Silvano Penna: «Fosbery, un caballero de la verdad»
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- Nelson Santillan
- 4 de mayo de 2023
- Fundador
Por Silvano Penna
Corría el año 1985 (calculo) y yo trabajaba en la Unsta, como Secretario del Padre Fosbery, que era el Rector y ya era una personalidad muy reconocida en Tucumán y el país.
Una mañana estábamos reunidos, trabajando, y llega a la Recepción del Rectorado una invitación a asistir a la asunción de una autoridad en Tucumán, al día siguiente. El Cura estaba muy contrariado con esa persona, no quería asistir a ese acto. Voy a evitar mayores detalles al respecto…
Entonces, el Cura me dice: «Silvano, decile a Alejandro (Campos) y vamos un par de días a la casa de El Cadillal», que es una localidad turística, alrededor de un muy lindo dique homónimo, a unos 20 km de San Miguel de Tucumán. Allí la Unsta tenía una cabaña que le cedía al gobierno provincial. Algunos retiros y muy lindas actividades de Ruca Ayllú hicimos en ese lugar, por aquellos años.
Luego de darme esa indicación, salimos de su despacho y le dijo a la recepcionista, que estaba atenta a dar respuesta a la invitación: «por favor, avise a los organizadores del acto que el Padre Fosbery no va a asistir, pues estará fuera de la ciudad».
Y en pocas horas, llegó Alejandro y nos fuimos. Estando ya en El Cadillal, donde pasamos dos jornadas muy lindas de bohemia, amistad y charlas interminables, se me ocurre preguntarle: «Padre, si no querías asistir al acto de asunción de esa autoridad, ¿por qué no le dijiste a la recepcionista que diga que no ibas por cualquier motivo?» El Cura nos sonrió y preguntó: «¿Y yo qué le dije que diga?». A lo que respondí: «Que ibas a estar fuera de la ciudad». Estallando con esa carcajada inolvidable, el Cura replicó: «¿Y acaso no estamos fuera de la ciudad?». ¡Un genio!
Pero después, poniéndose serio, nos dijo: «yo no tengo ningún derecho a pedirle a la recepcionista que mienta; eso podría violentar su conciencia y, además, su mentira sería mi pecado».
Ese detalle revela cuán cuidadoso y delicado era nuestro Fundador en el trato con las personas, con todos: amigos, discípulos, superiores y subordinados eran objeto de palabras siempre afables y veraces de su parte. Un verdadero caballero de la verdad, un hidalgo (hijo de algo), que con sus gestos enseñaba tanto como con su prédica y con su ejemplo.
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