New York, especial para HastaDIOS – 19 de abril de 2025 – Hoy abundan, en todos los medios, las terapias para el éxito, para la felicidad, para la introspección, etc. Proliferan todo tipo de “coaching”, entrenamientos, acompañamientos, conferencias motivacionales, libros y programas inspiracionales, clínicas, expertos y metodologías para mejorar la vida del ser humano.
Y, al mismo tiempo, crece el número de problemas relacionados con la salud mental, con la angustia y el sin-sentido. Estos negocios y problemas aumentan porque el ser humano experimenta una permanente necesidad de perfeccionamiento, de superación, de una vida mejor y, porque – además – parece difícil encontrar motivos para esperar un futuro mejor.
La vocación primordial de todo ser humano es la necesidad de humanizarse cada día, de ser mejor, viviendo valores inscritos
en el corazón de todo hombre, tales como el anhelo de vida, de libertad, de justicia, de verdad, de solidaridad, de paz…
También en la dimensión y convivencia social, todos experimentamos la necesidad de crecimiento, mejorando las relaciones interpersonales, las estructuras sociales, las organizaciones.
Precisamente, la familia, la escuela y todas las instancias e instituciones sociales, especialmente las religiones, están para impregnar de valores la vida en sociedad, para ayudar a que en cada ser humano aoren y se practiquen los mejores valores humanos o para reprender, si es el caso, a quien y cuando se atente contra ellos.
Esta necesidad de humanización y de perfeccionamiento es, precisamente, el mensaje fundamental que, por estos días, nos
transmite la celebración litúrgica de la pascua cristiana. “Pascua” es una palabra de origen hebreo que signica “paso”.
La pascua cristiana conmemora – de manera remota – el “paso” del pueblo del Antiguo Testamento de la esclavitud egipcia a la
libertad. Pero, de manera próxima, confesamos y celebramos el “paso” del Crucificado de la muerte a la vida, el “paso” del
aparente fracaso del proyecto de vida y del evangelio de Jesús en la cruz a la victoria sobre el mal, al triunfo sobre toda forma
de esclavitud y de muerte.
Después de la muerte de Jesús, la primera experiencia que vivieron y compartieron los primeros discípulos del Maestro de
Nazaret fue la de una transformación de sus mentes (Rm 12,2), para vivir según la lógica y sabiduría de Dios (1 Cor 1,18-25).
Transformación que consistió en una vida nueva (2 Cor 5,17) por la que ahora pueden llamar a Dios “Padre” (Gál 4,6) y pueden,
por ello, vivir amando y sirviendo a todos como hermanos.
Esta experiencia de cambio, de transformación, de vidas nuevas de unos primeros cristianos es el fundamento histórico de la
resurrección. Vida nueva por la que conesan al muerto como vivo, al Crucicado como Viviente, como Resucitado, como presente en
medio de ellos.
Desde entonces, el mejor testimonio y presencia del Resucitado en el mundo es la vida nueva de un hombre, de una mujer, que – por ello mismo – conesa al encuentro con el Crucicado-Resucitado como el causante de dicha vida nueva, hasta gritar como Pablo:
“Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20) Esta vida nueva, alegre, sin temores, constructora de paz mediante el perdón y mediante el pan partido y compartido, vida abundante y de esperanza por el mandamiento fraterno del amor son los
frutos descritos en los relatos de las apariciones de los evangelios.
El mensaje fundamental de la pascua cristiana que celebra la resurrección del Crucificado es, entonces, una exhortación y una
invitación a toda la humanidad para que “pasemos” de formas de muerte a formas de vida, de cultura violenta y fratricida a una
civilización del amor, a una cultura de la esperanza solidaria.
Pascua, entonces, no es una conmemoración, una celebración exclusiva de cristianos. Es, muy al contrario, una palabra definitiva
y última de Dios sobre la vida y la muerte del hombre y de toda la humanidad. Por la resurrección de Cristo podemos vivir en alegre
esperanza, con la certeza de que estamos convocados a la salvación y no al fracaso ni al triunfo del mal.
La resurrección canta y proclama la posibilidad de la vida plena que anhelamos todos, no sólo los discípulos de Cristo. Porque
“Dios quiere que todos los hombres se salven…” (1 Tim 2,4). Por la resurrección creemos y confesamos que la vida plena, feliz,
eterna que todos esperamos es una posibilidad, mejor, una certeza en el Dios de Jesucristo.
Así, la celebración de la Pascua, sinónimo de la celebración de la vida abundante que anhelamos es una inmejorable contribución de la fe cristiana a la esperanza de toda la humanidad y “representa un noble esfuerzo por seguir armando la vida incluso allí donde ésta sucumbe derrotada por la muerte”. (Manuel Fraijó – Citado en: Pagola, José Antonio, El camino abierto por Jesús, Mateo 1, Pág. 301).
Que celebremos la Pascua dando “pasos” hacia una vida e historia personal, familiar y social mejor. Que todos los días vivamos
pascua dando “pasos” hacia mejores relaciones e instituciones. Que, en medio del mal cotidiano, nos superemos y lo superemos
construyendo y “pasando” hacia espacios de vida y de esperanza.
¡Felices Pascuas!