Padre Federico en la Sita: “La contemplación: un camino cotidiano de santificación para Tomás”, ponencia completa
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- Nelson Santillan
- 11 de marzo de 2024
- Sita
El sábado 9 de marzo se realizó la «Lectio Inaguralis» con la que la Sita Argentina comenzó período académico 2024. El padre Federico Rossini tuvo a su cargo la actividad presentando su ponencia “La contemplación: un camino cotidiano de santificación para Tomás”.
La lectio se realizó en la Casa de ejercicios espirituales de santa Mama Antula y fue presentada por el presidente de la Sita Argentina, Leandro Morfú.
Al comienzo de su trabajo, el padre Federico analiza la palabra contemplación desde la antigüedad. hasta llegar hasta san Gregorio Magno para dar «el contexto espiritual e intelectual inmediato que rodea a santo Tomás de Aquino como teólogo medieval».
Luego afirma que «Tomás por su parte siendo un hombre de una gran espiritualidad y un gran maestro espiritual, no nos deja sin embargo un testimonio personal de su espiritualidad cuanto una reflexión teológica sobre la misma. Y de esta manera en la Suma de Teología nos da una de las mejores definiciones de contemplación: “simplex intuitus veritatis”.
«Esta simple intuición de la verdad es una mirada directa, es decir es el acto final después de la escucha, la investigación, el raciocinio, cuando se llega al remanso de la visión directa de la verdad divina. Esta mirada genera la admiración y suscita el sentimiento de respeto ante la grandeza divina» afirmó el padre Federico.
Aquí la ponencia completa:
Lectio inauguralis de la Sita Argentina, 9 de marzo de 2024
“La contemplación: un camino cotidiano de santificación para Tomás”
Pbro. Federico Rossini
En la audiencia general del 5 de mayo de 2021 el Papa Francisco reflexionó sobre la oración contemplativa y allí dijo que “la dimensión contemplativa del ser humano es un poco como la sal de la vida: da sabor, da gusto a nuestro día. Se puede contemplar mirando el sol saliendo por la mañana, o los árboles que visten de verde la primavera; se puede contemplar escuchando música o el canto de los pájaros, leyendo un libro, delante de una obra de arte o esa obra maestra que es el rostro humano…”.
La palabra contemplación ha tomado muchas acepciones a lo largo de la historia del pensamiento del hombre y es por eso que es necesario intentar definirla. “La contemplación en su acepción más amplia y genérica nos sugiere la idea de un grandioso espectáculo que llama poderosamente la atención y cautiva el espíritu”. Así entendida de un modo genérico, la contemplación es este “mirar con admiración”; es la quietud del espíritu que reposa sobre un paisaje, sobre la inmensidad del cielo, del mar o las montañas. Esa mirada directa, admirada y gozosa, es una contemplación natural que puede ser sensible, como en los casos que recién dijimos, que puede ser imaginativa, como cuando evocamos a un ser querido y brota un sentimiento para con él, o que puede ser intelectual como cuando nos quedamos admirados de la belleza que tiene una verdad filosófica conocida.
El término “contemplación” es la traducción latina del concepto theoría acuñado en el pensamiento griego. Mientras que la theoría es el “ver de la inteligencia”, el ver algo admirable que genera un pensamiento, o el pensamiento mismo que es la visión de la inteligencia, la gnosis es el “conocimiento”, que viene del ámbito de lo religioso y abarca no sólo la inteligencia sino la afectividad, como cuando decimos que algo es conocido por la familiaridad que tenemos con eso, o que alguien es conocido por la amistad que nos une a la persona. Ambos conceptos se traducirán en la realidad de la contemplación pero principalmente la theoría. Para Platón, theoría, unía la especulación filosófica al deseo religioso de lo Absoluto. Es el conocimiento que se eleva desde el bien y la verdad que nos muestran las cosas y va más allá, hacia el Bien, la Verdad y la Belleza en sí, en el conocimiento de las Ideas. La vida del contemplativo se muestra entonces como la cima de la existencia humana y supone una ascesis que va elevando el espíritu. Esta concepción de la theoría conlleva entonces un deseo de purificación y de unión con el Bien.
En Aristóteles se ve la diferencia entre la vida contemplativa, la que gira en torno al conocimiento de la verdad, y la vida activa, la que se organiza en torno a los fines más prácticos de la vida. La contemplación es uno de los bienes que hacen digna la vida y son propios del hombre. Pero el ser humano no es puro pensamiento, y contemplar las realidades divinas de modo absoluto escapa a la vida humana. Por tanto, para alcanzar la felicidad, debe haber un equilibrio entre estos dos géneros de vida en donde se alcancen los diversos bienes de la vida y entre ellos aquél que mayor felicidad proporciona al ser humano, que es el de su capacidad superior, la inteligencia. Por eso en Aristóteles la contemplación tiene un tono más intelectual que religioso.
En Plotino se ve el deseo de unidad con el Uno que es el origen del cual se alejó todo el cosmos y con él el hombre. Este camino de ascesis sobre todo intelectual va llevando al hombre a superar lo corporal e histórico para remontarse cada vez más hacia el Uno y poder fundirse en él.
Aunque el término contemplación no es de raigambre bíblica muy pronto los autores cristianos lo adoptaron y usaron con profusión, asumiendo esta tradición especulativa, pero transformándola desde los elementos que aporta la fe revelada, dando un giro a lo que podemos llamar la contemplación cristiana.
En la Escritura conocer a Dios supone esta vida de comunión e intimidad con Él, este encuentro con el Dios Vivo que nos da su gracia, que lo recibimos y a Él nos entregamos, y en este ámbito espiritual, con humildad conocemos lo que Dios quiera revelarnos a partir de la fe. La contemplación ya no tiene este sentido meramente especular, no es sólo un mero mirar con admiración y gozo, sino que pasa a significar más bien “el encuentro personal, la apertura a un don, y en consecuencia, un conocer que implica el amor”. Superando todo panteísmo y toda visión peyorativa de lo material, no hace falta dejar de lado lo corporal sino abrir el corazón a la novedad de la gracia. “No es por la vía de la mera introspección o por la del sólo conocimiento como se alcanza la unión del espíritu humano con Dios, sino por un conocimiento al que acompañe el amor, y un amor que implique no la mera complacencia en la realidad conocida, sino salida de sí para darse al otro en cuanto otro, reconociendo a Dios como Otro respecto de nosotros mismos, y a la vez, como plenitud de nuestro ser que libremente se nos comunica”.
Los textos sapienciales muestran como el ser humano puede elevarse desde las creaturas hasta su Creador, pero no entrar en su intimidad por sus solas fuerzas (Sab 13, 1 ss y Rom 1,8 ss). Uno de los textos que mejor expresa la contemplación como fruto de la gracia es el pasaje de Ex 33 (18-23) en que Yahvé le dice a Moisés que se ponga en la hendidura de la montaña, que tendrá misericordia de él, lo tapará con su mano y que verá pasar su gloria, pero sólo podrá ver su espalda no su rostro, porque nadie puede ver el rostro de Dios y seguir viviendo. Esta entrada en la presencia misteriosa de Dios por la gracia, en la que vemos al Señor, pero todavía no su rostro, sino que lo vemos de un modo velado, es el conocimiento de la fe profundizado por una amistad especial, pero que no llega todavía a una plena visión. Los Salmos expresarán constantemente el deseo de “ver el rostro de Dios” (Sal 42,3). Los textos joánicos mostrarán a Jesús como el Hijo que está “en el seno del Padre” (Jn 1, 18), Él sí ve el rostro del Padre y nos revela el misterio escondido. La predicación de la Iglesia justamente llevará a este conocimiento que nos hace entrar en comunión con los apóstoles y “con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1,3). Este conocimiento de la fe que es propio del peregrinar hasta llegar a ver “cara a cara” (1 Cor 13,12) será la contemplación como patrimonio común de la vida cristiana. En la patrística tanto Clemente de Alejandría como Orígenes distinguen el conocimiento común a todo cristiano que da la fe (gnosis), de una profundización de este conocimiento por la acción de la gracia, la vida teologal y por una iluminación especial (theoría), que hacen que esta contemplación sea un grado más elevado en el conocimiento de Dios, en la vida de santidad y en la oración. No estamos en un esquema gnóstico porque tanto el cristiano común como el avanzado están en la luz velada de la misma fe. En Macario y san Gregorio Magno se expresa la contemplación “como vivencia que connota la percepción de la infinitud y trascendencia divinas, y por tanto, excluye y rechaza todo intento de dominar a Aquél con quien se está unido, para dar paso a una actitud radicalmente diversa: la de situarse humilde y amorosamente ante ese Ser divino trascendente e inefable, en quien se confía y a quien se ama”. Esto es fruto de una vida bajo la guía del Espíritu y el desarrollo de la vida de oración en el cual se abre al alma a la comunicación con Dios.
La teología medieval heredará el testimonio patrístico, y esta amplia tradición espiritual se va a cuajar en la “Carta sobre la contemplación” o “Scala Claustralium” o “Scala Paradisi” de Guido II Prior de la gran Cartuja, escrita en el último tercio del s. XII. Allí se expresan los cuatro escalones de la vida de oración: lectio, meditatio, oratio y contemplatio. La oración comienza con la escucha de la Palabra, luego se vuelve sobre lo leído para profundizar la riqueza de lo contenido en ella, y desemboca en una honda admiración de la grandeza de Dios y de los bienes que allí promete. Entonces brota la oración pidiendo a Dios poder gustar de los bienes que le ha dado a conocer. Este movimiento del espíritu culmina con la contemplatio, en la que Dios habiendo escuchado la oración “viene al encuentro del alma, la consuela, la alimenta y la vivifica, hasta conducirla, alternando momentos de luz y de gozo con momentos de aridez y de sequedad, a un pleno olvido de sí misma, y a una honda comunión con Dios”. Este será el bagaje común a casi todos los autores medievales, que cuando se refieran a la contemplación con mayores o menores acentos estarán hablando de este grado de comunión del hombre con Dios. Poniendo un gran acento en lo afectivo que genera la vida contemplativa en especial la contemplación de los misterios de la vida de Jesús, expresión de esto son san Bernardo y san Francisco de Asís.
Este es el contexto espiritual e intelectual inmediato que rodea a santo Tomás de Aquino como teólogo medieval. Tomás por su parte siendo un hombre de una gran espiritualidad y un gran maestro espiritual, no nos deja sin embargo un testimonio personal de su espiritualidad cuanto una reflexión teológica sobre la misma. Y de esta manera en la Suma de Teología nos da una de las mejores definiciones de contemplación: “simplex intuitus veritatis”. Esta simple intuición de la verdad es una mirada directa, es decir es el acto final después de la escucha, la investigación, el raciocinio, cuando se llega al remanso de la visión directa de la verdad divina. Esta mirada genera la admiración y suscita el sentimiento de respeto ante la grandeza divina. Por supuesto esta visión, hecha desde el claroscuro de la fe, enciende el amor a Dios y genera el máximo deleite que el hombre puede tener, deleite por ser la operación más perfecta, sobre la verdad más plena, pero deleite también porque es mirada del Amado, de Dios. Todo este movimiento se da por la vida de la gracia que transforma al hombre y lo pone en contacto con Dios. Entra aquí toda la vida moral preparando la quietud que necesita el alma para contemplar. El dinamismo de las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo que hacen que la contemplación de la verdad revelada no quede en el enunciado, sino que lleva al alma a entrar en contacto con la realidad misma de Dios. Y del desborde de esta contemplación brotará la predicación o comunicación de los tesoros allí encontrados.
Jesús “el Camino, la Verdad y la Vida” (cap14; lec2 y 4)
Tomás explica cómo le corresponde a Cristo en tanto Palabra del Padre ser la Verdad y la Vida. Mientras que nuestra palabra es verdadera si se adecúa a la realidad, “las cosas son verdaderas en cuanto acceden a la semejanza de ella, de ahí que la Palabra de Dios es la Verdad misma”. Por esto adherir a Cristo es el camino para llegar a la verdad en plenitud. Y a la vez la Verdad de Dios es su Vida: “En Dios es lo mismo inteligir e intelecto; de donde es manifiesto que el Hijo que es la Palabra del intelecto del Padre, es su vida”. La contemplación que nos hace adherir a Cristo nos lleva a la bienaventuranza donde el Padre, con el Hijo y el Espíritu nos comunican plenamente su vida saciando así todo deseo humano.
Vuelve a aparecer aquí, lo que había aparecido ya en el episodio de Juan en el pecho del Señor, la contemplación de la verdad como un secreto que se manifiesta: “…Mas alguien manifiesta su secreto a través de su palabra, y por eso nadie puede venir al secreto del hombre sino a través de la palabra del hombre. Por lo tanto, porque las cosas que son de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios, ninguno puede venir al conocimiento del Padre sino a través de su Palabra, que es su Hijo: Mateo (11, 27) “y nadie conoce al Padre sino el Hijo”. Y así como el hombre queriendo revelar con la palabra del corazón lo que profiere con la boca, reviste de algún modo esa misma palabra con letras o con la voz, así Dios, queriendo manifestarse a los hombres, reviste su Palabra concebida desde la eternidad, con la carne en el tiempo. Y así nadie puede llegar al conocimiento del Padre sino a través del Hijo. De donde más arriba (10,9) dice “Yo soy la puerta; si alguien entrase a través de Mí se salvará””. Hay que señalar la profundidad de esta bella analogía usada por Tomás, sólo la “palabra del corazón” puede revelar lo que hay en el interior del hombre a otro, y esta palabra interior debe ser cubierta de letras y sonidos, de la misma manera sólo por la encarnación del Verbo puede el hombre recibir esta “Palabra concebida eternamente en el corazón de Dios”, sólo así accede a los secretos de la divinidad, en el encuentro con Jesús. Es fuerte la conexión entre encarnación y revelación como un acontecimiento que sucede en el interior del hombre que por la contemplación se encuentra con Cristo.
“…Cuando viniere el Paráclito, el que Yo os enviaré como Espíritu de la Verdad”. Manifestar la verdad es conveniente a la propiedad del Espíritu Santo. En efecto, es el Amor quien hace la revelación de los secretos: más abajo (15,15) “a ustedes los llamo “amigos” porque todo lo que oí de mi Padre se los he dado a conocer”; Job (36, 33) “anuncia a su amigo acerca de ella (de la verdad)”. Los secretos manifestados del Padre al Hijo y luego del Hijo a sus discípulos son manifestados en el Amor, es el Espíritu Santo el que inhabita en los fieles y los vuelve amigos, y posibilita esta familiaridad o intimidad en la que se realiza de un modo sigiloso la revelación.
“Me volverán a ver” (cap. 16; lec 5)
Primero anuncia “la futura visión”, ellos lo volverán a ver porque Él los vuelve a ver, se trata de un acto de misericordia por el cual el Señor vuelve a iluminarlos con su gracia.
En segundo lugar “promete el gozo del corazón, a saber, “por mi visión en la resurrección”. De ahí que la Iglesia canta “este es el día que hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en él” (Sal 118, 24). Y gozará con la visión de la gloria: Salmos (15,11) “me llenarás de alegría en tu rostro”; Isaías (60, 5) “entonces verás y afluirás y tu corazón se admirará y se dilatará”. En efecto, es natural para cualquiera que se goce en la cosa amada. Nadie sino quien la ama con dilección puede ver la divina esencia: Job (36, 33) “da anuncio de ella a su amigo, porque es posesión suya”. Y por eso es necesario que el gozo se siga a aquella visión. Isaías (66,4): “verán”- conociendo mediante el intelecto- “y se gozará su corazón”; más aún, el gozo mismo redundará hasta el cuerpo, cuando fuere glorificado; de ahí que añade “y sus huesos germinarán”. Mateo (25,21): “entra en el gozo de tu Señor””. Semejante a cuando comenta el encuentro de los discípulos con el Señor Tomás trae diversas citas de la Escritura que se relacionan con el ver, pero este ver que conlleva una alegría plena ante el rostro de Dios, que supone una dilatación del corazón que lleva a la plenitud de la capacidad de este y redunda este gozo en toda la corporeidad de los santos. Con la cita del canto de Pascua de alegría y exultación por la resurrección del Señor Tomás está señalando la esperanza de la Iglesia, y la suya propia, y el deseo de llegar a la plenitud de la gloria que inaugura esta resurrección. Este deseo es el que motiva ya ahora la contemplación.
En tercer lugar “promete la perpetua duración de este gozo”, tanto el gozo de la próxima resurrección de Jesús, como “la fruición de la gloria, “nadie se los quitará” porque es imperdible y perpetuo. Isaías (35,10): “alegría sempiterna sobre la cabeza de ellos”. En efecto, nadie se quitará a sí mismo este gozo mediante el pecado, porque la voluntad de cada uno está allí confirmada en el bien; nadie tampoco, quitará este gozo a otro, porque allí no hay ninguna violencia, ninguna inferencia de daño, etc”
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