La Trinidad de Andrei Rublev: Explorando lo Divino a Través del Arte
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- Nelson Santillan
- 24 de mayo de 2024
- Via Pulchritudinis
En el silencio de la contemplación, donde la luz resplandece, abrimos una puerta hacia lo divino, entramos en el arte sacro, donde cada trazo es una plegaria y cada pigmento, una revelación.
En este viaje de descubrimiento espiritual, nos encontramos frente a frente con uno de los más grandes tesoros del arte ortodoxo: el ícono «La Trinidad» de Andrei Rublev (1360-1430). La fecha exacta de su realización es incierta, pero el Padre Alfredo Sáenz lo sitúa alrededor de 1408. Fue pintado en alabanza a San Sergio para el monasterio de la Trinidad. Mide 142 cm de alto × 114 cm de ancho y se conservó en la Galería Tretiakov de Moscú desde 1929 hasta hace poco tiempo. Recientemente fue entregado a la Iglesia Ortodoxa y su emplazamiento es itinerante.
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Para comprender los íconos, es necesario estudiarlos desde tres aspectos: conocimiento científico, valor artístico y visión teológica. Mis reflexiones se centran en el valor artístico y su visión teológica, intrínsecamente unidos.
La palabra «ícono» proviene del griego Eikón, que significa «imagen». En la historia del arte y el lenguaje común, el término se reserva para una clase de pintura sagrada, casi siempre portátil, hecha sobre una placa de madera con una técnica especial y según una tradición secular.
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Los íconos son frutos de una tradición meditada; representan un modelo al que el iconógrafo debe atenerse y no se miran como cuadros, sino que se veneran. El pintor de íconos reza antes de pintar y pide a Dios que dirija sus manos. Esta fidelidad a la tradición permite que incluso la gente sencilla reconozca los íconos de inmediato, aunque no hay dos íconos iguales.
Los íconos son elementos de los oficios litúrgicos. Se besan y se espera de ellos la curación, ya que la veneración del ícono proviene de la veneración de aquel a quien representa. Son mucho más que una simple representación; su fundamento es la Encarnación y solo por la Encarnación de Nuestro Señor han sido posibles. Jesucristo no es solo el Verbo de Dios, sino también su imagen.
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«La Trinidad» fue pintada en una tabla alineada verticalmente. Representó a los tres ángeles que visitaron a Abraham en la encina de Mambré (Génesis 18:1-8), sentados en tronos alrededor de una mesa. Sobre la mesa hay una copa que contiene la cabeza de un ternero. En el fondo, Rublev pintó la casa de Abraham, un árbol que es el Roble de Mambré y una montaña que simboliza el Monte Moriá.
Los Padres de la Iglesia han visto en estos tres personajes la prefiguración de la Trinidad. Las tres figuras estilizadas tienen el mismo rostro, mostrando la dignidad compartida. Cada uno lleva un manto de color diferente: rojo, verde y azul cielo, simbolizando la naturaleza divina que comparten, pero con atributos distintos.
Las figuras están representadas según el orden del Credo: el Padre (ángel de la izquierda) anima al Hijo al sacrificio, con una actitud monumental y hierática. El Hijo (ángel central) representa al Verbo encarnado, en actitud pensativa y bendiciendo el cáliz, mostrando su disposición a sacrificarse. El Espíritu Santo (ángel de la derecha) extiende su mano, cubriendo y protegiendo, en una referencia a la creación.
Las tres personas se miran, en santa conversación, concretada en el cáliz eucarístico sobre la mesa. La perspectiva inversa del ícono contribuye a la armonía del conjunto, con líneas de fuga que convergen hacia el espectador, creando una conexión entre el ícono y quien lo contempla.
La composición del ícono es geométricamente precisa, prevaleciendo el círculo como símbolo de la plenitud de lo infinito. Los ángeles están dispuestos en torno a la mesa formando un círculo. La curva envolvente se reafirma en la curva del árbol y la inclinación de la colina, contribuyendo al equilibrio general.
La perspectiva inversa del ícono, donde las líneas de fuga convergen hacia el espectador, crea una conexión entre la obra y quien la contempla.
Al observar la grandiosidad de formas y colores, el fondo dorado y la luz que atraviesa la imagen, nos sumergimos en la estética de la luz que caracteriza la Cristiandad. La belleza de este ícono nos inspira a buscar la verdad en cada aspecto de nuestras vidas, recordándonos que la belleza es el reflejo de lo eterno en lo temporal.
Lic. Carola Foster
Editora de Arte y Cultura
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