Por el padre Pedro Giunta para Hasta Dios
Esta semana se nos ofrece una accesible oferta de viajes. Siete días con todo pago a Tierra Santa. La experiencia certifica aquello que durante años insistentemente ha repetido la cultura occidental: nunca se vuelve igual de un viaje. Esto es así porque el viaje es una metáfora de la vida, en el lenguaje de nuestro patrono Tomás: un exitus y un reditus. Un salir para volver y, en ese recorrido, ser transformados. Esta es la experiencia de Ulises, Frodo, el Principito, el Quijote, el Martín Fierro y el Hijo Pródigo. Esta es la invitación de la Iglesia en cada semana santa a cada cristiano: Un viaje espiritual a Tierra Santa, para volver distintos, para vivir la “metanoia”, es decir, la conversión.
Todo comienza el Domingo de Ramos. Se nos invita a recorrer la Jerusalén de Poncio Pilato. Cientos de miles personas visitarán esta localidad por la fiesta de la Pascua. Las 12 puertas que atraviesan las murallas de la ciudad estarán saturadas. Se conformarán colas interminables de peregrinos. Los romanos serán conscientes que será el acontecimiento más delicado y peligroso en lo que se refiere a la paz y tranquilidad de la ciudad santa. Todas las murallas estarán bien custodiadas, pero el gentío será inmenso.
Seremos testigos del ingreso de Jesús en Jerusalén entre las palmas y olivos. Podremos estar tan cerca que seremos testigos de los diálogos y gestos más importantes del día. Luego se nos invitará a ser parte de grupo íntimo que acompañará a Jesús durante toda la semana.
El lunes iremos a Betania, una aldea en la falda oriental del Monte de los Olivos, a unos 3 km. al este de Jerusalén en dirección a Jericó. Será un momento de intimidad y descanso entre amigos. Un perfume de nardo puro será causa de devoción para unos y resentimiento para otros.
El día Martes se nos ofrecerá una cena íntima con sabor a despedida, donde se lastimará la confianza del grupo y se realizarán promesas incumplidas. Mientras que el día miércoles, entre la oscuridad y la intriga de las estrechas calles de Jerusalén, seremos testigos de la venta más dramática de la historia del hombre. El precio: 30 monedas de plata.
Sin duda el momento de mayor intensidad comenzará el jueves. Será la última cena del viaje. Habrá allí un regalo sorpresa: la Eucaristía. Una experiencia de amor extremo.
El día viernes trascurrirá al aire libre y en permanente movimiento. El momento central será la ascensión del Gólgota. Angustia, dolor, cansancio y sed marcarán el ritmo de la jornada. Mientras que el sábado tendrá un tono de descanso y reflexión. Un día silencioso para meditar, acompañados y guiados por la Madre fiel y dolorosa.
El Domingo temprano iniciaremos una caminata de madrugada. El destino: una gran piedra, un sepulcro vacío, un huerto y un jardinero. Allí se definirá el sentido del viaje.
Cada Semana Santa es distinta. La tentación es vivirla como un rito vacío, sin mucho sentido. Limitarnos a recordar algo que pasó hace mucho tiempo y que poco tiene que ver con mi presente. Pero también podemos vivirla como un viaje espiritual siendo testigos de primera mano de lugares, elementos, olores, paisajes, sensaciones y personajes para redescubrir la actualidad de nuestra fe. Una fe que tiene una certeza: ¡Jesucristo está vivo, ha resucitado!