Los milagros (o por aquí anduvo Dios)

Nelson Santillan

Por Juan Carlos Bilyk

«Yo voy a creer cuando vea un milagro», suele decir el escéptico. «Bueno, más bien verá un milagro cuando crea», podría responder el creyente. Porque, en efecto, la fe es la que produce los milagros, y no a la inversa. Piénsese en la hemorroísa del Evangelio (cfr.  Mt 9,20-22). Pero no venimos ahora a hacer apologética, sino a tratar de definir qué cosa es un milagro. Porque, la verdad, se le dice milagro a cada cosa…

La palabra “milagro” proviene del latín: miraculum, y esta expresión a su vez de mirari (= “maravillarse”), y con ella se denomina a un suceso de experiencia sensible, es decir, percibido por los sentidos, que suspende o supera las leyes naturales. Entonces, un milagro es un acontecimiento que va “más allá de las exigencias de la naturaleza” (Aníbal Fosbery en “Reflexiones sobre el evangelio de san Mateo, Tomo I; MDA, 2014, p.171), o también: “Un hecho extraordinario que se presenta en lugar de otro hecho que habría debido naturalmente producirse” (José María Riaza Morales en «Azar, ley milagro»; BAC, 1964, p.287). En conclusión, un hecho sobrenatural que requiere una causa también sobrenatural (Dios). 

Los milagros son, por supuesto, acontecimientos que “maravillan” a quien los contempla, pero sobre todo son signos o señales de que Dios está presente allí. Ni qué decir de Jesucristo, que con sus numerosos milagros (o prodigios, otra expresión bíblica para referirse a ellos, incluso más usada en la Escritura que la palabra “milagro”), quiere significar su divinidad presente junto a su humanidad (la gente veía al Hombre que es Jesús, y con su obrar veían al Jesús que también es Dios). Esta evidencia de la presencia divina llamada “milagro” despierta la fe de la gente sencilla al presenciarlo. Pero no verán ni uno aquellos que exijan alguno como una prueba para creer que Dios existe o que Jesús es Dios (cfr. Mt 12,38-39). Y si llegaran a ver un hecho prodigioso, probablemente queden tan de piedra como sus duros corazones.

Ahora bien, nunca se ha de llamar milagro a un hecho que puede ser causado por razones naturales y que la ciencia humana desconoce (al menos, en el estado actual de las ciencias), y mucho menos a un hecho antinatural (por ejemplo, una deformación genética en un ser vivo). En este sentido, hoy día la objeción más importante contra la realidad de los milagros proviene de pensar que, en el fondo, no sabemos hasta dónde pueden llegar las fuerzas de la naturaleza: “No llamemos milagro −dicen algunos− a lo que quizá en el futuro pueda explicarse por leyes hoy desconocidas de la naturaleza”. En otras palabras: ¿Cómo saber si un hecho auténtico y excepcional supera todas las fuerzas naturales? ¿No sería necesario para esto conocer todas sus leyes?

Es cierto que no sabemos hasta dónde pueden llegar todas las fuerzas naturales, pero sí sabemos hasta dónde no pueden llegar: tenemos claro que un muerto no vuelve a la vida, que una enfermedad terminal no desaparece repentina y definitivamente de un enfermo desahuciado, que el agua no se transforma en vino por deseo, o que unos panes no se multiplican por una palabra de mando. Por tanto, hay bastantes casos en los cuales podemos juzgar con certeza el carácter milagroso de un hecho (aunque, cuando este carácter no es evidente, debemos abstenernos de emitir juicio). Entonces, es verdad que no se puede afirmar siempre que un determinado hecho extraordinario es realmente un milagro (y por eso la Iglesia es tan cauta a la hora de etiquetar un acontecimiento excepcional como “milagro”). Sin embargo, sí se puede indicar hechos que, con toda certeza, son verdaderos milagros, es decir, sucesos prodigiosos, causados por alguien que tiene poder sobre la naturaleza y sus leyes. 

Ese al que «todos le llaman Dios», como dice santo Tomás de Aquino.

Recibe las novedades de Hasta Dios en tu correo.

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

1 comentario en «Los milagros (o por aquí anduvo Dios)»

  1. lo milagroso de los milagros es que suceden… y podemos disfrutarlos a pesar del escepticismo del tiempo en que vivimos y mas alla de nuestras propias miserias. Generalmente nos mueven a agradecer la fe que hemos recibido. Gracias Juan Carlos por tu reflexión!

    Responder

Deja un comentario

Pin It on Pinterest

Share This