Por Carola Foster
El arte no es un lujo, sino una necesidad. Así lo ha recordado el Papa Francisco en el reciente Jubileo de los Artistas, una celebración que ha reunido a creadores de todo el mundo en el corazón del Vaticano para reflexionar sobre el papel del arte en la vida del hombre. En una sociedad que con frecuencia reduce la creatividad a un mero entretenimiento o a una expresión individualista, el Santo Padre ha querido resituar el arte en su verdadera vocación: un camino hacia la verdad, la bondad y la belleza, una vía para iluminar la historia y dar voz a lo que no se ve a simple vista.
Desde sus primeros mensajes como Pontífice, Francisco ha insistido en la dimensión humanizadora del arte. Lejos de ser un capricho de la sensibilidad o un privilegio de unos pocos, el arte responde a una necesidad profunda del alma humana. El ser humano, por su naturaleza, busca la belleza porque esta lo eleva, lo saca de sí mismo y lo dispone a una apertura a la trascendencia. En este sentido, el arte es un testimonio del anhelo de infinito que anida en cada persona y, al mismo tiempo, una forma de comunicar lo inefable.
El Papa ha subrayado también la misión del artista como testigo de la verdad. En un tiempo en el que la manipulación de la imagen y del discurso parecen imponerse como normas, el artista tiene la responsabilidad de ofrecer una mirada auténtica sobre la realidad. No se trata solo de plasmar lo que se ve, sino de revelar aquello que permanece oculto, lo que late en lo profundo de la historia y de la existencia humana. Así, el arte puede ser un acto de justicia, una forma de dar voz a los que no la tienen, un puente hacia la reconciliación y la esperanza.
En el marco del Jubileo, el Pontífice ha insistido en que el arte es capaz de transformar el dolor en esperanza. Quizás aquí resida una de sus funciones más urgentes en el mundo contemporáneo. En un tiempo marcado por el sufrimiento, la fragmentación y el desencanto, el arte puede convertirse en un espacio de redención, un bálsamo para las heridas de la humanidad. No es casual que una de las exposiciones inauguradas durante el Jubileo haya puesto en el centro a los presos, con retratos que han llevado su rostro y su dignidad más allá de los muros de la prisión. El arte, al mostrar la belleza incluso en la vulnerabilidad, tiene la capacidad de restituir la esperanza a quienes se sienten olvidados.
Finalmente, Francisco ha querido recordar que la belleza es un camino hacia Dios. La fe cristiana siempre ha reconocido en el arte una vía para la evangelización y el encuentro con la verdad. La historia de la Iglesia está marcada por la creatividad de artistas que, a través de su obra, han permitido a generaciones enteras entrever la luz del misterio divino. En el mundo de hoy, el arte sigue siendo un lenguaje privilegiado para el diálogo entre fe y cultura, un espacio en el que se puede hablar de Dios con la fuerza silenciosa de la belleza.
En tiempos de crisis y confusión, el arte se revela como una expresión de la creatividad humana, y como un signo de esperanza y una llamada a la contemplación. Como ha señalado el Papa, necesitamos artistas que sean capaces de mirar el mundo con profundidad, que nos ayuden a redescubrir el asombro y que, a través de su obra, nos conduzcan hacia lo que realmente importa. Porque el arte, lejos de ser un adorno prescindible, es una necesidad del espíritu.