Memorias del padre Miguel Rayón: «Misericordiosos como el Padre»
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- Nelson Santillan
- 3 de mayo de 2023
- Fundador Sacerdotes de Fasta
Por Presbítero Miguel Rayón (*)
El cura fue ante todo un hombre que nos transmitía su alegría de vivir sacerdotalmente. Al mismo tiempo en su ser presbítero, cargó muchas veces con las cruces de nuestra Ciudad Miliciana, cruces que vi de cerca cómo las llevaba, que guardaba en el misterio de su corazón y quizá nunca conoceremos. Cruces que rezaba todos los días, y así las convertía en gracias de resurrección para nosotros.
Si tuviera que definir al padre con una palabra sería: fidelidad. Él siempre buscó ser fiel a Cristo en la Iglesia a través de su Orden que lo formó. Desde ahí se entregó al servicio de todos los que Dios puso en su camino.
Alguna vez en san Martín de Los Andes, vino un grupo de milicianos de las primeras generaciones, de Tucumán y Mendoza. Algunos ya eran abuelos y reconocidos profesionales en sus ciudades. El p. Fosbery ya estaba limitado en sus movimientos, pero no en su mente y en su corazón, los ubicaba perfectamente. Ese día les había preparado una merienda para compartir la tarde con ellos.
Los recibimos cerca de las 17.30 en la casa sacerdotal. Se quedaron unas tres horas. Durante todo ese tiempo, vi como el padre se rejuvenecía con las anécdotas que contaban, la mayoría eran graciosas. Ellos por su parte volvían a ser adolescentes, era como si los años no hubieran pasado, y largaron esas historias que habían compartido.
La memoria del p. Fosbery era increíble. Mientras tomábamos el café con los scones que le gustaban nos decía:
–A este lo recuerdo entrando al sábado de actividades con el pantalón cortito, era flaco y alto. Su madre lo llevaba al ruca, porque era terrible… bueno todavía lo es… A estos tres los llevé de guardaespaldas a un partido de básquet donde jugaba el Bicho, cuando salí del partido habían desaparecido y de repente los vi que se habían enganchado con unas chicas que pasaban por ahí.
Los amigos que habíamos recibido en la casa sacerdotal, tampoco se quedaban atrás en anécdotas, uno contaba:
–Un día mientras estudiábamos, se nos ocurrió, tomar “prestado” un caballo, llevarlo a la plaza central de la ciudad donde vivíamos y turnarnos para hacer recorridos. Pero uno de nosotros, en medio de nuestra actividad desapareció misteriosamente con el caballo. Finalmente decidimos regresar a la casa donde estudiábamos y al abrir el placar, salió el caballo desaparecido, que susto que nos pegamos.
Las anécdotas iban subiendo de tono al correr de la tarde, pero siempre rescataban como el padre los había perdonado, les tenía paciencia, los entendía y nuevamente salía a buscarlos, mostrándoles que podían ser mejores.
Después de unas horas de anécdotas y de escuchar todas las macanas que se habían mandado, quedé un poco desorientado. Pensaba:
–Si me hubieran hecho esto a mí, no los habría recibido nunca más.
El cura se dio cuenta de mis reflexiones, y me dijo:
— Ves lo que eran esos jóvenes, había que tener mucha caridad con ellos.
El p. Fósbery se fue, después de eso a su habitación. Ya su cuerpo no le permitía reuniones muy largas. Pero uno de ellos se había quedado y seguía pensando en los momentos compartidos con el padre, fue ahí que me dijo:
— Sabes que… hoy, después de tantos años, y habiendo sido un reo, puedo decirte; si seguimos en la Iglesia, es gracias a la misericordia del padre. Ese fue su secreto con nosotros y por eso estaremos agradecidos toda la vida.
***
En orden al bien común.
Cuando fue su internación en el instituto de rehabilitación Fleni de Escobar, me ofrecí para ir a cuidarlo. Tuve que aprender a ser un poco de enfermero. El p. Fosbery, a pesar de mis esfuerzos, me decía con su sentido del humor:
–Menos mal que sos cura, porque como enfermero te morís de hambre…
Así pasaban los días, estaba siempre atento a los horarios, y buscaba ser muy puntual con las terapias, pero cuando algún terapeuta tardaba unos minutos, me decía:
— Vamos a tomar un café, ya no viene.
Estas palabras activaban a los enfermeros que acercándose le hablaban:
–Aníbal… ¿No estarás escapándote de la terapia?
Inmediatamente lo llevaban a hacer los ejercicios que necesitaba.
En pocas semanas el p. Fósbery se había convertido en el capellán del Fleni, cuando llegaba en mi turno, me avisaba:
–La de la habitación 102 necesita unción, la habitación 123 confesiones, tal familia trajo a su abuelito, sus nietos van al Fasta Boisdron, la misa la celebramos a las 16.00, hay que pedir por tal señora que empeoró su salud.
También tenía en su agenda visitas, y recibía a milicianos de todas las edades, con sus familias. Esto le traía muchísima alegría. Alguna vez llegó a decirme que estaba pensando en hacer en Fasta, centros de salud, porque había visto que ahí es donde se predica plenamente el valor de la vida, no solo con charlas o campañas sino en la pastoral de la salud.
Recuerdo que le comentó a algunos de los que lo visitaban, y le decían:
–Padre menos mal que tu internación fue ahora, si hubiera sido hace 60 años atrás, hoy en vez de una red de colegios tendríamos una red de hospitales.
Así pasaron las semanas, con mucha actividad y tareas, hasta que un día el p. Fosbery me llamó y me dijo
–Quiero pedirte algo.
–Si padre lo que usted diga. Le respondí. Se puso serio y me comentó:
–En orden al bien común quiero que me acompañes en san Martín de Los Andes.
Aunque suponía ese pedido del padre, en ese momento me sorprendió, le dije:
–¡A tus órdenes! Con una profunda confianza en su persona y en Dios, y al mismo
tiempo casi sin entender que había querido decirme “en orden al bien común”. En ese momento pensé:
–Yo soy como un nieto del cura, lo acompaño como si fuera mi abuelo, es
simplemente una expresión de cariño.
Finalmente regresé a mi misión a Tucumán, tardé 9 meses en llegar a San Martín de Los Andes. Después de dos semanas de aislamiento preventivo junto con otro sacerdote que me acompañaba, el cura nos fue a ver a la casa donde nos encontrábamos aislados. Nos recibió con tanta alegría y fervor, que yo estaba sorprendido. Todo el esfuerzo que había hecho. Fue el testimonio vivo de un padre que iba a buscar a sus hijos, para acompañarlos en su misión.
Así empezamos los últimos tiempos de su vida. Poco a poco mientras transcurría el año, me tocó muchas veces tomar decisiones, que para mí eran complejas, en medio de todo eso, mi máxima y guía, eran las palabras del padre… buscá el bien común, lo que el bien común reclame, salvá el bien común.
***
No se olviden de Dios
En este último tiempo en San Martín de Los Andes, el p. Fósbery tuvo la gracia de recibir una visita de los alumnos del primer colegio donde había sido rector, el Santo Tomás de Aquino de Mendoza. Compartieron cerca de una semana con el padre; lo visitaron, participaron de una celebración eucarística. El padre les contaba su experiencia en el colegio, y como en ese patio había empezado con la fundación de Fasta.
Uno de los días de la visita, se nos ocurrió organizar un partido de fútbol con los alumnos del secundario del colegio Fasta Miguel Ángel Tobares. Los mendocinos tenían todos 17 años, los del sur entre 13 y 17, nos ganaban en condición física y en edad; pero el partido se hizo largo, y aunque empezaron ganando 5 a 2, terminó 20 a 13, a favor del colegio de la Patagonia.
El cura, sabía del partido y pidió ir a verlo. Esto entusiasmó mucho más a los dos equipos que jugaban, finalmente nos sacamos juntos unas fotos con él. Unos días después fue la despedida de los alumnos del Santo Tomás de Aquino. El padre Fósbery se encontraba en la puerta de la casa sacerdotal. Les dio su mensaje final:
— Queridos jóvenes; no se olviden nunca de Dios porque Él los va a proteger en la vida, no se olviden de su familia y de su patria porque es el lugar de donde vienen sus raíces, y lo último que les pido… no se olviden del 20 a 13 y empezaron a reír. Así los despidió con buen humor y mucho cariño.
***
Nuestro mayor combate
Una vez visitamos Aluminé para rezar por uno de sus familiares en un velorio. Después un pariente nos invitó a comer unas pizas en su casa. En medio de la cena, una de sus sobrinas contó que el cura de joven los visitaba todos los años, y le llamaba la atención que en medio de tantas actividades siempre encontraba tiempo para meterse en la habitación durante un tiempo prolongado.
Ella era pequeña y se le ocurrió ver qué hacía. Ahí estaba el joven fraile arrodillado rezando en el silencio de la habitación, sin que nadie se entere, salvo esta niña, gracias a la cual nos deja una ventanita de su vida espiritual.
Él nos enseñó: en la oración se crece más por intensidad que por extensidad, el fervor espiritual es necesario para salir de la tibieza, ahí está nuestro mayor combate, no tanto afuera sino en el interior de la habitación. Claro no era una explicación retórica, era su vida.
***
La fundadora de Fasta
Tenía 10 años, acababa de recibir la primera comunión, y con mucho fervor rezaba en un oratorio en mi ciudad, lleno de jóvenes. En esa oración le decía a Dios que quería entregarle mi vida, pero no en una comunidad ya fundada, sino en el momento de la fundación, quería estar en el primer momento.
Unas semanas después, cerca del 7 octubre, invitan a mis padres a un retiro espiritual, por los festejos del aniversario de Fasta en Mendoza, lo predicaría un tal p. Fosbery que era el fundador. Mis padres fueron, en el cierre del mismo, fuimos los hijos a compartir el almuerzo. Ahí lo vi al cura por primera vez, me parecía inalcanzable, rodeado de los primeros milicianos de Mendoza, con su hábito blanco.
Se puso de pie, y pidió que cantemos una marcha; “Eran seis los milicianos”. Tenía cerca de 11 años, y quedé asombrado por lo que veía; familias cantando juntas al ritmo que marcaba este fraile, en la marcha una parte entonaban las caperucitas, otra los amigos que había conocido. Ellos me dijeron que eran escuderos … ahí empezaba mi camino en Fasta.
Unos años después, rezando el rosario, vi como una imagen, que no recuerdo bien. Era la Virgen como la que estaba en el oratorio donde recibí la primera comunión, pero tenía un rosario, y estaba yo con unas rosas en las manos que se le caían los pétalos, cada vez que las rosas se las entregaba a la Virgen se renovaban, cada vez que quería quedármelas se secaban, todo el tiempo lloraba, solo podía ver la Virgen y las rosas, algo más pasaba pero estaba borroso, no lo podía entender en ese momento.
Unas semanas después el padre Fosbery visitó ruca Curá, y a mis escuderos. Era el jefe de la sección, me acuerdo que habían ido cerca de 45 milicianos, y habían formulado promesas, así que estaban listos para las preguntas con el fundador. El cura llegó a la sección, me pidió que la formara y la presentara. Después hicimos un semi círculo y empezó las preguntas, era la segunda vez en mi vida que lo veía. Estaba más cercano, pero como era muy tímido, no me salían palabras al estar con él.
Entonces con mis 14 años, le escribí una carta. Mi letra era horrible, pero unos meses después recibí la respuesta que empezaba diciendo… querido Miguel Ramón… ni siquiera había logrado que se entienda bien mi apellido, pero después empezó a contarme lo que había visto en mi sección y terminó diciéndome, veo un llamado especial de Dios en ti.
Una respuesta del padre fundador, con todas las ocupaciones que tenía, con todos sus viajes, y se había tomado el tiempo para responderle a un jefe de escuderos de uno de los tantos rucas de nuestra Ciudad Miliciana, y asegurarse que supiera lo que él veía de su sección. Para mí, fue una gracia que me ayudó a descubrir, ya no a un fraile lejano, sino a un padre atento a lo que hacen sus hijos, para formarlos y hacerlos crecer.
Pasaron 6 años, hasta que empecé a descubrir el llamado de Dios, y me dijeron que fuera al sur, a ruca hue en San Martín de Los Andes, para iniciar el discernimiento vocacional. Pero un tiempo antes, ese mismo año me encomendaron la misión de ser jefe de un campamento nacional de templarios mayores en el mismo lugar, yo lo recibí como una gracia de Dios, antes de entrar al seminario.
Uno de los días de la actividad, nos avisan que venía el cura, formamos a todo el campamento y le presento la sección, él me dijo:
–La has presentado como un mariscal.
Después me enteré que el mariscal es el jefe de la caballería, y los templarios mayores, eran como la caballería de nuestros rucas. Durante esa jornada las veces que el cura me llamó me decía mariscal. Nunca más me volvió a tratar así, pero para mi fue otro signo de Dios, del llamado a la vocación que estaba recibiendo.
Cuando llegué al seminario, en la capilla, encontré la imagen de la Virgen que había soñado cerca de 10 años atrás, por fin todo parecía tener sentido, encima tenía el rosario; pero ¿y las lágrimas, y las rosas? Seguían siendo un misterio.
Después de algún tiempo en el seminario, me entero, que beatifican a Ceferino Namuncurá, que era el nombre del oratorio en el cual recibí la primera comunión, el padre Fosbery había decidido ir con su convivio Cristo Rey. Yo decidí también participar con otro seminarista, nos tomamos el subte y ahí nos encontramos con el cardenal Bergoglio, que iba a la misma misa, lo saludamos, nos dijo que él era amigo del cura de la parroquia de Flores, y lo seguimos a la misa; pero antes se desvió de camino, y fue a comprar unas rosas para la Virgen, nos dijo:
— Cuando estoy con muchos problemas, vengo frente a esta imagen, le traigo una rosa y pido, y la Virgen siempre responde.
Desde ahí, tomé como costumbre cada vez que tenía un desafío que me parecía demasiado grande, le llevaba a la Virgen una rosa. Fue tal cual, me dijo el futuro Papa Francisco, ella siempre responde.
Pasaron los años, me ordenaron de sacerdote y me tocó en diciembre de ese año, acompañarlo al cura en su tiempo en el sur argentino. Yo había estudiado en un colegio agroindustrial, así que conocía un poco de plantas, cuando se enteró, inmediatamente me propuso empezar con el jardín de la casa sacerdotal, ver como protegíamos los rosales y lo más importante como hacíamos para multiplicarlos y tener más.
Así, entre las tantas actividades que el cura tenía, se reservaba un ratito en la semana para el jardín y ahí trabajamos juntos, el veía cual podar, donde plantar, como regarlas, y cuando florecía alguna, no me dejaba cortarla hasta que esté ceca, excepto que fuera para la Virgen, ahí llevaba sus rosas frente a una gruta que habíamos hechos en el patio.
Cuando el padre Fosbery muere, y nos avisan que el velorio era en Bs As, decidí seguir con la pequeña tradición que me había transmitido, sentí que me decía:
— Llevale rosas a la Virgen. Pero en ese momento, pensé que ahora el cura estaría con la Virgen, así que era mejor que yo le lleve las rosas al Velorio a Bs As, como un signo de las comunidades del sur y para que el cura se las deje a la Virgen.
Así llegué al velorio, se las dejé en el cajón y me quedé rezando y llorando por todo lo que significaba, uno de mis hermanos sacerdotes, me pidió si podía llevarlas en el momento de las ofrendas.
Así fue, estaba frente a la Virgen, que tenía el rosario y yo caminando en la procesión de ofrendas con unas rosas, que con el viaje, habían perdido algunos pétalos, y que ese día se las entregaba el Señor, con un mezcla de dolor y de alegría por la gracia que había recibido. Ahora si tenía sentido el sueño, no era un signo solo para mi sino para todos.
La Virgen del Rosario estuvo todo el tiempo presente, acompañándonos como una madre con sus hijos cuando se sienten solos. Ahí recordé las palabras del cura, la Virgen es la fundadora de Fasta.
***
Ser hombres que ayuden a hombres salvar
Durante el tiempo de internación, el pf tuvo algunos enfermeros que lo acompañaban, al principio se encontraba muy débil, pero al pasar los días, la rehabilitación empezaba a dar sus frutos.
Me sorprendía, la fuerza interior que tenía el cura para asumir esta cruz que le tocaba, además no descansaba en su deseo de salvar almas. A uno de los enfermeros, veía que le hablaba constantemente, estaba vinculado a una secta, y el cura, no le daba tregua, le enseñaba, le explicaba, lo hacía pensar, me pedía que ayude a este joven con las dificultades que estaba pasando.
Así fue, como ya no era solo su enfermero, era casi como un hijo espiritual más, terminó la rehabilitación y el cura se fue a vivir al sur, este joven pidió el bautismo, y el cura lo invitó a vivir en el sur y lo acompañó en los últimos años.
Tuvo la gracia de recibir el bautismo y la primera comunión, acompañado por el cura. Eso sí, antes de recibirlo, me pidió que le haga el curso pre bautismal. Quería asegurarse que quede bien claro los grandes temas de catecismo, y todos los días me preguntaba como iba el curso. ¡Que alegría fue este bautismo para el padre!
Cada vez que había alguna visita y salía el tema, decía “a este chico lo hice bautizar yo”. Para mí, esto significó un gran testimonio. Frente a todas las dificultades de salud que tenía, ninguna de ellas apagó su celo apostólico, su fervor, que estaba siempre atento para ser uno hombre que ayude a los hombres salvar.
***
Un padre espiritual
En segundo año del seminario, estaba de misión en lo que era la “fundación de Fasta Flores”, ya era tarde, cerca de las 23.30, y estábamos planificando un campamento en la casa del seminario, “la frater”, de repente uno de los seminaristas, me avisa que tenía un llamado telefónico de mi familia, mi hermano llorando me dice:
— Papá se murió, necesito que estés aquí. En el momento me fui a la capilla a rezar, mi padre era joven, tenía cerca de 50 años, y ya no estaba, era un golpe muy fuerte, una gran cruz, pero no sabía como vivirla, mientras le pedía a Dios auxilio, escucho que entran a la capilla y me dicen, el padre Fósbery quiere hablarte.
Tuvimos una larga conversación con el cura, él me contó que había sufrido también la muerte de su padre, me fue enseñando como hacer el duelo, me decía, hay que evitar los dos extremos, el de hundirte con el dolor, el de hacerte indiferente, hay que vivir la cruz con Cristo.
Mientras hablaba, poco a poco veía como Dios me daba en el cura, un sacerdote que me acompañaba y formaba en los momentos más difíciles que me tocaba vivir.
Pero el cura, me tuvo que decir, algo que para mí, fue muy difícil:
— Como hijo tienes un deber de estado con tu familia, si ves que no pueden sostenerse solos, tendrás que quedarte en tu provincia, yo rezaré por ti y te acompaño desde aquí.
En otras palabras, no sabía si volvería al seminario, depende como encuentre a mi familia. Hoy puedo decir que Dios me sostuvo especialmente con su gracia, porque tenía mucha paz y confianza en el Señor, yo le había entregado mi vida, así que sabía que lo que pasara sería su plan.
Llegué a Mendoza, estuve en el velorio de mi padre, acompañé a mi familia, a nadie le comenté lo que golpeaba mi alma en medio del dolor. Simplemente rezaba y esperaba los signos de Dios, yo seguía queriendo su voluntad, aunque no fuera la mía.
Pasaron dos semanas, y mi madre me llamó y me dijo: volvé al seminario, la familia está bien, rezá por nosotros.
Así volví al seminario, con mi vocación sacerdotal, confirmada en la cruz y en la resurrección del Señor. Dios me enseñaba como vivir el dolor de un ser querido y la alegría de ver cómo él nunca nos deja solos, siempre nos acompaña, aunque no veamos bien porqué. Al llegar a Bs As, me recibió el padre fundador con gran alegría. Desde ese día, vi que el Padre del cielo, no me dejaba solo, me daba un padre espiritual, que me acompañaba en este camino de consagración a Dios.
***
Yo soy el pan vivo
Tres semanas antes de su muerte, una tarde, le pregunto al cura, si nos poníamos a trabajar en uno de sus escritos, y me dio una respuesta que no le había escuchado nunca:
— No escribo más. Para mi fue extrañísimo, porque en momentos muy difíciles, el cura podía seguir dictando, como cuando escribió la marcha de las caterinas, era muy tarde y en la cama y medio descompuesto, me decía:
— Escribí que se me vino a la cabeza la marcha de las caterinas. Y ahora me decía no escribo más…
Desde ahí empecé a ver como preparaba su alma; rezar el rosario, vivir la misa con fervor, más silencioso. Algunos me decían; “es que está viejito”; pero la verdad seguía viendo y escuchando todo perfectamente.
Cuando hablaba a solas con él, me daba cuenta, estaba atento a todos los detalles. Me confesé con él, algunas veces le había dicho, que me sorprendía la elección del Papa Francisco, y que si Bergoglio era el nuevo Pedro, él era el nuevo Pablo y nosotros en Fasta quizá estuviéramos llamados a esa misión, a mi me gustaba pensarlo así, más aún viviendo en la Patagonia, uno de los lugares donde estaba su corazón y que tanto necesitaba de la evangelización.
El último tiempo en las confesiones, me daba de penitencia la carta a Timoteo y la carta a Tito, a mi me encantaban, porque eran los discípulos de Pablo, y porque encontraba en las cartas muchas de las enseñanzas que el cura quería transmitirme. Así fue mi última confesión, con la penitencia de la carta a Tito, ahí me enseñó como vivir sacerdotalmente las tareas pastorales de la misión.
Dos semanas antes, cuando hablaba con él, me empezó a contar lo que veía del ruca, que invirtiera en la formación personal de los jefes, aunque fueran muy jóvenes, y que aprenda a esperar a que crezcan, como acompañar a la jurisdicción, especialmente los convivios, ayudarlos en la oración, en su formación y que sigan encontrándose como amigos, “quiero que sigan teniendo vida” y al colegio, la necesidad de un proyecto a largo plazo, porque eso también ayuda en la formación de una comunidad.
También me explicaba como seguir con la casa sacerdotal, que no pierda el tono de una casa de curas, pero que esté abierta siempre al encuentro con la comunidad.
Eran los últimos consejos del general del ejército que sabía que el puerto estaba cerca y había que embarcarse en una nueva aventura, en su último viaje. Así vivimos la semana santa, y la presentación de su último libro, después de eso me dijo:
— Mi misión ya está cumplida, la obra sigue, en poco tiempo no voy a estar.
Así llegó el día de su partida a Buenos Aires, ese martes estaba con el p. Federico en el oratorio de la casa sacerdotal, cuando le dio la unción, el cura estaba con una sonrisa impresionante, con mucha alegría recibió la eucaristía y se quedó rezando.
Antes de partir nos dijo;
— Miren que no vuelvo más. Lo saludamos como él nos enseñó, con un tono viril y esperanzado, fue quizá el saludo más difícil, pero unos días después me trajo un gran consuelo al saber que su último alimento fue la eucaristía.
Mucho más, al ver que uno de los evangelios de la semana de su muerte decía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”, el mismo versículo que eligió para su ordenación sacerdotal. Este fue su último embate, entregarse con generosidad y fervor en la misión, como el pan vivo bajado del cielo.
(*) El padre Miguel Rayón es sacerdote de Fasta. Acompañó al Fundador en los últimos años de su vida en San Martín de los Andes.
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