El beato Pironio al Fundador: «Anímense a saltar»
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- Nelson Santillan
- 18 de diciembre de 2023
- Santoral
Yo fui testigo. Alejandro Campos (*)
Una soleada mañana de marzo de 1996 en Roma.
Temprano, con la temperatura y la luminosidad exactas para producir la alegría en el alma –y que sólo suelen darse a primera hora de la mañana de las primaveras y otoños-, caminábamos por las pintorescas callecitas del Trastevere. Pasamos frente a la antigua Basílica de Santa Maria in Trastevere. Cruzamos la plaza de Santa María, entramos, nos arrodillamos unos minutos frente al Santísimo y seguimos viaje.
Llegábamos al Palacio San Calixto, Sede del Pontificio Consejo para los Laicos. Íbamos el Padre Fundador, Carlos Rossini, Jorge Parravicini y yo.
Pocos años antes habíamos desembarcado en los colegios de Barcelona. Necesitábamos resolver el problema jurídico que se nos presentaba con la personería de FASTA en España. Por una maraña de leyes, sólo mediante el concordato entre la Santa Sede y el Reino de España, podíamos obtener personería jurídica española unificada con la de Argentina. Nuestros intentos con la Orden Dominicana, por diversos problemas, no había hecho posible ese cometido.
Nos quedaba, entonces, un camino: acudir a la Santa Sede. Y a eso íbamos.
Aconsejados (y apadrinados) por nuestro padre y pastor, el Cardenal Antonio Quarraccino, traíamos una solicitud de reconocimiento de FASTA como Asociación Internacional Privada de Fieles de Derecho Pontificio. Una carpeta con una nota de pedido, los estatutos de aquel entonces y los reconocimientos de los obispos argentinos de las diócesis donde FASTA estaba y una carta Obispo de Barcelona.
Nuestro cometido: entregar ese pedido en manos del Presidente del Consejo, el Cardenal Eduardo Pironio.
Entramos en esas enormes oficinas que forman parte de la curia vaticana. ¡Qué magnifico era todo! Recuerdo que me impresionó un busto de bronce de Juan Pablo II, reproducción de una conocida foto suya, esa en la que apoyado en su báculo, con la cabeza al viento… Se la habían regalado en una visita en un país africano, nos dijeron…
¡Éramos tan jóvenes!… Casi se diría ¡tan temerarios!
Nos recibió una persona que nos abrió primero su despacho. Casi inmediatamente, los brazos y el corazón. Con los años se convertiría en un entrañable amigo de FASTA, del Padre y mío. En ese entonces, sólo lo conocíamos de nombre. El Prof. Guzmán Carriquiry Lecour, Subsecretario del Pontificio Consejo, nos recibía en su despacho para dar ingreso formal a trámite. Que importante era encontrar en ese momento una recepción afectuosa.
Luego el mismo Guzmán nos presentó al Secretario del Consejo: un obispo polaco y amigo de Juan Pablo II, Mons. Stanislaw Rylco, quien nos recibió con paternal dedicación.
Cumplidos los encuentros previos de rigor –los que resultaron más que protocolares, simplemente encantadores-, nos recibió el Cardenal. Por supuesto, lo conocía al Padre de sus años de obispo en la Argentina. Abrió él mismo la puerta de su despacho. Una franca sonrisa, un abrazo de par en par fueron los gestos que acompañaron al “¡Anibaaaal!” dicho con alegría y afecto y enmarcado con un abrazo franco.
Nos sentamos en unos sofás de cuero negro ubicados en un costado de su despacho, al lado de unos enormes ventanales. ¡Que luminosos era todo!
El Cardenal y el Cura comenzaron hablar animadamente: la Argentina; Mar del Plata; la Iglesia… los temas corrían con fluidez y afecto. Nosotros tres, con bastante decoro, completábamos dignamente la escenografía.
Media hora después, el Cura empezó “Bueno, Cardenal, vinimos a verte…” y comenzó una formal y sistemática exposición de las razones que nos habían llevado ahí y a ese momento. Necesitábamos el reconocimiento para obtener la personería en España y, así, regularizar nuestra situación en un contexto difícil, enmarcado por el socialismo y los nacionalismos autonómicos.
El Cardenal escucho en atento silencio la exposición que duró unos diez minutos. Lo miraba atentamente al Cura. Éste finalizó, y le extendió la carpeta. El Cardenal la recibió y le dio una pequeña hojeada de cortesía que no duró ni 20 segundos.
¡Ay!… ¿Iría todo bien? Me preguntaba yo, hombre de poca fe…
– “Aníbal querido. Esto está todo bien. Dalo por descontado. Pero no tenemos que ir más allá”
Más “ayyy” de mi parte.
– “¡ANIMATE A SALTAR! (me sorprendió cierto énfasis cardenalicio) Esto está todo bien: lo vamos a conceder. La Iglesia los va a acompañar. ¡Pero te tenés que animar a saltar de la Argentina! ¡La Iglesia los necesita!… necesita los laicos, necesita a FASTA. El tema jurídico es una excusa: ¡pero tenés que saltar con FASTA al mundo! ¡Anímense a saltar! ¡Vamos que la Iglesia los espera!”
Yo me acordaba en ese momento lo que siempre decía el Cura: “Yo fundé FASTA pensando principalmente en la Argentina, pero si la Providencia me indica otra cosa…”
Terminamos la audiencia.
Salimos los cuatro en silencio. Nos sentamos en un pequeño barcito, casi al frente de la entrada del palacio. Pedimos un té, un par de ristretto y una aranciata.
– Esto nos cambió toda la perspectiva. Nos voló el techo – comentó uno de los tres latinos acompañantes, como para romper la silente compañía al Padre.
Nos quedamos en silencio. Gozosos. Esperanzados. Asombrados…
Habíamos visto un trazo de la Providencia pasando por nuestras vidas.
Intuíamos que algo importante, histórico, había pasado. Intuíamos que FASTA seguiría siendo la misma, pero ya nunca igual.
(*) El relato fue publicado para los 50 años de Fasta en 2012
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