el IESE español– y su hija Estela, la menor de las mujeres, le había anunciado que se iría al Zaire.
El Padre Ignacio empezó la meditación del retiro mensual contando lo gratamente impresionado que estaba por la reacción tan cristiana de un padre de familia, que se alegraba porque su hija se iba tan lejos a cumplir con la misión que Dios le había dado. Una de mis primas, María Marta, estaba en ese retiro y fue así como ella supo que yo me venía al Zaire.
Mientras yo preparaba el viaje, mi madre fue de un apoyo incondicional: compra de ropa, papeles, trámites, vacunas.
Sólo Dios sabe por qué el 14 de diciembre, cuando ya preparábamos la última Navidad que pasaríamos todos juntos, mi hermano Alete murió en un accidente de auto. Fue el primer golpe fuerte y duro que recibí en mi vida. Hasta entonces, nunca habíamos sentido un dolor tan cercano.
¡Ya no habría última Navidad todos juntos! La despedida se convertía en un desgarrón terrible. Mientras amigos y conocidos me aconsejaban quedarme un poco más en Buenos Aires, mis padres, con una fortaleza increíble, totalmente sobrenatural, me decían que hiciera lo que a mí me parecía que debía hacer.
Fue el consejo de mi cuñada Carmen –que acababa de que- darse viuda– lo que me ayudó a decidir: “En época de crisis, no hay que tomar decisiones. Seguí el plan previsto: Navidad en Buenos Aires y Año Nuevo en el Zaire”. Este sabio consejo me sirvió en esa ocasión concreta y también en otras en el Zaire, cuando pasamos por situaciones difíciles.
Fue esta circunstancia la que hizo que venir al Zaire, y dejar la familia con el shock del accidente de Alete, me costase tanto, aunque ello nunca me llevó a dudar, ni a querer dar marcha atrás. Mi padre no quería ir al aeropuerto por la emoción, y me pidió que pasara por su escritorio para saludarlo. Al abrazarlo, sólo llegó a decirme: nos encontraremos cada día en la comunión. Un año después, seguiría a mi hermano en su camino al cielo.
Mamá sí vino al aeropuerto con algunas de mis hermanas. Fueron momentos especialmente emotivos, difíciles de describir ya que se juntaba la pena del adiós con la alegría de empezar una nueva aventura apasionante.
El viaje, para que resultara más económico, fue sumamente largo. De Buenos Aires al Zaire ¡despegué y aterricé siete veces! A los pocos días de estar en Kinshasa tuve que ir al médico por una otitis que creo fue consecuencia de tanto cambio de altitud; me daba la impresión de que los oídos me estallarían.
Pero el viaje valió la pena ya que aproveché para pasar por Roma, donde tuve la suerte de estar con Don Álvaro del Portillo, quien al saber de la muerte de mi hermano me animó a encomendarlo con mucha paz. Le conté que antes del entierro algunos amigos suyos que no practicaban mucho la religión se convirtieron, y que la familia, dentro del dolor, estaba muy serena. Mandó una bendición especial para cada uno y al referirse a mi nuevo destino me comentó: “te encontrarás con dificultades, pero también te encontrarás con Dios”. ¡Qué realidad tan grande fue ésta! Creo que no me equivoco al afirmar que ha sido aquí, en el centro de este continente africano, donde realmente me he encontrado con Dios.
Es difícil de explicarlo, por lo íntimo o lo sobrenatural, pero la verdad es que al pasar las dificultades, a veces me siento como colgando de un hilo, al borde de un precipicio. Y al levantar la vista, veo a mi Padre Dios que me sonríe y me da a entender que es Él quien maneja esos hilos, que no me va a largar, que me está enseñando a volar. En ese aprendizaje, aprovecha para mostrarme la maravilla de la creación. Ya no se ven sólo precipicios, sino una naturaleza exuberante que ha creado para mi deleite. Y después de esos momentos de dificultad, viene la paz tan profunda, tan de Dios, que no se paga ni con el oro más refinado.
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Comentarios (4)
Oscar D. Cabral
29 Nov 2021Fascinante. La vida es un camino que transitamos de la mano de Dios. Oportunidades de aprender desde el alma a través de experiencias únicas, duras y maravillosas.
Tomas Pitt
29 Nov 2021que lindo libro debe ser. Yo me emocioné de solo leer la presentación. Y eso que ni la conocemos directamente a Estela, será el cariño que le tenemos varios a su hno Ricardo.
Tita
29 Nov 2021Qué alegría Estela que hagas que salga al mundo entero la maravillosa aventura que Dios ha querido que vivamos aquí. Es completamente cierto lo de «Soñado y os quedaréis cortos»» Gracias por tanto esfuerzo para que tu libro vea la luz y Dios quiera que haga un gran bien a muchos
Yeri Bernasconi
29 Nov 2021Cuánto tiempo!!! Claro me acuerdo de tu madre la paz que tenía cuando nos contaba que te ibas al Zaire. Espero leer tu libro que será apasionante. La presentación ya lo fue. Un cariño