José Luis Restán: «La Iglesia no pertenece a ningún Papa, todo Papa pertenece a la Iglesia»

Nelson Santillan

«Tan patético resulta el pánico de algunos ante la posible llegada de ‘otro Francisco’, como las filípicas de quienes advierten del desastre de elegir a uno que no encaje en el ‘francisquismo’»

Por José Luis Restán para ABC.es, 29 de abril de 2025

a impresión más profunda que me ha producido la celebración de las exequias del Papa Francisco es la continuidad dinámica de la Iglesia en la historia. Los papas se gestan en este cuerpo vivo, se alimentan de su latido, son escogidos en él y a él miran y sirven continuamente una vez que se calzan las «sandalias» de Pedro y les colocan el anillo del pescador. Contrastan con esta convicción, que se me ha hecho luminosa de nuevo este pasado sábado, algunas frivolidades o simplezas que escucho. Por ejemplo, que en el Cónclave se trata de elegir entre continuar las reformas de Francisco o dar marcha atrás; que Francisco «ha revolucionado» la Iglesia; o, peor aún, que es un Papa que «se topó con la Iglesia». Tan patético resulta el pánico de algunos ante la posible llegada de «otro Francisco», como las filípicas de quienes advierten a los cardenales que sería un desastre elegir a uno que no encaje en su estrecha definición de «francisquismo». Unos y otros olvidan que la Iglesia no pertenece a ningún Papa, mientras que todo Papa pertenece a la Iglesia.

Yo vi en la plaza de San Pedro, por un lado, la misma Iglesia que hace veinte años, cuando despedimos a Juan Pablo II; y por otro, una Iglesia que se hace carne en el presente, afrontando desafíos nuevos, con fortalezas inesperadas y también debilidades que no estaban previstas. Por ejemplo, vi el rostro juvenil de tantos chicos y chicas cautivados por el futuro san Carlo Acutis, y vi también muchos rasgos orientales entre los sacerdotes concelebrantes. Hay novedades, sí, siempre las hay, dentro de la continuidad de un cuerpo cuya incomprensible duración se alarga ya durante casi veintiún siglos. Y algunos pretenden ahora descubrir la pólvora.

Desde hace más de una semana los cardenales están escuchándose y están mirándose. Es un proceso sencillamente humano en el que será importante la sencillez de corazón, la apertura de mente, la mirada larga, la ausencia de intereses particulares, el conocimiento de la historia y del presente. Todo eso se enhebra con el hilo de la oración. Se pueden identificar tres cuestiones sustanciales para el discernimiento de los cardenales: el cuidado de la unidad de la Iglesia que debe expresarse en una polifonía, nunca en una Babel; la misión hasta los confines de la tierra, lo que significa pasión por el destino de los hombres, conocimiento de su cultura, diálogo crítico y testimonio, apertura y también coraje para oponerse; por último, el gobierno de esta comunidad bimilenaria y de sus instituciones con realismo evangélico, que incluye magnanimidad y paciencia.

No es extraño que el cardenal Pietro Parolin pidiera el domingo, ante miles de jóvenes que celebraban su jubileo, que el afecto por Francisco no se quede en una mera emoción sino acoger su legado para que se convierta en una vida vivida. Apuesto a que una recomendación análoga se produjo también en las despedidas de Benedicto XVI y Juan Pablo II. No hay cortes en la historia de este cuerpo, sí una renovación que asume, purifica y sedimenta lo que viene de antes. Muy cerca de donde se sentaron el pasado sábado los poderosos del mundo, reposan los restos del apóstol Pedro. Lo más inteligente sería que nos preguntáramos, ellos y nosotros, cómo ha podido perdurar esta historia. Entonces no dedicaremos mucho tiempo a algunas insensateces.

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